No me gusta el negro; definitivamente, me roba luz, energía y, sobre todo, perspectiva. Pero, de alguna manera, tenía que enfrentarme a la sangre, que contrastaba demasiado en el blanco.
Mi sonrisa hacía pensar que mi resistencia era inagotable. Así que decidí disfrazarla: primero, sonriendo hacia adentro; con el tiempo, no tuve más remedio que apagarla hasta su extinción definitiva.
Mi luz proyectaba demasiadas sombras entre los que se colocaban en el sitio equivocado y sentían disminuidos sus brillos mientras notaban la ausencia de los que nunca habían tenido.
Mis tacones, con sus huellas y un eco recio y poderoso, intimidaban a quien, inseguro, no tenía decidido cómo abordar el camino, ni siquiera con qué ritmo.
Mi varita perdió su magia, prendida del agradecimiento que nunca recibía cuando se esforzaba en alegrar la vida a otros, en adivinar sus deseos o en acariciarles el desaliento. Como si la mereciesen per se. ¡Así no hay quien pueda crear semillas recíprocas de vida y esperanza!
La ausencia de ilusiones taló cada una de mis alas trasparentes; jamás pude emprender otro vuelo, así que tuve que cargar con el peso de mi cuerpo y de mis penas.
El gracioso lunar que habitaba en mi mejilla se tornó verruga; mi esperanza, desconfianza; mi anhelo, apatía; mi brillo, opacidad y mi alma se me escondió en un zapato para evitar que la volvieran a tirar al suelo.
De resultas y en defensa propia, apareció.
Mati Morata Sánchez
Colaboradora de esta Web en la sección
«Miradas con MatiZ»
Foto: Joaquín Zamora
Blog de la autora
¡Qué texto! ¡Cuánto contenido en unos párrafos! Esa transformación de la luz a la opacidad ante quienes se muestran tan desagradecidos.
Pero para mí que esas alas transparentes aún siguen bajo el vestido (nunca negro) de todas las hadas. La reversión siempre es posible.
Miles de besos, Mati.
Mi luz solo la pueden captar las hadas luminosas, como vosotras; querida Elena, querida Impía, querida Clara. Gracias de Co-razón. Mis alas, aunque rotas aún se agitan como si fueran de estreno cuando una amiga me silba. Así que ya sabéis, si me necesitáis…
Con qué sensibilidad y honradez has descrito la daga del egoísmo. Sí señora, porque el desagradecimiento es la forma de egoísmo más absoluta. Me has maravillado, bruja mala siendo tan buena. ¡Uff, me ha encantado!
Con esa luz tan poderosa seguro que las alas vuelven. O, quizás, ni siquiera se fueron. Precioso. También me ha encantado.