Querid@s amig@s de Canal Literatura:
Ya falta menos para que llegue el ansiado día. El próximo martes 3 de junio es la fecha de la publicación y de la presentación de la novela. El largo proceso de corrección ha terminado, y todas las palabras van juntas (esperemos que en su correcto orden) camino de la imprenta. Ahora el libro ya ha dejado de ser mío para ser de todos los lectores que se acerquen a él, sin duda, su verdadero destino. Mientras escribo esto, escucho la música del booktrailer de la novela que mi compañero Daniel ha hecho para la ocasión. Las notas del músico iraní Siavash Amini inundan mis oídos de una forma muy evocadora, porque, sin apenas darme cuenta, me trasladan a esa atmósfera de ensimismamiento que posee la novela, que no es otra cosa que llegar a la muerte a través de la vida en un proceso que yo he intentado describir como la más bella de las derrotas. Ese ha sido el gran reto y la gran trampa a la vez. El reto, está claro que era, y es, mantener la tensión y el interés de principio a fin en este largo viaje de recorridos interiores. Un viaje del que ya conocemos el final, pero creedme, eso es lo menos importante. La trampa no es otra que ese viaje que, desde que nacemos, creemos que es infinito, igual que una larga e interminable pradera de agua que divide nuestros días, y por la que vamos corriendo sin mirar dónde pisamos, hasta que llegamos a un punto donde esa fina línea que nos mantiene a flote se convierte en una sima por la que nos precipitamos a un vacío que, esta vez, sí es infinito. El valle de las almas es un espacio en blanco, pero también un espacio donde se puede acariciar lo imposible. Antes de que llegue ese momento, yo os propongo un viaje donde unir arte y literatura: Roma…
La ciudad eterna tiene innumerables refugios donde pararse a contemplar su omnipresente belleza, porque, al igual que una gran actriz, es capaz de mojarnos los recuerdos tanto con los chorros de agua de sus múltiples fuentes como con la luz del atardecer que en forma de una lluvia dorada se posa sobre sus tejados anaranjados; una bruma que, si nos paramos a observarla con detenimiento, desprende una gran multitud de destellos capaces de transformar nuestra percepción del arte y del tiempo. Y, así, podríamos continuar hasta el infinito, porque infinitos son también los grandes y pequeños rincones de una ciudad tocada por la varita mágica de la infinita hermosura. Pero, en Roma, también existe otra opción para contemplar la belleza, más allá del halago puramente estético, y esa es la de disfrutar del silencio y su melancolía, como solo dos amantes pueden hacer sin perderse en los vericuetos del tiempo. En este caso, Roma también se alza como la excusa perfecta para unir arte y literatura, verdad y belleza… No hace falta más que alejarse un poco del bullicio que reina en el Coliseo y sus alrededores para llegar a Campo Cestio; un lugar presidido por una pirámide evocadora de otras culturas, y que es el mejor símbolo de la magnitud del paso del tiempo. «Todo es efímero menos yo misma», parece decirnos, pero también, a poco que nos fijemos, recaeremos en cuál es el verdadero fin último de su ubicación. Campo Cestio, a día de hoy, es un lugar de peregrinación literaria en la ciudad eterna. Todos aquellos locos, amantes de la lectura, que tratan de unir arte y literatura llegan hasta el cementerio protestante de la ciudad de Roma para cumplir con la liturgia de visitar la tumba del poeta romántico John Keats, y, de esa manera, cerrar el círculo de su historia. Cada vez más, los visitantes acuden sin reparo a ese lugar sagrado que se esconde bajo la sombra de pinos y cipreses, naranjos y palmeras; y que, junto al interés puramente literario, cobija un mágico silencio que el tráfico que lo rodea no es capaz de perturbar. Una sensación tan placentera que nos lleva a expresar que: a escasos metros de sus murallas se encuentra el mundo, pero, dentro de ellas, se halla la eternidad. De ahí que uno solo será testigo de la magnitud que día a día va tomando la figura del poeta si visita el cementerio y su tumba, presidida por una lira a la que le faltan cuatro cuerdas, como símbolo de su fugaz paso por la vida. Ese es el lugar que, sin necesidad de ser invocado desde un altar, es el entorno perfecto al que acudir para presentar Los últimos pasos de John Keats de Ángel Silvelo (Editorial Playa de Ákaba, 2014), pues no cabe un mayor homenaje a la figura del poeta inglés que bendecirle con el poder del recuerdo y la reivindicación de su obra, la parte más inmortal de su alma. Además, llegar hasta su tumba es también cumplir un sueño, el que un día tuvo el escritor, después de visitar dicho lugar por primera vez (aunque en ese instante él no fuese consciente de ello), porque si algo caracteriza a la publicación de esta novela es el estigma de las casualidades, que van desde su concepción y redacción hasta el destino final de sus palabras en papel impreso.
No obstante, el primer eco sobre el personaje le llegó a Ángel Silvelo de la mano de Jane Campion y su película Brigth Star, que, como una infinita mancha pictórica, se prolongó en el tiempo a través de sus recuerdos. Manchas de un verde intenso aderezadas por un infinito campo de violetas que, una vez entraron en su subconsciente, no le abandonaron hasta verse depositadas en las hojas de su pequeña Moleskine, donde apuntó sus primeras notas, tímidas e inocentes, pero, sin duda, perturbadoras y perecederas. A veces, las obsesiones, lejos de precipitarse como un escandaloso torrente, se aproximan a nosotros despacio y en silencio, igual que un aletargado reposo, que, sin embargo, y como solo sucede al amanecer, al ser iluminadas por el primer rayo de luz se convierten en una fuente infinita de ideas que nos trasladan allí donde nunca soñamos que seríamos capaces de llegar. Y eso fue con lo que Jane Campion consiguió atraer al autor de Los últimos pasos de John Keats hacia una historia de amor basada en algo tan intangible como la poesía. Y no solo eso, porque la plasticidad pictórica que envuelve al filme le dejó exhausto de bellas imágenes, en muchos casos deudoras del maestro Vermeer y su luz, pero, también, del poder hipnótico que sobre sus pupilas dejó la determinación de la directora a la hora de mostrarnos el camino que nos llevará desde la más impune de las alegrías hacia la más grande de las derrotas.
Desde esa atalaya, donde la poesía, solo en apariencia, es un arma no dañina, el autor de la novela se plantea crear un universo propio a través de las imágenes que le han sido transmitidas. De ahí que esta novela haya nacido desde la imagen que más tarde se convierte en palabra; palabra lírica, apegada al ritmo de las cadencias cortas y la contemplación, por mucho que Los últimos pasos de John Keats fuesen concebidos en un principio como un relato corto libre, y para nada apegado a datos biográficos, pues estaba planteado como un intenso poema escrito en prosa, con el que el autor trataba de ahondar en el proceso creativo que hasta ese momento le había llevado a profundizar en el estudio del alma humana a través de la perturbadora esencia de la conmoción. Conmover, esa es la clave, pensaba Ángel Silvelo, pues nunca se planteó el arte de escribir como mero entretenimiento, quizá porque Albert Camus o Scott Fitzgerald, entre otros, no se lo perdonarían. Sin embargo, la luz del amanecer derribó las barreras autoimpuestas. Y su potente manto propició una nueva casualidad disfrazada de haz divino, y, así, una mañana, el escritor se olvidó de seguir mirando la foto fija de sus zapatos, y, al mirar al horizonte por primera vez, vio cuál era la verdadera dimensión del personaje que tenía entre sus manos. En ese momento, el relato corto se convirtió en novela; un gesto que también dejó a un lado el miedo que le atenazaba a la hora de investigar sobre el poeta inglés. Entonces, sus pesquisas le llevaron hasta Lord Houghton, Julio Cortázar, Alejandro Valero o Ian McEwan, pues otros muchos antes que él sintieron la necesidad de desentrañar los interrogantes que John Keats y su obra les proponían.
Ese proceso no fue sencillo o idílico, pues sumergirse en las entrañas del alma humana le dejaron al creador sin recursos para respirar. De ahí que, en no pocas ocasiones, el autor de la novela tuviese que alejarse de la redacción en la que estaba imbuido, pues necesitaba oxígeno con el que alimentar a sus pulmones. Un agotamiento lírico e intelectual, más que físico, que lejos de disminuir fue en aumento a medida que se acercaba el final; un final que Keats le proporcionó junto a su poesía, pues ¿qué hay más doloroso para un poeta que el silencio? Un silencio que en Los últimos pasos de John Keats tiene un sentido más amplio, pues, más allá del último hálito de vida, el silencio, en esta ocasión, también representa, por un lado, la voluntad de dejar de sufrir y la libertad definitiva del alma, pero, por otro, es un singular signo del paso del poeta entre los vivos, pues tras él nos quedan sus poemas, donde su voz se alza majestuosa entre los muertos, en un «espacio de mirada interior» donde no existe el tiempo ni el silencio.
Ángel Silvelo Gabriel
Entrevista al autor
Muchas gracias a todos por el seguimiento que le estáis haciendo a la publicación de mi próxima novela. Uno se siente querido y respaldado. Gracias.
¡Y quién pudiera ir a la presentación! Pero lo leeremos, claro, que tenemos muchas ganas.
Besos.
Suerte en la presentación Ángel, todo lo que nos has contado habla de que es un trabajo excelente. Lo leeremos como dice Elena. Nuestro apoyo incondicional querido amigo.
Un fuerte abrazo