Hablando de regalos
Aún sumergidos en esta gigante ola de “amolll” y despilfarro en la que hemos convertido la Navidad, las grandes firmas de perfumes se apresuran a bombardearnos con anuncios de sus perfumes intentando atraer y atrapar nuestro interés para que sigamos desembolsando pasta gansa de nuestros bolsillos a los suyos, haciéndonos creer que si nos ponemos el “parfan de puturrú de fua” nos saltará un peaso maromo desde el quinto pino de un acantilado y se nos vendrá encima para que nosotras le bajemos el “minisupermegachachi” calzoncillo. Pero no se lo crean. No es verdad. Yo llevo utilizando ya un tiempo esa colonia y “quesiquieresarrozcatalina”; vale que no haya acantilados en donde vivo, pero sí tenemos nuestro “Charco del zorro” que como ya su nombre indica hay agua, poca, pero hayla, y también hay unos buenos quebrados (no de números) y la cosa sigue sin funcionar. Vamos, que es una publicidad engañosa. Por no incidir en algo que duele, y mucho. A ver, si lo que están tratando es de vendernos perfumes a las españolas por qué cajones (con o) no me lo dicen de manera que yo pueda entenderlos. Que el inglés está muy bien para los negocios, y para muchas otras cosas como viajar por algunos lugares, pero, oigan, que hay una gran mayoría de posibles compradores que no tienen puñetera idea de inglés. Y no sé si han reparado en que ni en un solo anuncio de perfumes para la mujer, ni en uno, han tenido las narices de grabarlo en español. Y eso es pura y dura frustración. Claro que el gran secreto del consumismo es mantener en continua frustración a la gente indicándonos, proponiéndonos y obligándonos un ideal de belleza imposible. Y nosotros seguimos comprando cremas y colonias que nos prometen lo que jamás lograremos. Porque, a ver qué común de los mortales tiene un cuerpazo como los que nos enseñan en los anuncios. Que si tabletas, y no de chocolate, sino de mussssculitos, por aquí, que si unas caderas y unos pechos de Olimpo por allá… Como si ya nosotros por nuestra propia cuenta y sin necesidad de ayuda no nos amargáramos lo suficiente o no aplazáramos bastante la felicidad. Que si cuando tenga… un trabajo estable seré feliz, o cuando tenga novio, o cuando me case, o cuando tenga un bebé, o cuando pueda irme de viaje, o comprarme un coche, o una casa o… siempre hay un “loquesea” que no hemos logrado y que supuestamente nos impide ser felices. Porque, aunque en todos y cada uno de esos deseos no coloquemos específicamente el deseo simple y enorme de “ser feliz”, imaginamos que consiguiendo todas esas cosas que forjamos en nuestra mente la felicidad vendrá con ellas. Y nada más lejos. No hay más que ver a triunfadores que lo han logrado todo y son las personas más infelices de la tierra.
En uno de esos vídeos, que reenvían una y otra vez por “guasap”, se ve cómo una maestra les pone un examen sorpresa a sus alumnos. En el folio solo hay un punto negro. Pero la maestra les pide que escriban lo que ven. Los alumnos se afanan en explicar la situación del punto en la hoja, la dimensión del mismo… etc. Al final la profesora les hace ver que todos han hablado del punto negro, pero nadie ha dicho nada del inmenso espacio en blanco que queda en la hoja. Y tristemente funcionamos así, fijándonos en los puntos negros y para colmo, no sólo de nuestra vida, sino de la de todo bicho viviente que se mueva cerca de nosotros. Y eso lo saben los anunciantes, sobre todo los de perfumes, por eso no se molestan en decirnos en nuestro idioma que su colonia tiene el poder de las flores, o de que nuestros recuerdos amados serán eternos mientras vivamos, simplemente, nos lanzan imágenes hasta la parte más primitiva de nuestro ser, a los impulsos…, lejos del raciocinio y del discernimiento, a la diana del “melopido” y me lo compro porque quiero ese cuerpo y esa vida que me enseñan ahí. Pero ya les digo, por propia experiencia, que no funciona. En su descargo he de confesar que el experimento lo hice, no en una barquichuela como en el anuncio, sino en una colchoneta hinchable de publicidad de una cerveza, pero vamos, que daba el pego… Y lo único que saque en claro fue el picazo de una abeja. Podría haberlos demandado por publicidad engañosa, pero es que me encanta el olor de su colonia. Y seguro que a la abeja también. Por eso me confundió con una flor. Aparte de que yo lo sea por mí misma y sin “perjumenes” añadidos.
Ana Mª Tomás