EL PELMAZO DEL GABÁN AZUL Por Ángeles Morales


Lo recuerdo con exactitud, aquel individuo me miraba con una insistencia feroz, de oso polar. Se detuvo ante mí con impertinencia y sin mediar palabra se dejó caer en el banco. Tuve que hacerle sitio a la fuerza.
El día se había pintado de un gris caprichoso, de esos que no acaban de definirse. Miré hacia el cielo y quise que aquellas nubes voluptuosas me engulleran de un solo bocado. Un frío siniestro y conocido me tenía preso, y de pronto me sentí solo en un mundo insignificante habitado únicamente por el hombre del gabán azul y yo. No lo he mencionado, pero aquel desconocido de pupilas ávidas iba envuelto en un gabán azul descolorido y permanecía en silencio, acechando cada uno de mis movimientos; por eso me quedé quieto, clavado a la incertidumbre.
La gente iba y venía con la tranquilidad que otorga la ignorancia pero yo sabía que aquel extraño arrogante había venido a llevarme con él.
Repasé las últimas páginas del periódico y eché un vistazo a las esquelas. Siempre me he recreado con la muerte de los otros. Suelo leer sus nombres despacio, para dentro, masticando su adiós con una satisfacción perversa, imaginando las caras de todos aquellos a los que habría dejado atrás, el llanto inconsolable de la madre, el estupor del hermano, el dolor antipático de una mujer que ya no está para recordarlo; y clavo en sus cruces fúnebres unos ojos exentos de piedad en los que nace de inmediato una sonrisa ancha que me atraviesa de parte a parte. En esas estaba cuando un hecho extraordinario acaparó toda mi atención. En la columna de la derecha, justo debajo de la esquela que anunciaba elegantemente la desaparición de Doña Merceditas de 103 años de edad, (Dios la acoja en su seno y no nos la traiga de vuelta, sus padres que se han ido aburridos de esta vida, Don Leocadio y doña Maribel Vistahermosa, sus primas Maricuchi y Teresín, y demás familiares pelmazos… que no te olvidan). Mi dedo descendió incrédulo hacia un recuadro de proporciones gigantescas, dañinas. En su interior flotaba mi nombre: Aquilino Morales, fallecido hoy a las cinco de la tarde de un paro cardiaco. Descanse en paz.
Cuando alcé los ojos, el hombre del gabán azul ya no estaba.
Un niño me cubrió el rostro con el periódico. A ciegas pude leer su nombre en una esquela diminuta, justo a la derecha de la de Doña Merceditas, Dios la tenga en su gloria.



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