Cuentos estivales (LVIII)
La casa Servet.
-¿Hay baño? -Preguntó un mediodía más, por la ventana del comedor, el tío Carlos.
-No. Pero hay viaje. -Le contestó el abuelo Basilio. Hemos de ir a San Pedro, a la Casa del Reloj.
-La Casa del Reloj, amigo Cholo, es un palacete entre eclético y modernista, con diseños constructivos que van desde rasgos alpinos hasta neomudéjares y que recibe su nombre popular, porque en lo alto de su fachada trasera (aunque es la que se ve desde el exterior), bajo un tímpano con rasgos neogóticos, tiene instalado un reloj. -Me ha dicho mi pupilo.
Pasada la siesta, el tío Carlos tenía dispuesta la tartana con el “macho” al frente y subieron a ella el tío-abuelo Emilio, el abuelo Basilio y mi pupilo, dirigiéndose con el tiro cascabelero de la caballería y su alegre cabezal, hasta el cercano pueblo.
La casa fue construida por la familia Servet a finales del siglo XIX, como residencia de descanso. A su llegada, personal de servicio abrió la puerta principal de acceso al jardín, llegando hasta una replaceta circular, donde descendimos, retirando el carruaje hasta unas cocheras cercanas donde el caballo pudo beber agua y descansar.
Les recibió -me contó mi pupilo- un señor de edad semejante a la de mi abuelo y su esposa, aparentemente más joven y una niña, su nieta, de edad parecida a la de mi pupilo, que rápidamente simpatizaron. Eran los propietarios en ese momento de la Quinta de San Sebastián, como también se le llamaba a esa casa y que el abuelo Basilio conocía del Casino de Murcia, donde en conversación de unos meses atrás, prometió la visita que ahora realizaba.
Mientras tomaban una limonada sentada en un velador de jardín junto a un pequeño estanque circular, su nueva amiga le enseñó parte de la casa, ya algo ajada. Quedó impresionado con una escalera con dos grandes columnas de madera por sustento y el salón de billar. Mi pupilo dice no recordar el nombre de la niña, aunque cree que se llamaba Rosa. Le mostró varias de sus habitaciones, como su dormitorio, con muebles estilo imperio que le deslumbraron, junto a magníficas pinturas y esculturas, la capilla de San Sebastián, con un impresionante cuadro de la Santa Cruz, algo oscurecido por la pátina del tiempo, y en el que las caras de los ángeles son retratos de los niños de la familia en 1894. Así como los jardines, de grandes eucaliptos y palmeras, hasta volver junto a los mayores para tomar también una limonada.
Y, al empezar a caer la tarde, se despidieron de sus anfitriones agradeciéndoles su acogida.
-De entre las habitaciones que vi, amigo Cholo, estaba casi intacta la habitación donde falleció en mayo de 1899, don Emilio Castelar, presidente de la Primera República española y, probablemente, uno de los mejores oradores parlamentarios de nuestra historia.
Para tratar de recuperarle de la enfermedad cardíaca que padecía y a la postre causó su óbito, su gran amigo Don Ramón de Campoamor, le convenció para que viniese a sanar a estas tierras ribereñas. Aquella habitación de invitados ilustres también albergó el descanso de Don José Ortega y Gasset, pues estaba casado con una descendiente de los primeros propietarios. Y Don Gregorio Marañón.
Unos veranos después, la casa comenzó a deteriorarse visiblemente, hasta que en los años noventa del pasado siglo fue restaurada espléndidamente y hoy es un restaurante de gran calidad.
-Aún recuerdo con emoción cuando pasé la punta de mis dedos por la cama. Fue una experiencia inolvidable. -Me dijo mi pupilo, antes de acostarnos.
-¿Admitirán mascotas en ese restaurante?, me pregunté mientras concilié el sueño. Me gustaría también conocer la casa.
(Continuará).
Gregorio L. Piñero
(Casa Servet. Foto: Julio Gil).