La hora sestea en la hamaca del mediodía y una brisa encendida dibuja inconclusas estelas de un boceto de tormenta.
Imperceptiblemente, cientos de manos han desparramado un tablero de cúmulos nimbados por el azul infinito y ya la atmósfera se abochorna sin remedio y los charcos transpiran por todos sus poros…
El sol enardecido arremete de nuevo contra las reminiscencias del verde e incendia los latidos de la tarde convirtiendo los campos en una amalgama de sudores y de jadeos de la sombra, pero la agonía es breve, pues densos nubarrones desandan ya sus pasos y el paisaje se hunde sin remedio en claroscuros.
Sin interrupción, se inmolan las últimas claridades en un mar de sombras y la tormenta avanza con las velas desplegadas. Mudas chispas recorren con celeridad un espacio de iones y un trueno herido aúlla su dolor al viento desatado.
Los relámpagos entrecortan sus silencios y la vida detiene la respiración…, luego, gruesos goterones desempolvan una estación que desentumece lentamente sus amarillos mientras los rayos sucumben en lo alto y en un momento dado, el cielo muda su expresión y la tierra se embriaga de verde.
Murió el estío en mi corazón…
Germán Gorraiz López