El antídoto del Humor
No hay nada más sanador que una persona que nos haga reír, ver una de esas tantas comedias con las que disfrutamos como niños de principio a fin o la lectura de un libro que nos depara una y mil sonrisas. Me interesa desde hace mucho, el binomio Literatura-Humor y hace tiempo que siento una admiración natural por los escritores que manejan a su antojo el poder de no tomarse a ellos ni a lo que escriben demasiado en serio. Muy al contrario. Saben desmitificar con ese hábil ardid humorístico siempre locuaz pero congruente, temas siempre tan candentes como lo son el dolor, la muerte, el amor o el tiempo. Y convierten una situación argumental que a simple vista podría resultar irrisoria o falta de interés, en una escena con talento y gracia. Esa gracia que nos ladea la comisura de los labios y nos hace parpadear un rato, al tiempo que asentimos con la cabeza ladeada en forma de interés y simpático asentimiento porque el niño protagonista de la novela, con su mirada ingenua e infantil hacia las cosas que pertenecen al mundo de los adultos, nos ha cautivado de manera despiadada con sus encantos.
Es lo que consigue Miguel Delibes en varios de los pasajes de “El Camino”. A saber. El contencioso que en los albores de una España rural casi medio olvidada, mantienen sus tres niños protagonistas, Daniel el Mochuelo, Roque el Moñigo y German el Tiñoso, a cuenta del por qué del olor de los muertos o del radiante cutis de la idolatrada, joven y bien posicionada Mica. A la postre, los niños llegan a dos sabias conclusiones: que la Mica olerá como todo el mundo cuando se muera, a demonios “como todo hijo de vecino” y que las muchachas que no son de la capital, no tienen el cutis de la Mica, que sí es de la capital, porque a las que son de pueblo, pueblo, el sol “les quema el pellejo o el agua se lo arruga”. Para Daniel el Mochuelo, que adora a su Mica, ella es la única de todo el pueblo que tiene “cutis”. Experimenta el Mochuelo como un latigazo en sangre cuando el Tiñoso, le confiesa con gran convicción, que la Mica, además de oler mal, como todos los demás, cuando se muera, también se deshará en polvo. Para Daniel el Mochuelo, la Mica no puede nunca oler mal. Ni cuando se muera.!!
O el pasaje del libro de la discusión que mantienen Daniel el Mochuelo con el Tiñoso a raíz del ruido que hacen las perdices al volar. El primero acaba convenciéndose de que emiten siempre el sonido “Prrrrr” porque su padre el Quesero, al que Daniel vigila imitando el vuelo de las aves durante la caza, hace siempre “prrrr”. A lo que el Tiñoso le discute fuerte porque afirma que las perdices hacen “Brrrr” y no “prrrr”. Al final no resulta viable el llegar a un acuerdo verbal entre ambos sobre el ruido exacto de las perdices y se termina la conversación a regañadientes.
Miguel Delibes valora como nadie la autenticidad, la evocación de lo natural y valiéndose de la anáfora en un relato denodadamente rítmico y sencillo, no exento de tildes humorísticas, – como hemos visto – puede llegar a enamorar, como lo ha hecho conmigo, a sus lectores, ávidos de una prosa sensible, evocadora de un universo realista conformado por personajes cuyas infancias, reconozcamos sin pudor, se nos parecen. Y entre párrafo y párrafo, Delibes sabe distender o aflojar lo tenso de ese universo y nos entrega varias de sus píldoras en clave de un humor inteligente. Como lo era Delibes. Y no un humor escandaloso que chirria y que provoca la carcajada fácil. Todo lo contrario. El humor de Delibes fluye de las cosas sencillas, como la naturaleza misma. Esa naturaleza que tanto quería.
Y si nos quisiéramos a nosotros mismos, tanto como Delibes quiso a la naturaleza, a tientas o a ciegas nos dejaríamos seducir por el humor destilado en los libros escritos por y para ello. Para hacernos sonreír. Sí. Debiéramos hacerlo. Dejarnos seducir por el Humor. Y no “de uvas a peras” valga el coloquialismo. Sería más que sano hacerlo cada día. Está en juego la salud y nuestra felicidad.
USUE MENDAZA