Jamás entendería aquel juego, lo supo desde el primer momento, pero no le importó y se concentro intensamente en las cartas marcadas. Porqué aceptó la partida, ni él mismo lo sabe, quizás porque a todos nosgusta oír como nos dicen `te quiero´. No tardó mucho en aprender a interpretar cada una de sus señales y jugó como pudo con un único adversario. Se jugaban la codicia, las dudas, amor de supermercado en bolsas de papel reciclado. A la luz de una mentira, y sobre un tapete color verde esperanza con forma de corazón, jugaron mano tras mano sin pausa hasta que salió el sol. Tardó más de dos años en amanecer. La luz. La luz de aquel amanecer fue como el suspiro de un niño que duerme.
Nunca a nadie le habló de los rigores de aquella partida, y desde entonces a esa luz blanquecina que se regala cada día a sus ojos a primera hora de la mañana, le suplica el olvido y el silencio. El silencio que solo existe en la imaginación de los hombres que como este, tiene cosas para olvidar.
Cristina Flantains
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