Al Reír el Alba del 24 de Febrero
*Mofábase, el rey Francisco I, de su mariscal derrotado en Bicoca (con tal facilidad que, desde aquel día, recibe el nombre de “bicoca” una ganga o cosa fácil de obtener). El señor de Lautrech se excusaba balbuceando: Yo no sé qué decir, sino que ellos son cinco mil españoles, que parecen cinco mil leones y cinco mil diablos que los porten.
El Rey, instalado lujosamente en el campamento de su poderoso ejército, dando por perdido y desbaratado al ejército imperial, preguntaba con sorna al mariscal humillado- ¿Dónde están los leones que vos decía? – Aquellas burlas herían el honor de Lautrech que respondía cabizbajo “duermen, mi señor, duermen” Más no dormían. Al buen marqués de Pescara parecía sustentarle Nuestro Señor maravillosamente, porque ni era visto dormir noches ni días (…) Su gente venía muy maltratada, olvidada por el Emperador de pagas y fatigada del largo camino y destrozada y muerta de hambre. Muchos quisieran reposar por cansados o por enfermos, que había muchos. El marqués de Pescara vestía calzas de grana y jubón de raso carmesí, aunque estuviese en cama; lo cual puedo yo bien testificar haberlo visto acostar y levantar muchas veces d’esta manera.
Una mañana se voceó la noticia de que unos pocos soldados, en camisa, hambrientos (ni briznas de hierbas hallaban sobre la nieve para llevarse a las bocas) y habiendo perdido los zapatos, en el lodo, muchos d’ellos tras caminar toda la noche sobre la nieve descalzos y vadear gélidos ríos, siguiendo con fe ciega el ejemplo de su capitán, don Fernando de Ávalos, marqués de Pescara, habían asaltado Melza (…) arremetiendo en tropel aunque callando, pasaron los fosos, que eran tan hondos que en el uno daba el agua helada a los sobacos; y a todo esto, el de Pescara adelante, y consigo su primo el marqués del Vasto. Y ansí llegan a la muralla donde era hermosa cosa de verlos gatear por las picas arriba. A temprana hora levantóse la voz ¡España, España y Santiago! Viérade la más hermosa muestra de esfuerzo, que jamás pudo nadie escribir.
El mariscal se apresuró a notificar al rey «Muchas veces me ha preguntado V. Alteza por los españoles, que me rompieron, e yo siempre he respondido que duermen; y porque V. Alteza crea ser ansí, sabrá que esta mañana se han levantado en camisa y os han llevado la gente que en Melza estaba: por eso mirad lo que hacéis que, si los dejáis vestir, no será mucho que nos lleven a todos.«
Tras el asalto de Melza, el marqués de Pescara determinó sacar en toda verdad lo que el mariscal de Francia temía, saliendo a escaramuzar con sus Encamisados (cubiertas armaduras y cascos con camisas blancas, para confundirse con el paisaje nevado), alborotando el campamento francés al grito de ¡España, España! Y volviendo sin más. Así durante varias noches hasta conseguir que los franceses no hicieran caso de los inofensivos alborotadores que daban por perdidos, cosa que, desde el principio, él buen marqués había pretendido y deseado que sucediese.
El almirante de Francia, cada día repetía a su Rey: «Señor, agora veréis que conozco yo esta gente. ¿No os decía yo que hasta agora dormían? Pues sabed que ya han despertado para no dejarnos dormir a vos ni a nosotros y creedme que, si nos dormimos, algún día nos despertarán de suerte que nos pese» D’esto burlaba mucho el rey de Francia con la poca estima que de nosotros hacía. Porque pensaba, que no teniendo nosotros dineros, ni quien nos socorriese, por falta de gente, como por no tener ya vituallas, no se podía mucho defender y nos seria forzado desamparar el campo, o rendirnos a la hambre.
El marqués de Pescara andaba siempre entre sus soldados y con todos mostraba holgarse de tal manera, que bastaba su semblante a poner esfuerzo a gente, que no le tuviera. Lo mismo hacia su joven primo, don Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto. Ambos marqueses “Flor del mundo” tal cual les calificó Ludovico Ariosto en el canto XXXIII de “Orlando Furioso”
Mira los dos Marqueses Flor del Mundo
Qu’es cada qual en armas sin segundo.
De una sangre y valor d’un apellido;
mirad bien quantas veces han rompido
a Francia, cada qual muy brauo y fiero
El otro tan cortes tan gentil hombre,
El Vasto señorea: Alfonso ha de nombre.
Las pagas no llegaban desde hacía meses y la amenaza de deserción sobrevolaba entre los soldados de fortuna. El marqués hizo diligencias de vender o empeñar su Estado de Pescara para conseguir algún dinero con los que frenar el descontento y hacerse con vituallas, más el excesivo poder y furia francesa tenía atemorizado a todo el mundo excepto a los pocos que allí estábamos.
Reunidos capitanes y coroneles para resolver a elegir entre rendirse, morir de hambre o presentar batalla, el marqués de Pescara tomó la palabra: Primero digo; Dios me dé cien años de guerra y no uno de batalla, más si el rey de Francia con la victoria que, a su parecer, con irnos nosotros se le antoja seguirnos, nadie me podría negar que, a nuestro pesar, le hemos de aventurar la batalla sin lugar cómodo para ella, como agora lo podemos hacer. Por tanto, la resolución de mi parecer es que lo que hemos de hacer forzados, lo hagamos de nuestra voluntad y a tiempo, y no como temerosos huyendo ni como acometidos nos turbemos, sino como quien la justicia ha de su parte.
Partió el ejército de Lodi, en orden, con gran alegría de todos y con gran ruido de trompetas y atambores, tan triunfante que representaba el triunfo de la Victoria. Luego salió el ilustrísimo señor marqués de Pescara, capitán general de la infantería, con sus escuadrones de seis mil infantes españoles, tales que bien se les pudo emplear el nombre de hijos del Dios Marte, que el capitán Zúcar aquel día les puso.
Y a 1a tarde jueves último de Carnaval, vigilia de Santo Matías, el marqués de Pescara mandó a los sargentos mayores que juntasen la infantería española porque les quería hablar Y como juntó a todos, mirando a todos con ojos amorosos; ya el marqués tenía los ojos llenos de agua, lo cual enterneció los corazones de los que le oían, y fue causa de hartas lágrimas de compasión de lo infinito que todos le amaban. Lo cual, como él lo viese continuó su Arenga: “(…) he dicho esto señores e hijos míos, para daros parte del extremo a que la fortuna nos ha traído y es que, de toda la tierra, sola la que debajo de los pies tenéis podéis contar por amiga, que toda la otra es vuestra enemiga. Ni un solo pan que daros mañana que comer, yo, ni todo el poder del emperador, no lo alcanzamos, ni sabemos dónde poderle hallar sino es en aquel campo que allí veis. Por tanto, hermanos míos, si mañana queremos tener que comer allí lo hemos de ir a buscar” Y volvió su gesto hacia el campamento francés.
“La orden será que esta noche a la hora de las nueve andarán los atambores sin las cajas sino con solo los palotillos por los cuarteles, tocando para que todos armados y con camisas encima de las armas o vestidos que blanqueen por ser reconocidos, salgáis a formar. Y siendo hecho esto, todos ponéis fuego a tiendas y chozas, para que viendo los franceses arder todo el campo piensen que huimos y, por ventura, saldrán de suerte que les pese”
A hora de las diez de la noche ya todo el cesáreo ejército se juntaba en sus escuadrones cuando puesto fuego a las tiendas y chozas empezó a arder, que parecía quemarse toda aquella tierra; lo cual, como los franceses vieron, fueron al aposento de su rey diciendo cómo los españoles quemando todos sus aposentos se iban huyendo El rey creyó ser ansí y mandó que siendo de día toda la gente estuviese en arma en sus escuadrones que él quería perseguir a sus enemigos hasta desbaratarlos. Y con esto reposaron toda la noche.
Al reír el alba del día veinte y cuatro del segundo mes del año de Nuestro Señor de 1525, nuestros escuadrones, todos encamisados, empezaron a caminar hacia el muro que se trabajó en derribar toda la noche. Ya todos dentro del Parco, oían los gritos de los franceses ¡Victoria, Francia, Victoria! … El virrey Lanoy, oyendo aquellas voces, envió mensaje al marqués de que se debía meter dentro del foso de Mirabel y allí procurar fortificarse. El buen marqués, considerando ser aquella gran ceguedad, pues metiéndose el ejército allí, a dos horas era forzado a rendirse por hambre o ser masacrados en el foso, respondió en alta voz
– Decid al virrey que, sin esperar el daño de la artillería, acometa y rompa con los enemigos porque al fin el que espera da ánimo a su adversario- El mensajero volviendo con la respuesta torna y dice
– El virrey manda que VS torne a Mirabel como le dice porque lo de más seria ir a buscar la muerte a subiendas-. El marqués respondió:
-Decid al virrey que acometa a sus enemigos que, pues la muerte no deja de alcanzar a los que la huyen, más vale buscarla con honra que huirla con infama perpetua.
El Virrey, para su desazón, viendo cómo el marqués de Pescara comenzaba ya por su cuenta la ofensiva. No respondió. Hizo la señal de la cruz y se dispuso para una carga suicida.
El astuto Marqués se adelantó con su caballo Mantuano y vio venir sobre nosotros los enemigos que pareciera venir todo el mundo allí junto. Como lo viese, con disimulación admirable y con rostro y palabras alegres, para animar y evitar el miedo y la huida de sus famélicos hombres, se vuelve a su gente diciendo:
– “Ea mis leones de España, que hoy es el día de matar el hambre que de ganar honra siempre tuviste y mirad que aquel escuadrón que hacia acá viene es nuestra gente de Pavía que viene a socorrernos, por tanto, vamos prestos a recibirle”– Ya teniéndolos encima, el marqués vio que no era tiempo de más disimular. Se volvió con gesto de admiración diciendo:
–Oh cuerpo del mundo engañados veníamos, que enemigos son. Todo el mundo hinque las rodillas y haga oración y nadie se levante hasta que yo lo diga-. Y así fue de tal manera que la primera ráfaga de tiros del enemigo, no hirió a los nuestros por hallarse de rodillas y pasar los tiros por encima de las cabezas. Ya sus arcabuceros, que delante del escuadrón estaban, se habían apercibido de encender, cada uno, dos o tres cabos de mechas. Y en tirando, los enemigos, sin daño para los nuestros, vuelvense a meter en sus escuadrones para tornar a cargar, dándonos las espaldas. Raudo, en alta voz, empieza el marqués a decir:
– ¡Santiago y España, a ellos a ellos que huyen! – A esta voz los arcabuceros se levantan y disparan con tanto acierto que parecía haber allí seis mil, no siendo más de seiscientos los que allí estaban, terminando con la primera línea de la pesada caballería francesa. Más tarde, alabarderos y piqueros entraron en combate cuerpo a cuerpo. Fue tanta la furia, que los enemigos no pudieron dar dos pasos adelante, sino que como en un cañaveral, con gran viento, así parecía el caer de las picas
El marqués se metió entre los enemigos como un león, mostrando que no sólo capitaneaba de palabra, sino con admirables obras, de suerte que en más de una hora no supo hombre d’él. Apareció a pie (su caballo, Mantuano, muerto) y en la sangre que traía se podía saber las romerías que había andado, herido en el rostro, traía otra herida en la mano derecha y un arcabuzazo sobre el corselete, en medio del pecho. En las armas traía mil cuchilladas y alabardazos y golpes de picas.
Joanes de Urbieta de Guipúzcoa, derribó el caballo del rey Francisco que, viéndose en peligro dijo –La vida que soy el Rey. Yo me rindo al Emperador- Luego llegó Diego de Ávila, que le pidió el estoque y una manopla. Y en esto acudió otro hombre d’armas, gallego de nación llamado Alonso Pita da Veiga, el cual le ayudó a levantar. Estando ya el rey de Francia en pie, el marqués de Pescara, hincadas las rodillas en tierra, con grande acatamiento, pidió las manos al Rey que no se las quiso dar; se las puso sobre los hombros y le hizo levantar, rogándole que mirase como a caballeros vencedores debían, a los pobres vencidos, tratar con la piedad a que los españoles, como los mejores soldados del mundo, estaban obligados. Al marqués le vinieron lágrimas a los ojos de pura compasión de oír semejantes palabras a un tan gran Príncipe. Las disimuló diciendo: – S.M. no tenga pena de aquello, que él le certificaba ser la nación española tan piadosa, que él haría todo buen tratamiento a los soldados presos y los pondría en libertad. Esto mostró agradecer mucho el Rey, que no quiso rendirse al duque de Borbón, Condestable de Francia y, por traición, aliado con nuestro Emperador, exclamando con gran turbación, con los ojos vueltos al cielo – Paciencia, pues ventura me falta.
Porque me hallé en la Corte en este tiempo, hube el traslado de una carta del marqués de Pescara al Emperador, en la que relataba los sucesos de la batalla de Pavía que terminaba ansí:
Al reír el alba comenzó el desbarato, el día de Santo Matías, de la fecha de ésta.
En Pavía a veinte y cuatro de febrero de 1525 años
Muy humilde servidor de VM.
El marqués de Pescara.
La batalla de Pavía, en la que el rey Francisco, con la flor de toda Francia, fue rendido y preso, se dio el 24 de febrero de 1525, día del 25 cumpleaños del Emperador, que hallábase en Madrid, enfermo de cuartanas, muy pobre de dineros y aun con muy mal aparejo.
Tras la Gloria de Pavía, creció la fama de Fernando de Ávalos y Aquino, V marqués de Pescara, de tal modo, que fue la admiración de propios y extraños. Se convirtió en arbitro de la Lombardía y, con ello, en diana de conspiraciones y envidias, tal como cantaría Ludovico Ariosto en su Epitafio:
¿Quién es Tesoro d’esta piedra fría?
Gloria en la Guerra, Honor en la Paz,
el Pescador magnánimo se encierra
que pescó Cielos; que cuando vivía
Reinos a España dieron Monarquía
¿Y con qué redes? Con valor que aterra.
¿Quién del mundo privó de varón tanto?
Dos Deidades grandes, Marte y Muerte.
¿Qué les movió? La Envidia tuvo parte,
y aunque de todos ojos surge llanto,
Él no murió que mejoró de suerte
pues ha vencido a Envidia, Muerte y Marte.
(Documento inédito, Original. A-36, f.º 375: 1525.12.29.- Carta del comendador Miguel de Herrera a Carlos V, comunicándole la sospecha de que el marqués de Pescara había muerto envenenado.)
Fernando Francisco Dávalos- Aquino y Cardona, V marqués de Pescara, murió en Milán el 3 de noviembre de 1525 a la edad de 36 años.
* Fragmentos de la “Crónica de Juan de Oznaya” soldado en la batalla de Pavía, tras la cual, tomó hábitos de fraile dominico. Siendo este el único trabajo que salió de sus manos, nadie desconocerá que hizo a la historia un señalado servicio, pues fue la primera memoria que se escribió de la batalla de Pavía. Así debe inferirse de sus propias palabras, pues en la dedicatoria que firmaba en 1544, a los diez y nueve años de aquella célebre jornada, se lamenta de ver enterrado en el olvido al marqués de Pescara, ilustre caudillo del ejército imperial, pues no merece aquel nombre una brevísima nota oficial con título de relación de nombres que se publicó entonces. (Colección de documentos inéditos para la Historia de España, Volumen 38)
Catalina Ortega Díaz