Los Balnearios. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (XXXVIII)

LOS BALNEARIOS

Los Balnearios.

 

      -Cuando se abría ante nosotros el horizonte de la gran laguna salada, a la izquierda, hacia La Puntica, veíamos el tinglado de los pescadores. Allí tendían y remendaban las redes de pesca y atracaban los barcos en su pequeño muelle. Eran la mayoría de vela latina y de características muy locales y ribereñas. Bien distintas a los del Mar Mayor como, las gentes de esas tierras, llamaba y llama al Mediterráneo, para distinguirlos.

      Y era entonces, Cholo -me explicó mi pupilo-, cuando el aroma de la salinidad de la laguna te envolvía de tal modo, que era un verdadero deleite. Porque el, dado que sus aguas tienen -y sobre todo tenían- un mínimo aporte de agua del Mediterráneo, en virtud de la evaporación, alcanza un grado de salinidad mucho mayor que éste y, todo quedaba impregnado con un olor especial, que atraía irremediablemente.

      Tras el varadero de barcos y el pueblo de pescadores, se llegaba a una gran curva y se contemplaba entonces todo el Mar Menor. Estábamos en Lo Pagán y, ante nosotros, los balnearios.

      El tío Saturnino, detuvo la tartana frente a la pasarela de uno de esos balnearios. No recuerda mi pupilo el nombre del que frecuentábamos. Era, junto al “Floridablanca”, uno de los de más clientela.

      Los balnearios públicos (también los había privados) eran el sitio idóneo para tomar los baños. Como el Mar Menor tiene una orilla casi en planicie, de tal modo que para alcanzar suficiente profundidad es necesario entrar bastantes metros en él, aquellos establecimientos tenían una larga pasarela de madera sobre el agua, por la que se llegaba hasta un edificio de madera en que se encontraba un salón con la recepción de clientes y, luego, pasillos paralelos a la orilla, a costado de la recepción, donde estaba la estructura de madera de las casetas numeradas, en las que ya dentro de ellas se procedía a desprenderse de la ropa de calle y quedar en bañador. Se alquilaban. Y las llaves para abrirlas, pendían de grandes llaveros que eran corchos de las redes de pesca, lo que les permitía flotar e impedían que se perdiesen en el fondo del mar, si se le caían al usuario. Llevaban también un cordel para ponérsela al cuello o en un brazo.

      Toda la estructura se sostenía sobre robustos pilares de madera anclados al subsuelo marino.

      -El interior de la caseta -me dice mi pupilo- tendría unos seis metros cuadrados de superficie (tres por dos metros) aproximadamente- Provista de unos bancos corridos de tablas de madera y de perchas para la ropa. En uno de los laterales, orientados hacia la orilla, existía una amplia abertura por la que se descendía hasta el agua por una cómoda escalera inclinada de peldaños de madera. Con este modo de bañarse, se conseguía la intimidad del cambio de ropa, el no pisar la siempre molesta arena seca de la orilla y, de ser necesario, tomar el baño protegido del sol, situándose bajo la estructura.

      Aquellos balnearios, debieron ser protegidos, pues son todo un legado cultural. El “Floridablanca”, además, era un gran restaurante y una de sus estructuras tenía forma de barco. Hoy son historia.

      (Continuará…)

 

Gregorio L. Piñero

   (Foto: balneario en Lo Pagán).

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