Ha desaparecido una biblioteca.
Al igual que la palabra ‘amor’ se pierde en la noche de los tiempos y, aun así, siendo tan vieja, resulta tan recién estrenada cuando se pronuncia por vez primera en labios enamorados, con las palabras ‘pérdida irreparable’ o ‘compañero del alma’ ocurre otro tanto: vuelven a renovarse y a sonar con un dolor desconocido cuando se manifiestan por una herida nueva producida por la muerte de un amigo. Por eso, querido Pepe, me permito llorar tu muerte recuperando las palabras del poeta: «Quiero desamordazarte y regresarte…».
Se me ha ido mi amigo, mi maestro, mi compañero de página, diría que ‘mi’ García Martínez, pero sé que no estaría siendo justa porque Pepe no pertenecía ni a su familia ni a nuestro periódico ni a su tierra, de la que, con legítimo orgullo, presumió y, por supuesto, mucho menos podría pertenecerme a mí. Pepe era universal, y su patria y su alma estaban en las letras, en esas palabras que fluían del corazón a su pluma, en esos asuntos que llevaba en su mente y que le permitían parir cada día una columna.
Cuando hace más de un año iniciamos un ilusionado proyecto común uniendo sus vivencias en nuestra tierra a fotos realizadas por mi padre en la década de los cuarenta y que yo le seleccionaba, él me urgía en esa búsqueda; me decía que tenía prisa por terminarlo, y yo, que lo pensaba eterno, lo tranquilizaba asegurándole que no se preocupara, porque a los del más allá no les gusta que dejemos cosas a medio acabar y que siempre nos concederían el tiempo preciso para terminarlas.
Pero él, sabio –y quizá intuyendo que en nada me asistía la razón–, seguía apremiándome para que realizara mi parte del trato. Y la cumplí. Pero él no ha podido. Se me ha ido dejándome las manos llenas de fotos y el corazón roto de dolor.
Y sí, yo quiero llorarlo con los versos de Miguel Hernández, porque me he quedado sin palabras para expresar mi dolor.
Ana Mª Tomás