Cazar un oso.
Hay un dicho que viene a decir algo así como que casi siempre somos los artesanos de nuestras propias desgracias. Tiene tanto de razón como de falta de ella. Hilvanamos nuestras vidas como podemos, con los mimbres que tenemos, y construimos, en ocasiones, con elementos y factores sobre los que apenas tenemos control. Se puede discutir sobre el determinismo y sobre el libre albedrío; sobre lo accesorio, y sobre lo principal; sobre la voluntad y la falta de ella. Estas discusiones s jamás pueden tener una conclusión definitiva, ni siquiera cierta. No existe explicación sobre el porqué dos personas antes situaciones exactamente iguales, hechos similares, tienen comportamientos distintos; ni hay explicación al motivo ante idéntico escenario la función de cada uno es distintas. Podemos pensar que de nuestros actos y comportamientos somos responsables nosotros mismos, pero no me atrevería a afirmar lo mismo respecto de las circunstancias que nos rodean y a la capacidad de sobreponerse a ellas. La vida a renglones que se van dibujando a veces sin demasiado control.
La voluntad no siempre es suficiente. Los que se han visto en la tesitura de crecer y moverse en circunstancias adversas lo saben. La mala fortuna, como la mala leche, es difícil de doblegar y lo aprehendido durante etapas pasadas, o incluso por los que nos han precedido en la vida, puede servir tanto para salir del agujero como para enterrarse en él y esperar a que alguien lance la última palada de mugre vital. ¿Podemos hacer cosas? Sí, claro. Pero no vivimos en una película de animación con final feliz y el mensaje de que el mundo está ahí fuera, esperando a que te lo comas, es solo un lema de taza de desayuno que de nada sirve sin una buena dosis de valentía, energía y, porque no decirlo, de buena suerte.
Vivir en un entorno tóxico, enfermo, es casi siempre una desgracia de la que un niño no puede escapar. Taparse los oídos, escapar de los golpes que se escapan, esconderse y cerrar los ojos deseando que todo acabe es algo por lo que nadie debería pasar. Lo vivido en la infancia forma parte de los andamiajes con los que se forja la persona que seremos mañana. Salir de los ambientes perniciosos, ser capaz de transformar los mensajes recibidos que menguan la autoestima, requiere un esfuerzo titánico del que es difícil no salir magullado y que genera un estado de alerta permanente que puede que con el tiempo se adormezca, pero siga allí a lo largo de toda la vida, en el mejor de los casos.
Escribo estas líneas después de seguir durante unos días la vida de Alex y Maddy (La asistenta). Pero esto no va de una crítica a la película. Es solo una reflexión sobre la toxicidad, la maldad, las ganas, la bondad y instinto protector.
La historia de Alex y Maddy no es solo una ficción. Es el reflejo de una realidad que va más allá de los detalles que permiten recrear una película. Por eso en ella se nos muestra la dependencia insuperable, el dolor, la negación, el sistema que falla desde el inicio, el instinto de protección, el amor y la búsqueda de un entorno seguro en todos los aspectos. Todas estas cuestiones, que paso a paso avanzan a través de Alex, de Maddy y de Paula, se encuentran en cualquier historia de violencia. Historias que tienen tantas aristas que a veces se nos hacen difíciles de entender y lo mismo general una incondicional adhesión que un rechazo absoluto ante la repetición del fracaso tantas veces repetido. El ser humano es complejo y desde fuera cualquier salida pareces sencilla pero no lo es.
Los entornos sanos son fundamentales, sobre todo en la infancia. Dotar a los niños de vidas “seguras” en la que el amor y el cuidado para su desarrollo físico, psíquico y afectivo debería ser el primer deber de toda sociedad que pretenda ser reconocida como tal. Y Alex, con todas las dificultades y carencias, lo busca para Maddy. Por eso, uno de los mejores momentos de la serie, uno con el que debemos quedarnos, son los paseos de madre e hija, que cazamariposas en mano, pretenden “cazar un oso”, un “oso muy grande”. Y es que ese oso, que al que hay que dar alcance y acabar con él, es la metáfora perfecta de la necesidad de acabar con un gigantesco pasado moliente que intenta despedazar el presente que se encamina hacia un futuro libre de dolor y de las limitaciones emocionales que imponen los traumas del pasado. El pasado enfermo, como el oso a cazar, debe desaparecer.
La historia de la asistenta es una historia que tiene poco de ficción. Y me gustó Alex, con todas sus contradicciones, pero sobre todo por la férrea voluntad de cazar al oso. Ojala lo haya dejado hecho trizas.
Anita Noire.