Cuentos estivales (LIX)
La ropavieja.
-Por las mañanas -ha comenzado a decirme mi pupilo- los zagales nos reuníamos a jugar. Donde más nos gustaba estar era en casa de Saturninico, porque tenía una huerto emparrado en el atrio, que daba mucha sombra y -sobre todo, Cholo- porque sus hermanas Fina, Remedicos y Agustinica nos cuidaban, sin que nos faltase nunca agua fresca, algunos caramelos e, incluso, alguna jícara de los chocolates “Tárraga” y “El Castillo”, las marcas de la fábrica local y que regalaba pequeños tomos de los “Cuentos de Calleja”.
Allí hacían bancales en miniatura plantando algún garbanzo, alguna habichuela, o algún pequeño plantón de pimiento o tomatera, que regaban y cuidaban, saciando con la experimentación su avidez de aprendizaje de los cultivos agrícolas. Y, mientras iban germinado aquellas semillas, hacían barro con la tierra y moldeaban piezas alfareras como cuencos, platos, vasos y panes. Muchos panes. Era lo más fácil.
-Riega tú los pimientos, Santiaguico -le decía su hermano José Antonio- que yo regaré los garbanzos. Mientras Saturninico, procedía a realizar obras de ingeniería hidráulica, simulando un sifón cubriendo con medias cañas a modo de puente, en un diminuto camino previamente horadado para aparentar un cauce, con mi pupilo de ayudante.
Así que, cuando regresaban a sus casas poco antes de la hora de comer, iban rebozados en barro, siendo irremediable el tener que pasar por un buen enjuague en el barreño de cinc.
Aquel día la abuela Encarna había preparado cocido para la comida. Al contrario de lo que pudiera pensarse, no resultaba llamativo que, en el mes de agosto, un buen cocido fuese el plato central. Eso sí, no todos tomaban la sopa de primero y se dejaba para la noche. ¡Estaba riquísimo! Y lo que es mejor, Cholo, lo que realmente era una fiesta gastronómica, cuando había cocido, era la cena, pues con sus sobras se preparaba un plato que es delicia de dioses.
Dice mi pupilo que, a parte de la sopa, como más le gusta comer el cocido es en varios platos: en uno, machaca con el tenedor las patatas, garbanzos y verduras, haciendo una especie de puré, con un buen chorreón de aceite de oliva y un poco de sal. Y un segundo con un poco de las carnes de la cocción. Pero, y sobre todo, el tercero, a la cena, con el sofrito de las sobras del mediodía, que es la “ropavieja”, que la abuela Encarna conseguía hacer de maravilla.
Y, a la noche, nueva partida de tute, nueva tertulia, y ya un saborcillo de tristeza, porque agosto iba tocando a su fin.
(Continuará).
Gregorio L. Piñero
(Foto: mi pupilo con sus abuelos Basilio y Encarna en el atrio de la casa. Que así estaba casi siempre: sobre sus faldas o las de su madrina. Álbum familiar).