Entre locos anda el juego.

Entre locos anda el juego

entre locos anda el juego

 

Quizás lo que de verdad ocurre con M. es que juega a desconcertarme y hace como que no reconoce las vocales, sería una forma de fastidiarme, me cuesta trabajo creer que realmente no se las sepa, una niña como ella, tan espabilada para tantas cosas…y a la vez tan teatral y obsesionada con llamar la atención, con esa facilidad suya para sorprendernos a todos, igual no es tanto llamar la atención lo que persigue, igual se limita a seguir sus impulsos, esos arranques irrefrenables que la llevan a meterse debajo de una mesa absolutamente convencida de que ya no está en la escuela, de que ya no podemos verla y por tanto queda liberada de rutinas, tareas y engorrosas obligaciones; por espacio de cinco o diez minutos vagabundea por sus fantasiosos mundos, poblados de vaya usted a saber qué misteriosos personajes y extraordinarios paisajes. La dejamos ahí tranquila, hemos entendido que ella necesita ese desahogo y no queremos contrariarla, después de todo no podemos asegurar que nuestras cotidianas rutinas sean mejor que sus escapadas imaginarias. Cuando acaba su «fuga» reaparece como si tal cosa, regresa a su sitio en su mesa y reanuda la tarea que dejó inacabada.

El otro día, después del recreo, se presentó en clase con un saltamontes que encontró en el patio y milagrosamente permanecía absolutamente quieto sobre su dedo. Creí que iba a ser difícil convencerla de que lo mejor para el bicho sería que lo soltáramos en el jardín, para que andara y saltara por allí libremente y pudiera comer pequeños insectos y plantas y fabricarse su propia casa. Si lo metíamos en una caja como ella sugirió al principio, perdería su libertad, se pondría triste y finalmente se moriría. Se mostró entusiasmada con la idea y juntos salimos al jardín y se agachó en la tierra y tuvo que empujar con su mano libre al apaciguado ortóptero, que no parecía mostrar el menor entusiasmo por abandonar su dedo.

L. lloró a la entrada porque quería una pelota que la madre no le daba. S. también se hizo el remolón, lloriqueaba sin mucha convicción, caminé con él de la mano hasta la clase y una vez allí se olvidó de lo que quiera que fuese que no le animaba a entrar. Les digo que están muy locos, como yo mismo que tampoco ando muy cuerdo, les digo que no me gustan esos adultos de gesto serio, esos tan formales que caminan muy derechitos por su sitio y llevan siempre corbata y no son muy propensos a jugar y reír con los niños. «Estás muy loco maestro». No te pases L., me gusta divertirme con vosotros pero no olvides que soy el maestro, el que manda aquí, algunos locos mandan más que otros. Y eso nunca se sabe bien dónde conduce.

Máximo González Granados

(Del blog «Bitácora de un maestro rural»)

 

maxigonzado

Segundo Premio Certamen Poemas sin Rostro 2016

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