La plenitud.
Si han visto alguna vez un rayo de sol incidir plenamente en una superficie verde como la hierba, verán que, si lo hace a una determinada hora del día, la hierba se vuelve si acaso todavía más bella. Si han observado también la Naturaleza en todo su esplendor y apogeo, se darán cuenta que todo bulle plenamente alrededor: el trinar de los pájaros, los árboles mecidos, los ríos que fluyen, el agua que choca contra las rocas, los pétalos que despiertan. A esto también se le podría llamar PLENITUD.
Más allá de la intimidad de la naturaleza, vayamos a un campo mucho más prosaico que, a fin de cuentas, es el de la vida misma. La del día a día. Por mi trabajo de actriz, cada vez que algún periodista me hace una entrevista, a la pregunta de cómo quisiera verme en unos años, ya tengo la respuesta preparada; la réplica, sin andarme mucho por las ramas, suele ser contundente, clara y concisa: PLENA. Me gustaría encontrarme plena. No digo feliz, no digo tranquila ni digo serena. Contesto sana y llanamente “plena”. Y el entrevistador, no contento con mi lacónica respuesta, sin descuidar su role, me suele interrogar de nuevo: “¿pero en qué sentido, plena?”. Y con esta última pregunta en cuestión que no tiene nada de gracia y una mirada afilada por mi parte, termina apresuradamente nuestro encuentro radiofónico. Y me marcho a casa cabreada. Y me pregunto: ¿acaso este estado de plenitud está conformado por unos divisorios compartimentos estancos, que no se relacionan ni interactúan entre sí?, ¿o pilares como lo personal, lo afectivo y lo laboral no hacen juntos una vida completa? ¿No fue Carmen Laforet preguntada en su momento por sus dos vidas “paralelas”, la de madre y la de escritora y cuál de las dos era más importante para ella o la que le requería si cabe más atención? ¿Qué sucedía? ¿Qué en un mundo de hombres había que elegir? ¿No podía Laforet sentirse plena en todos los sentidos de su vida?
Aprovecho para hacer una defensa a ultranza de la plenitud del ser, de la que apenas se habla, a veces de refilón porque siempre enfocamos nuestras vidas hacia la necesidad de felicidad o a la tentación del éxito, al mírame que bien me queda, fotografía esto o aquello, dale rápido a me gusta o comparte ahora mismo tu estado. Si aprovechan su tiempo y leen espaciosa y tranquilamente al filósofo Emilio Lledó, persona de gran talla humanística, intelectual y sobre todo personal y elijen su libro titulado EN TORNO AL “BIENSER”, (término acuñado por él mismo) verán asimismo que habla sobre la plenitud. A colación del capítulo LOS JARDINES DE ADONIS, Lledó menciona “la plenitud de la siembra” para referirse metafóricamente a las palabras, que, posteriores al pensamiento, son como semillas. El Filósofo, que nunca defrauda, muy al contrario, va desgranando en esta Antología sus pensamientos filosóficos sobre Educación e Igualdad; se percibe cómo se le antoja necesaria la Literatura o versan sus páginas sobre un don Alonso Quijano bastante observador y un tanto intelectual , sobre el Epicureísmo o sobre la Felicidad; y discurre también y no de puntillas sobre la Verdad y la Belleza; en definitiva, eleva estos capítulos a un sobresaliente estudio sobre lo que Él considera el corazón de las Humanidades.
Por mi parte, considero que, releyendo a Emilio, algo de plenitud he ganado por el camino y termino permitiéndome la arrogancia de darles un consejo final: ya que el camino suele ser pedregoso, procúrense al menos una vez o dos o tres al día, las que consideren, un momento de plenitud, que, a buen seguro, lo tienen muy merecido.
USUE MENDAZA