Bastó con aquel cruce de miradas como para saber que esa niña no iba a ser suya. No fue su perfume el que se lo negó, no fueron sus caricias las que le rechazaron, ni su pelo, ni su desafiante manera de caminar hacia él. Lo hicieron sus ojos.
Si fuera rubia o morena daba igual, probablemente ni lo recuerde. Tan solo la vaga idea de su silueta emborronada, contoneándose hacia su persona con ese aire descarado, lleno de vida, con los brazos abiertos hacia el mundo pero cruzados para él, fue lo necesario para darse cuenta que aquel pobre infeliz, apoyado en la farola con aquel tufillo a pis, si no daba un vuelco a su vida acabaría monotonizándola hasta convertirla en lo que había vivido durante esa noche.
Demasiado alcohol, mala compañía si te encuentras en su situación. Ninguna mujer que conociera en cualquier asqueroso club de mala muerte que frecuentara podía asemejarse con aquella bella estampa que le disponía el mundo, el destino o la fortuna en esa misma calle, por esa misma acera en la que él mismo había dado por terminada la noche.
La chiquilla no sería muchos más años menor que él pero él mismo sabía que la enfermiza vida que llevaba le hacía envejecer mucho más rápido. Aliñando a esa figura una sonrisa triste, donde tiempo atrás sonreía un niño como ella y que ahora no era más que unos labios con tono de desprecio.
Fue todo demasiado rápido, la niña aligeraba el paso, la sola presencia de aquel desconocido tan cerca de su casapuerta le daba mucho miedo. Con los hombros encogidos por la tensión tan solo pensaba en sacar la llave de su bolsillo y pisar lugar seguro cuanto antes. Pero esos ojos no eran los de un maleante. Con un rápido vistazo a su mirada pudo reconocer la melancolía de aquel pobre infeliz de vidriosos ojos y triste sonrisa. Al que le quedaba una larga y veraniega noche de verano en la calle, solo.
Quique Jiménez Almagro, @AkaJito7