Todos los nombres de la ausencia. Por Carmen Pita García

 

 Ando con prisa y no la tengo; me contagia el ir y venir de la gente de no sé qué alegría. Observo en sus caras, unas caras cualesquiera, el brillo de la luz ilusoria del alumbrado navideño. La calle rebosa: casi parece que no hay crisis. Casi. «Qué pena de fiestas, en qué se han convertido», me digo mientras voy camino de hacer lo mismo que critico: comprar.

 Contemplo los escaparates. Llama mi atención uno que tiene a los Reyes Magos en su puerta. Una hilera de niños con su carta en la mano aguarda para entregársela. Reparo en sus ojos y descubro en su mirada la espera prodigiosa.

 Continúo mi camino; compro lo necesario y mucho más. Me remuerde la conciencia. Me salpica agua, me vuelvo y descubro a una niña saltando un pequeño charco. La madre me pide disculpas y, después de recriminar a la pequeña, le pide que haga lo mismo. Sonrío agradecida. Recuerdo mi infancia, cuando los charcos eran algo muy corriente los días de lluvia y formaban parte de nuestros juegos. Recuerdo a mi abuela, a Galicia y al sol jugando al escondite. Mamá siempre se quejaba del nublado, y tú explicabas, con esa gracia tan tuya, que Galicia era el único lugar del mundo donde se podía mirar al astro rey de frente y a la cara. De tú a tú. No puedo seguir, necesito sentarme. Ni la calle, ni la gente, ni las tiendas me dicen nada.

 Ahora estoy en un banco, y parece que todo se ha confabulado para que te añore, abuela. El asiento húmedo, el suelo mojado, el cielo gris, y al sol puedo buscarlo sin miedo a cegarme. Mi memoria recupera aquellos años de mi infancia en que dejábamos nuestra ciudad, mediterránea de claros contornos, para reunirnos con nuestra familia, extensa de hermanos y tíos. Y con los primos, anhelados compañeros de juegos. Pero ir a Galicia, abuela, era ir a ti. Principio y fin de todo.

 Ya sabes que soy madre; al pequeño no llegaste a conocerlo. Yo les hablo mucho de ti, y, cuando tienen miedo por las noches, hago lo mismo que tú hacías conmigo. Aunque, a veces, me falla la paciencia. ¿Te acuerdas, abuela, de cuando te quedabas conmigo en la habitación hasta que me dormía? ¿Te acuerdas, abuela, de que mis padres decían que me malcriabas? ¿Te acuerdas, abuela, de que yo me quejaba de que parecía que papá y mamá nunca habían sido niños? ¿Te acuerdas, abuela, de esa sombra que me acechaba hasta que tú llegabas? ¿Te acuerdas, abuela, de que eras mi aliada en la noche, mi consuelo? ¿Será que ahora, sin yo quererlo, me parezco más a mis padres, mis hijos a mí cuando niña, mis padres a ti cuando abuela? ¿Y será que tendré que esperar a ser abuela para rescatar a la niña que fui? ¿Será eso?

 A tu lado aprendí tantas cosas. La primera, a sentir: sin esto nada de lo que vino después tendría significado. También, a soñar. Contigo leí mi primer libro de hadas, y entre las dos las coloreábamos en el aire. Y a pensar.

 Recuerdo cuando me leías El Principito, todavía puedo oír tu voz repitiendo esa cita que te gustaba tanto: «Carminiña, “solo con el corazón se puede ver bien: porque lo esencial es invisible a los ojos”». Abuela, nunca te dije que en mis momentos de soledad, y a escondidas, rasgaba el aire, arañaba el viento, intentando hallar el agujero invisible que creía morada de la esencia de las cosas.

 Siempre que tenía miedo me razonabas que no temiera, que me protegían mis alas de paloma. «No las veo, abuela, ni las toco, ni las siento». «Las tienes, neniña –respondías–, solo que no podrás notarlas hasta que seas capaz de descubrirlas en los demás, en las personas que te rodean». Ay, abuela, yo te escuchaba como se escucha a un hada: encantada.

 Miro el reloj. ¡Uf, qué tarde es! Debo irme a casa. Me he perdido en el pasado. ¿Recordar es otra forma de soñar? Estos días tan entrañables tienen el veneno de la ausencia y de su hija la nostalgia. Nostalgia, quién mejor que tú podía hablarme de ella. Cuando venías al Sur a visitarnos, decías que llevabas tu tierra dentro, y te reclamaba la vuelta; que extrañabas la puesta de sol encendiendo el océano. O la luz de Selene en las noches de plenilunio, iluminando cada gota de lluvia caída en la hierba, en los árboles, en las hojas. ¡Y cómo estaba yo de atenta! ¡Y hechizada!, imaginándome a una meiga corriendo tras los castaños centenarios, no fuera a señalarla algún rayo lunero. Qué capacidad tiene la infancia de convertir una pequeña historia en leyenda y una pequeña acción en epopeya.

 Hija de la bruma y del agua, quiero apoyar mi cabeza en tu hombro. Aunque solo sea un momento, un segundo. Ay, abuela, siempre contabas que, cuando echamos en falta algo o a alguien, la nostalgia nos despierta temprano, nos acompaña toda la mañana, nos deja casi sin apetito para la comida. Con la siesta se torna en saudade (casi olía a especias de otros mundos al sonido de esta palabra) y, con la anochecida, en morriña.

Abuela, sé que lo tengo todo, una familia, hijos, y hasta un marido que me quiere; pero sigo buscando tu hueco, tu regazo para protegerme de la oscuridad. Ahora entiendo cuando afirmabas que la añoranza no tiene hora del día. Ocupa toda la existencia.

Ya es Navidad. También aprendí el origen de esta palabra a tu lado. Seguro que las monjas me lo explicaron igual, pero a ellas las he olvidado y a ti no. Recuerdo como mimabas cada detalle: todo significaba, todo importaba. Aquellos velones rojos de Adviento, que ibas alumbrando cada semana y que yo, contrariándote, me empeñaba en encender de golpe. Cómo te ponías a pensar en esa noche, entrañable y mágica, en la que nos reuniríamos todos, hijos y nietos, en tu mesa, a tu lado. Y pasabas las horas y los días preparando en la lareira el menú especial.

navidad vela ventana

 Han pasado los años y ahora soy yo la que prepara la cena de Nochebuena para la familia. Papá y mamá ya están mayores y no tienen tu fortaleza, especialmente mamá. Los reúno a todos, como tú querrías. Si vieras, abuela, cómo sigo tu ejemplo. ¡¿Quién me lo iba a decir?!

¿Te acuerdas de esos años tontos en los que renegué de todo y de todos? ¡Hasta de ti, abuela! Eso es lo que más me duele. ¿Sabes?, mi hijo, el mayor, está tan contestatario como lo era yo; casi nos tira el Belén y el árbol por la ventana y nos ha llamado «panda de beatos y de consumistas». Ya se le pasará…

 Aquí estoy: llevo días preparándolo todo. Lo he hecho con el mismo mimo que lo hacías tú. ¿Sabes el menú?: «Bacalao con coliflor». Mantener nuestras tradiciones nos acerca a lo que ya hemos perdido. Huele a ti, abuela, toda la casa está impregnada de ti. Y tus palabras me suenan con una claridad celestial: «Recuerda siempre, miña neniña, que las fiestas de Navidad son las únicas que aúnan pompa y recogimiento». ¡Qué sabia eras, abuela!

 Ya está todo listo. Me gusta pensar que te sentirías orgullosa de mí si lo vieras: la chimenea ardiendo, la mesa engalanada; a la derecha el Belén, hecho de aliento; al fondo el abeto, verde de luces. Y yo, en la ventana, esperando. No sé si te he dicho que vivo en el interior y nieva. Veo como caen los copos blancos, veo una noche cerrada y metálica. Veo el frío. Sin embargo, yo, tras el cristal, siento el calor de la dulce espera, del convencimiento de que en breve estarán todos aquí dispuestos a cenar. Hasta tu bisnieto, el rebelde.

Sigo en la ventana. La gélida noche exterior se atenúa con el reflejo vivo del fuego que prende el tronco del hogar. A lo lejos parece que hay gente. Se dirigen hacia aquí. Son ellos, seguro que son ellos: mi familia. A pesar de que el cristal está empañado, puedo reconocerlos. Portan algo en sus espaldas… Te veo también a ti, reflejada, y con tu guiño de complicidad me señalas la mía. Llevo mis manos hacia atrás, y las toco y las siento. Sí, abuela, ahora…

 Ahora puedo ver mis alas de paloma.

 

Carmen Pita García

 

 

 

 

 

 

18 comentarios:

  1. Antonio Marchal-Sabater

    Un relato de navidad, emotivo, sencillo y profundo, creado por una pluma sensible que promete. Me ha gustado mucho.

  2. Siempre me he preguntado por qué la Navidad nos vuelve tan nostálgicos; por qué es entonces cuando echamos más de menos a quienes se fueron, como si el resto del año estuviéramos adormecidos en la rutina y la monotonía. Tú nos lo has explicado tan bien que me has hecho volver los ojos al rinconcito de la calle Luis Montoto donde celebraba mi familia sus días de reencuentro y pensar que este año, cuando prepare la mesa de Nochebuena y espere a los míos (sí, yo también he tomado el relevo en esos quehaceres), me asomaré al cristal helado de mi Céfiro y buscaré sus alas a la espalda.
    Feliz Navidad perpetua, amiga.

    • Elena, estoy contigo en que el espíritu navideño debería acompañarnos todo el año. Pero la vida… y los humanos somos así de contradictorios y olvidadizos. Quizás, por eso necesitamos estas fechas como si fueran «el día del recuerdo».

      Y las alas seguro que las encuentras. Yo te las veo. Besiños, amiga.

  3. Hermoso relato evocador de recuerdos y de una Navidad que inevitablemente siempre nos sabrá a ausencia.

    Mucha gente dice que no le gusta la Navidad por el sentimiento de pérdida que provoca. Yo tengo la certeza de que esa ausencia podemos convertirla en belleza si valoramos aquello que perdimos y damos gracias por cada momento que lo tuvimos.

    Eso es lo que transmites en tu relato. Eso, y la «herencia»: esa esencia que a veces pasa desapercibida, sin la cual no existiríamos, a la que le has puesto plumas blancas.
    Enhorabuena.

    • Sí, Laura, tenemos que dar gracias por haber tenido la oportunidad de conocer personas maravillosas que, desgraciadamente, ya no están; pero nos han dejado una huella imborrable. Un besazo.

  4. María José Martí

    Qué bonita palabra, saudade, me has recordado la dulzura de Rosalía de Castro, en ésta narración maravillosa, que me ha hecho revivir también momentos de la niñez, de mi propia abuela… Y qué bien narrado, y qué bien atado. No se puede contar mejor.

  5. Qué magia, qué cuento de Navidad tan bello. Es posible que las ausencias, cuando son irremplazables, nos reclamen, desde lo más hondo, desde el mismo corazón donde han quedado guardadas para siempre.
    Qué belleza en la sencillez , qué molde sensible para el alma de tus palabras, qué dulzura de herencia y con qué mimo y grandeza la defiendes.
    Qué orgullo para tu abuela,de nieta.
    Qué suerte para el lector, la generosidad de tu interior derramado en frases.
    Qué honor para tus amigos leerte en talento y sensibilidad exquisita.

    Carmen Pita, menudo regalo de Navidad tan hermoso tu relato, y menudo regalo de vida tu persona.

    Felicidades!!! Que tus alas nunca te lleven lejos de mí, porque por nada del mundo quiero perderme ni uno de tus vuelos.

    • Ameli, cómo transmiten tus palabras, tanto que estoy segura de que has disfrutado muchísimo leyéndolo. No sabes qué satisfacción tan grande siento.

      Muchas gracias, amiga, yo tampoco quiero perderme ninguno de tus vuelos.

  6. Leyendo los comentarios que ha suscitado tu relato navideño, solo puedo unirme a sus aplausos, a sus sonrisas, a sus emociones. Me ha gustado mucho. Trata las nostalgias que estos días nos atenazan a casi todos, pero muy bien explicado. Felicidades Carmen.

    • Raúl, estoy convencida de que tú también sabes de eso… De nostalgias.

      Muchas gracias por leerme y por tu comentario. Un abrazo cariñoso.

  7. Carmen, que emotiva hisoria. Creo que compartimos un recuerdo imborrable de aquellas navidades artesanas de principio a fin.Y las abuelas, mi abuela también dejó sembrada mi mente de ejemplos de amor y fortaleza.
    Esta nochebuena brindaré por todas las abuelas que viven en nuestro recuerdo.
    Un beso muy grande
    Luisa

    • Luisa, yo también brindaré por nuestras maravillosas abuelas. Muchas gracias por tus amables palabras. Un beso casi tan inmenso como tú.

  8. Has removido, Carmen, nuestros recuerdos y afectos más profundos, rescatado olores y sabores de la infancia… añoranzas vivas de los momentos más felices y de los seres más queridos.
    ¿Qué tendrá Galicia que necesita hasta tres términos para plasmar las distintas formas de apretar el nudo en el pecho ? Nostalgia, saudade, morriña…¡Qué bien lo has explicado!
    ¿Y qué tendrán los días grises de la navidad para que sintamos más que nunca la opresión de este nudo?
    Menos mal que nos queda la belleza de las alas.
    .
    Enhorabuena, amiga, y gracias por este hermoso regalo navideño, tan bien construido y tan bien envuelto en imágenes emotivas y poéticas. Un beso.

  9. Al hombre:

    Qué bonito escuchar que he «removido» recuerdos y emociones. Me ha encantado.

    Al profesor:

    Qué satisfacción tan grande que afirmes que está «bien construido…, bien envuelto»

    A Gervasio:

    Muchas gracias por tus palabras, amigo. Deseo que sigamos encontrándonos, al menos, literariamente. Un abrazo cariñoso.

  10. amiga mia… un descuido y mi legendario despiste han hecho que mi respuesta, que entonces habría sido la primera, se perdiese en ese limbo a donde van a parar los besos de abuela y las alas de paloma…pero así tengo el placer de comentar dos veces un relato que bien podría ser el cuento de navidad de Dickens si éste hubiese sido gallego, pues rezuma magia, ternura, tradiciones que vamos heredando…el amor imperecedero por esas personas que la gente de alma pobre dicen que…»faltan». Y contado con ese gusto, esa sensibilidad que te ha hecho volver a ser niña a medida que nos traspasas tu recuerdo, un recuerdo que ha hecho aflorar a esas abuelas, madres, hijos…que no están más que en nuestros corazones ya. Es curioso…no he visto este año todavia «Qué bello es vivir» pero acabo de escuchar una campanilla…seguro que algun ángel se ha ganado sus alas con un precioso relato…felices fiestas amiga.

  11. Muchas gracias, gallegiño del alma. Seguro que te ha traspasado el recuerdo y su magia. Y no es fácil encandilar a un poeta de tu talla.

    Un gran bico, Segis, mi poeta, nuestro poeta. Feliz Navidad.

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