– Te lo digo y te lo repito: que es el padre del novio el que tiene que pagar al cura. Y, si no, por ahí viene. Pregúntale, pregúntale.
* * *
¡Ah! Y el cura de La Trinidad es una pasada, ya lo verás. Un tío de lo más actual. ¡Más mono, él! Dicen que hasta tiene un retrato de Gandhi en la sacristía…
¿Quién es Gandhi?
¡Hija mía, no me digas que no sabes quién es Gandhi!
– Pues no.
-¡La leche!
– Que no, que no.
-Pues un pacifista indio.
– ¿Un pacifista indio? No sé qué decirte. Los indios son todos muy violentos.
* * *
– Mire usted, padre; llevamos un rato –aquí mi consuegro y yo-, discutiendo quién tiene que pagar al cura.
– Nadie “tiene” que pagar al cura, hijos míos. Se da la opción de dejar un donativo para la parroquia, nada más.
– Pero en el papel pone: Donativo por boda, a partir de 100 euros.
– Sí, es cierto. Pero ¿qué os puedo contar? No tenéis ni idea de cómo está el obispado… Y de alguna manera habrá que pagar los gastos que origina la celebración. La luz, la limpieza, el mantenimiento del templo…
– Lo que no quiere decir que lo tenga que pagar el padre del novio…
– El padre del novio o quien sea, vamos a ver. Habitualmente, eh, habitualmente, suele dejar el donativo el novio o el padre del novio. Lo que no quiere decir, como bien dice usted, que no pueda hacerse de otra manera. El caso es acordarlo.
– ¿Ves como no es así? ¿Ves como puede pagarlo cualquiera?
– ¡Pues yo creo que el señor cura lo ha dejado claro: lo paga el novio o el padre del novio! ¡Y yo soy el de la novia!
– Bueno, no se trata de discutir ni de dar voces por algo de tan poca importancia.
– Entonces, ¿no hace falta que lo paguemos, padre?
– Eso lo dejo a vuestra discreción, hijos míos, a vuestra discreción. Nosotros no hacemos más que apelar a la solidaridad de los fieles con esta humilde casa, que es la de todos. Y –con todos mis respetos os lo digo-, no parece, por como lucís, que estéis en un momento de apuro económico. ¡Tan bien vestidos con esos chaqués, que parecéis embajadores plenipotenciarios! ¡En esta celebración de la alegría, en esta ocasión tan solemne de la unión entre vuestros hijos, en esta mañana espléndida de sábado!
– ¡Suéltale ya los cien, hombre! ¿No te da vergüenza?
– ¡A mí, ninguna! Y ni tú ni nadie va a venir a darme clases de vergüenza, que lo sepas. Que, cuando hay que pagar, yo soy el primero que paga. Pero cuando no está claro… Vamos a ver, que tanto se casa mi hijo como tu hija.
– Se casan los dos, hijos míos; el uno con el otro. Y ya os he dicho que no hay obligación de pagar nada, que solo es un donativo.
– Un donativo sí, pero esa no es la cuestión, padre. La cuestión es quién lo paga.
– ¡El padre del novio! Anda que no te lo han dejado claro.
– ¡Pues, para mí, de claro, nada!
– Bueno, siempre puede llegarse a una solución de compromiso…
– ¿Eso quiere decir que lo podemos pagar entre los dos, padre?
– “Donemos”, siempre “donemos”.
– Por mí, de acuerdo.
– ¡Ah, no, ni hablar! Y no es porque me importe el dinero, ¿eh, señor cura?, que no me importa. ¡Es porque, lo que no me corresponde, no me corresponde!
* * *
El cura se sacudió las manos.
– ¡Hijos de Satanás!
Y cerró el enorme portón de la iglesia tras de sí. Hacía casi una hora que las últimas personas habían abandonado el templo y que el acto se había dado por concluido. ¿Es que nadie echaba de menos a esos dos gorrinos? De camino a la sacristía pensó que, por una vez y sin que sirviera de precedente, Gandhi habría batido palmas en su honor. El Señor… ¡Ay, el Señor! El Señor hasta le hubiera impuesto la gran cruz del mérito eclesiástico.
* * *
Explicación humana de lo sucedido:
Dado que lo dos seguían discutiendo y cada vez en un tono más elevado, el sacerdote de La Trinidad los invitó a salir. Amablemente. Ya no importaba que dejaran donativo o no, ya se las arreglaría para zurcir el roto, como siempre hacía. Y sí, salieron a la puerta de la iglesia, pero para discutir aún con más ardor. Dado que ya habían llegado a las manos, el padre salió a separarlos. En la operación, aguantó estoicamente que le propinaran (el uno y el otro, uno tras otro) varios golpes en la cara y en otras partes del cuerpo, pero después recibió un pisotón en el pie derecho, justo donde el ojo de gallo.
Manuel de Mágina- 2013
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Recuerdo esos tiempos, Manuel, de Celtas Extracortos, bodas que duraban dos días y donativos que, al final, eran prebendas más que otra cosa. Me has hecho sonreír.
Recuerdo una amiga, cuando yo me casé (allá por el jurásico :D), me preguntó: «Oye, tía, ¿cuánto te ha cobrado el cura por el bodorrio?», «La voluntad», le contesté yo. Y ella, perpleja, me insistió: «Pero tía, ¿qué voluntad?, ¿la tuya o la del novio?» 🙂 Lo que no le conté, la letra pequeña, es que mi parroquia no aceptaba donativos inferiores a las diez mil pesetas, porque cuando yo me casé todavía circulaba la emblemática peseta.
Pues eso, que la palabra donativo era, en aquellos tiempos, más grande que el calzón de un hipopótamo.
Por cierto, ¿cómo hubiera sido la explicación divina de lo sucedido? Ay, señor, señor… 😉
Un abrazo.