AVENTURA EN EL PASADO
CAPÍTULO I – 6ª PARTE
Tras abrirla, parecía que me encontrase frente al hueco de un nuevo armario completamente idéntico al anterior; pero además tras sus puertas lo que podía divisar era… ¡otra habitación! Tan impactante resultó para mí, que de inmediato regresé sobre mis pasos sin pensármelo dos veces, alejándome del mueble igual que si hubiese visto un fantasma en su interior. ¿Qué estaba ocurriendo en el trastero? ¿Acaso me estaba volviendo loco? ¿Cómo era posible si detrás del armario lo único que había era una clásica pared de ladrillo como cualquier otra? ¿Estaría soñando? No, no señor. Yo sabía perfectamente cuándo estaba, al menos, completamente despierto, y ni siquiera necesitaba pellizcarme para darme cuenta de ello. Eso faltaba, que encima perdiese la noción del tiempo. El corazón me latía a marchas forzadas, como jamás había experimentado en la vida. Estaba claro que, antes de volver a abrir aquella puerta, necesitaba cerciorarme por completo de que detrás del armario sólo estaba la dura, corriente y habitual pared de ladrillo, sin puerta falsa alguna. Desplacé como pude al menos unos centímetros el armario, lo suficiente para tener perfecta visión del entorno, poder así palpar la estucada pared color salmón del trastero y comprobar en efecto que allí resultaba imposible que existiese otra habitación escondida y mucho menos, puerta falsa alguna. La única que había, y si a pesar de todo no era imaginación mía, era la del misterioso armario de luna. Era cuestión de abrir de nuevo esa intrigante puerta y afrontar con la máxima prudencia lo que asaltase mi vista en el momento de hacerlo. Mis manos temblaban al acercarse al pomo porque desconocía qué podría encontrarme al otro lado, no fuese una puerta directa al infierno, sin posibilidad de regreso. Una vez más apareció el característico brillo al sujetar el pomo y, asustado y a la vez excitado ante los acontecimientos que estaba viviendo, decidí abrir de golpe la puerta falsa y adentrarme sin más en el interior, dispuesto a afrontar lo que me deparase aquella recién iniciada mágica aventura. Al cruzar las puertas del nuevo armario, éstas se cerraron de golpe tras de mí, pero tan absorto estaba en la contemplación de aquella extraña sala que ni siquiera me molesté en observar si dicho armario era idéntico también al anterior en su aspecto exterior. Lo que tenía ante mí ocupaba toda mi atención, tan extraño y sugerente era lo que podía ver en aquel instante. Sin duda se trataba de una habitación escrupulosamente decorada, con antiquísimos muebles pero a la vez muy bien cuidados y colocados, aunque la nota discordante en cuanto a orden pudiera referirse, la daba el hecho de que estuviese repleta de periódicos y revistas por todas partes. El mobiliario, curiosamente se parecía al de aquella antigua casa de mis bisabuelos, y que mis padres terminaron vendiendo siendo mis hermanos y yo muy pequeños. Al reparar en el reloj que había colgado en una de las paredes de la habitación, que incluso parecía más antiguo que el de mis bisabuelos, y que aún conservo, comprobé que marcaba exactamente las siete de la mañana, cuando recordaba a la perfección que tan solo hacía un instante, en el trastero, no eran sino alrededor de las siete de la tarde. Al fijarme con mayor detenimiento en el entorno de la habitación, a pesar de que aún me sentía desconcertado ante tan increíble visión, observé que una de las ventanas que daban al exterior de lo que se suponía debía ser parte de la ronda de Atocha, parecía estar entreabierta. Al asomarme, descubrí con estupor que era incapaz de reconocer nada, absolutamente nada de la calle que aparecía tras la ventana. Aquella no podía ser la ronda de Atocha, ni siquiera alguna de las calles que rodeaban al bloque de pisos en el que yo vivía. Las casas que ahora podía divisar eran desde luego muy antiguas, y no recordaba que en el centro de Madrid pudieran encontrarse todavía edificios como aquellos. Además, la calzada estaba por completo empedrada y llena a su vez de raíles que semejaban a los que los tranvías de principios de siglo utilizaban para desplazarse por la capital, mientras que unas curiosas y redondas farolas pendían en los laterales de las casas. Eso sí, a juzgar por la hora que figuraba en el reloj de pared, no era nada extraño que la calle estuviera completamente vacía. En cambio, el olor de pan recién salido del horno era más que evidente. No recordaba ningún horno situado cerca del piso.
¿Qué significado tenía todo aquello? ¿Dónde narices me encontraba? ¿Acaso habían colocado algún decorado de principios del siglo XX y se disponían a rodar alguna película? Pero, en cualquier caso… ¿Cómo podían haber transcurrido doce horas así, sin más? Por supuesto, lo primero que pensé era que aquel reloj no funcionaba bien, y que marcaba tal vez una hora distinta a la real. Sin embargo, una rápida ojeada a uno de los periódicos comenzó a sembrar mi mente de dudas, pues al comprobar la fecha de edición de dicho ejemplar observé con evidente sorpresa que ésta correspondía… ¡al mes de noviembre de 1915! Y no sólo aquel ejemplar, sino que todos, absolutamente todos, estaban fechados ¡en el año 1915!
Continuará…
© Francisco Arsis (2005) del libro «Aventura en el pasado»