No es difícil encontrar en la prensa diaria y semanal artículos que expresan el disgusto general con nuestra actual clase política. Existe una corriente de hastío por tanto engaño repetido y planificado desde el marketing más inclemente. La incoherencia permanente, el ataque partidista más vil y rastrero pasea delante de nuestros ojos haciéndonos sentir a veces ajenos; otras, profundamente afrentados; la más, avergonzados por el espectáculo dialéctico fútil, chabacano, interesado y demagógico de estos políticos de pacotilla que nadie sabe dónde han aprendido este oficio de velar por el interés general y ser hábiles para tratar a la gente o dirigir sus proyectos sin ofender, manipular ni dividir.
No es extraño que muchos miremos hacia atrás recordando otras generaciones de políticos, que dieron la talla en momentos mucho más complejos de nuestra historia reciente manteniendo la dignidad y la coherencia. Con discursos e ideas muy diferentes, todos trataban de buscar un lugar de encuentro, un punto común donde solventar lo que era realmente importante, unir esfuerzos en lo esencial y discutir buscando acomodo a sus posiciones según su fuerza política y con respeto a la ciudadanía y sus intereses.
Todos podemos encontrar fallos en ellos, en su estrategia o sus decisiones; pero la admiración es común porque de todos ellos aprendimos la tolerancia, el dialogo, la dialéctica brillante, los discursos concatenados en la forma y en el fondo que además se correspondían, en mayor medida que ahora, con las actitudes posteriores.
Adolfo Suárez y Julio Anguita son algunos de los políticos, a mi entender, más relevantes de los últimos tiempos. El primero porque supo tomar decisiones controvertidas en momentos muy difíciles sin violentar ni dividir (en 1996 se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia). El segundo porque supo defender su posición con honestidad sin chantajes ni componendas y nunca se prestó a pactos, si estos no se basaban en un proyecto real de transformación de la sociedad que incluyera sus propuestas en alguna medida.
Esperemos que «todos» los políticos actuales entiendan que no se puede vender sistemáticamente una moto que no anda, excepto en su propio beneficio, pues sólo de ellos hablan.
Os dejo dos frases para terminar que no se fraguaron en una consultoría, sino que se corresponden no solo con una forma de hacer política, sino con una forma de ser y de vivir.
«La política no es un mercado en que todo se compra y se vende. No es que haya cosas sagradas que no se puedan tocar, pero sí hay valores, los que fundamentan la convivencia democrática, que no deben estar en la negociación política, porque sin ellos ninguna negociación es posible.» (Adolfo Suárez González)
«¿Qué valoro en un político? La sinceridad, que surge de tener un proyecto propio y estar convencido de las propias ideas. Y a partir de ahí, hablar como se piensa y vivir como se habla.» (Julio Anguita).
11-julio-2005