Hipotenusas adormecidas
Trazo una línea recta, no puedo precisar el color pero es muy fina, plateada quizás o del color de los objetos pitagóricos, un color que se define mediante números y operaciones y nunca a través de los misteriosos artificios que Dios o alguno de sus operarios introdujo en los algoritmos que gobiernan el ojo. Trazo esa línea desde el tapón de la botella de agua hasta la superficie de la mesa, es una línea inclinada que con la mesa y la botella emite los mismos destellos y consignas que emitiría un triángulo rectángulo sometido al ojo implacable de un Euclides o un Pascal o un tal Calatrava que hace puentes muy feos, quizás no tan feos, a fin de cuentas que un puente te guste o no, sólo depende de ti, de tus ojos y del Triángulo Divino que todo lo ve; pero yo no veo nada más allá del triángulo que como quien juega o pierde el tiempo limpiando de arena pequeñas piedras que luego mete en su bolsillo, se ha ido introduciendo en los circuitos que transitan desde mis pupilas hasta el caracol que agazapado en mi oído interno me mantiene perpendicular al suelo y a veces me inclina con el ánimo perverso de convertirme en el lado inclinado y descastado de otro triángulo rectángulo, ese mismo que es hermano o al menos consanguíneo del que formó la botella con la mesa, hijo de mi mente y padre de muchas imaginaciones, absolutamente desconocido para todos los pitagóricos y sus descendientes. Pero a mi me gusta pensar que sin estos trazos que medio dormido elaboro sentado en el sofá sin pensar nada, la gloriosa Geometría perdería una pata, una hipotenusa, ese ángulo de cuarenta y cinco grados que abre mis párpados cerrados cuando llega la luz por la mañana .
Máximo González Granados