Historia de una enana
Después de siete años de matrimonio de conveniencia, siete años de arduos esfuerzos matrimoniales entre primos que se aguantaban a duras penas, los duques finalmente estaban de buena esperanza. Él pasó el embarazo ducal rodeado de su corte, cazando y bebiendo, mientras ella, ¿cómo iba a ser de otra manera?, sufría todas las molestias naturales de su estado. Su mejor compañía fue como siempre su bufona, embarazada como ella, una enana de cara angelical rodeada de rizos rojizos, de tez blanca y grandes ojos verdiclaros. Su pequeña estatura soportaba una gran joroba y arrastraba su pierna derecha que era bastante más larga que la otra.
A la enana, Tomasina, encargada de entretener a su ama con saltos y cabriolas, se le adelantó el nacimiento y tuvo un precioso hijito, sin desperfecto alguno. Apenas un día después también la duquesa se puso de parto. Pasaron muchas horas y ante las complicaciones que se presentaron, sus médicos iban perdiendo la confianza de poder salvar ambas vidas. Desesperados recurrieron a métodos más incisivos y finalmente la duquesa inconsciente expulso a una niña que apenas respiraba y que venía algo maltrecha, torcida y jorobada.
Sus sirvientas ya lo tenían todo previsto. La lavaron y vistieron y en un abrir y cerrar de ojos, el ama de llaves entró al dormitorio de la bufona, justo al lado de los aposentos ducales, dejó a la recién nacida en la cuna y regresó con el varoncito que pedía teta.
Tras la puerta cerrada, el mayordomo retuvo a punta de cuchillo a Tomasina que se negó a aceptar el cambiazo y defendiendo los intereses de su dueño y señor, el fiel criado acabó degollándola declarando su muerte como secuela del parto.
El heredero del ducado se crió hermoso y fuerte y siempre en compañía de su hermanastra que como bufona de su corte iba con él a todas partes. Nunca supieron del enredo de su nacimiento.
La estatua de ella se encuentra en el «Jardín de los Enanos» de Salzburgo, Austria, y la historia no es verídica pero bien podría serlo.
Dorotea Fulde Benke