La España rural
Cuando mis amigos, Paula y Ander, recién casados, contestaron a la pregunta ineludible de a dónde irían de luna de miel, nos quedamos medio estupefactos al escuchar la respuesta: “Vamos a visitar los once pueblos más bonitos de España”. Las reacciones varias entre nuestro cercano grupo de amistades y por supuesto a espaldas de ellos, no se hicieron esperar. “No tendrán dinero” o ” Pobrecita, a ella que siempre ha sido muy hipocondriaca, le dan miedo los aviones”. Pero ninguno de nosotros nos atrevimos a preguntarles directamente y a la cara la razón de esta, cuando menos, “rara” elección».
A mis oídos sí que llegaron algunos nombres de los pueblos escogidos: entre ellos por ejemplo, Ledesma, Mondoñedo, Lerma, Briones o Zahara de la Sierra. La estupefacción del grupo fue in crescendo a medida que nos enteramos que el tan cotilleado viaje de novios había sido todo un clamoroso éxito. Mis potentados amigos de Sevilla, que cuando se casaron, bien que anunciaron la noticia a bombo y platillo de que iban a viajar a las islas Seychelles después de dar la vuelta al mundo, tardaron al menos un mes (y por prerrogativas mías) en dejar de poner a caldo a Paula y a Ander.
Ayer escuché en las noticias que varias plataformas como “Soria Ya!!” o “Teruel existe” se manifiestan hoy en Madrid a favor de la España rural. Y falta que hace. Porque bien pensado, la despoblación iniciada en los años 70 y 80 con la emigración a las zonas más industrializadas de nuestro país, si bien producida por motivos meramente inherentes al noble y simple hecho de ganarse el pan, ha dejado en los pueblos con menos densidad de población un escenario de lo más fantasmal. Casas derruidas en cuyas piedras sólo se posa el pajarraco de turno, fábricas abandonadas a merced del viento, tierras sin minerales, hundidas por las matas y las malas hierbas y que antaño fueron de trabajo o de labranza, de donde salía el sustento diario. Además de ese sustento básico, los productos de la tierra, no lo olvidemos, por si a alguien se le olvida, son la Industria agropecuaria de un país. Es la leche que tomamos todos los días, es el pan que nos alimenta, es la fruta, es el aceite y es la verdura de nuestra pirámide alimenticia.
Por eso y por todo, ahora entiendo más que nunca la decisión de mis amigos de visitar los rincones más bonitos de España. Sin lugar a dudas, no han sido los únicos en sentir esa especial atracción por nuestros pueblos. Son muchos, muchos los que alzan la voz por el medio rural. Ahora mismo y desde el terreno literario, se le reivindica. Y ya por entonces, el escritor Miguel Delibes, vallisoletano de nacimiento y gran aficionado a la caza, fue un gran amante de lo rural. Y pienso por ejemplo en Azorín que ya en “La ruta de Don Quijote” se refería, y tristemente, en su elevado maridaje y exquisito retrato de los diferentes pueblos de Castilla, a la falta de entusiasmo paulatino de sus gentes, a la disgregación poblacional, a la inacción y al olvido; en suma al abandono. Además y lo que es más importante, percibía en ellas, y como suya, esa melancolía, esa vetusta y recia resignación que otorga lo castellano.
Releo a Azorín y a Miguel Delibes, escucho y veo en el telediario las calles de la capital abarrotadas de gente con la voz alzada, y no puedo por menos que pensar en mis amigos Paula y Ander, que si es verdad que siempre van un poco a contracorriente de la demás fauna selvática, bravo por ese insigne y paradigmático amor a los pueblos de España. Bravo!! Mañana les llamo y les felicito.
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