Nadie dijo que fuera fácil.
Pero cuando los perjudicados son mis cachorros, todo se hace más cuesta arriba.
Están aguantando todas las privaciones sin quejarse, arrimando el hombro sin perder la alegría, son los hijos que todo padre querría tener.
Y hasta ahora lo habíamos llevado bastante bien porque, aunque no podemos permitirnos lujos como ir al cine, cenar fuera, comprar ropa de marca o salir de vacaciones, tenemos gran calidad de vida. Comemos y cenamos juntos todos los días, yo trabajo a cinco minutos de casa, vivimos en un pueblo donde todo el mundo nos conoce…
Pero la crisis nos está golpeando fuerte y, tras muchas noches sin dormir, el otro día escribí a nuestro casero para decirle que, si las cosas no mejoran, en un par de mes nos marcharemos de este pueblo. Y me pidió que quedáramos para hablarlo.
Hemos sido vecinos y tenemos muy buena relación, nuestros hijos son amigos, él ha actuado de padre putativo del mío alguna vez y yo he dado clases al suyo. Pensaba que iba a proponerme una pequeña y bienintencionada rebaja, un liviano alivio que, dada mi situación, no sería suficiente.
Pero en cuanto llegó, me dijo:
– No te preocupes por el alquiler. Nosotros ahora no tenemos problemas económicos y no tenemos el piso para especular; la situación económica está muy mal en todo el país, y tú estás sola con tus hijos, sacando adelante tu empresa. Paga cada mes lo que buenamente puedas.
Y, llegados a ese punto, me eché a llorar.
Marisol Oviaño
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