Animal, hermano mío, tú.
(Lou Andreas-Salomé)
Es un día cualquiera. No hace frío.
Las nubes no se mueven. Huele a lluvia.
Oigo tu voz vibrante o descarada
y en ti me reconozco. Somos uno
y una alegría húmeda y tranquila
que olvidaré dentro de diez minutos
aletea en mi boca. No la muerdo.
Como tú he horadado, infatigable,
la tierra negra, áspera y caliente;
me he llenado la boca de gusanos,
de huesos, de rastrojos y simientes.
Quería ir tras de ti, volver de nuevo
a ese lugar de vientres y reflujos,
de peces luminosos y consuelo.
Como tú he aullado, desquiciada,
mostrando mis colmillos a la luna;
los ojos inyectados, la garganta
en carne viva de gritos y bilis
y en mis fosas nasales, irritante,
brutal y ajeno, árido e impaciente
un olor repelente y deseado:
olor de sangre ajena, ¿lo recuerdas?.
Como tú he flotado, alucinada,
en lagos de mercurio entre los cisnes
que ciegos se atragantan con las migas
de algún amor redondo y envidiable,
entre sirenas muertas y esqueletos
de dodos melancólicos y amables.
Y como tú he caído, finalmente,
de nuevo a tierra con el vientre en llamas,
la pólvora y la sangre entremezcladas
y yo mas sorprendida que asustada.
(Pero he vuelto y tú no a roer de nuevo
los mismos huesos duros, desabridos.
He aceptado en silencio las cadenas
bajando la mirada, tan humilde.)
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