El ajedrez. Por Gregorio L. Piñero. Cuentos estivales.

Cuentos estivales (LIV)

EL AJEDREZ

El ajedrez

      -Aquella tarde estaba algo revoltoso y no era capaz de conciliar la siesta. -Me ha empezado a comentar mi pupilo.

      De modo que, aprovechando que su madrina sí que se había quedado profundamente dormida, se levantó sigilosamente de la cama y salió del dormitorio, con la intención de ir a jugar a la calle. El abuelo Basilio, dormitaba en un gran sillón de mimbre y, al oírle, con toda la sabiduría pedagógica de su excepcional experiencia como maestro, le llamó la atención.

      -¿Dónde va usted, caballerete? -le preguntó suavemente.

      Mi pupilo quedó sorprendido. No esperaba que su fuga de la siesta fuese tan pronto frustrada.

      -¿Sabes jugar al ajedrez? ¡Ven! Te voy a enseñar.

      Y el paciente abuelo Basilio interrumpió su plácida cabezadica, dispuso el tablero sobre uno de los veladores de la casa, el más cercano a su asiento, y extrajo de la caja las piezas. Le fue explicando el movimiento de cada una de ellas y, jugó su nieto la primera partida de su vida.

      Tanto gustó el juego a mi pupilo que, a partir de ese momento, retaba a todos los de la casa: que si al tío-abuelo Emilio, que si a los tíos primos o a los tíos. Nadie se libraba.

      Algún año después, me dice mi pupilo que ahorró algo de dinero para poder hacerse de un libro de ajedrez que adquirió en una librería cercana a la Iglesia parroquial de San Pedro, en el centro de la ciudad. Y comenzó a estudiar aperturas y defensas que desarrollaba a solas en el tablero e intentaba luego poner en práctica en las partidas reales. Era un libro especialmente dedicado al estudio del Gran Maestro español Arturito Pomar.

      -Y esa afición, que con tanto acierto me despertó mi abuelo, aún la mantengo, mi fiel amigo. Aunque este verano, no sé muy bien el porqué, he jugado muy poco. ¿Estaré perdiendo facultades? -Ha meditado en voz alta.

      Y de esto último, estoy seguro, porque sigue diariamente con sus extrañas excentricidades y se le nota muy falto de la sensatez de la que presume tuvo alguna vez. Si me enseñara, jugaría con él.

      (Continuará).

Gregorio L. Piñero

(Foto: años después, el tío José Alberto (Pepe) y mi pupilo, en presencia de su primo Álvaro, disputan una reñida partida de ajedrez con unas artísticas piezas de sus tíos Álvaro y Aurelia).

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