No quiero más este cartel en las espaldas
que dice: usted, métase conmigo.
Ni ser la piedra con la cual dos veces
tropiezan al pasar los distraídos.
Ni cargar los pesos y las pesas
de los momentos más inesperados.
Ni arrastrar las anclas y las chanclas
que los injustos me dejan de regalo.
No quiero más buscarme en los rincones
porque otra vez alguien me ha perdido.
Ni echar en falta pedazos que he prestado
o se han llevado sin habérmelos pedido.
Ni esculpir el futuro con los dientes
o construir el horizonte con mentiras.
Ni ofrecer el corazón en sacrificio
ni por ganarme la vida dar la vida.
No quiero más sembrar ruegos y rezos
en el huerto de un dios que está ocupado.
Ni ir a gatas y a ciegas, contra el viento
para perder de inmediato lo ganado.
Ni caerme en los pozos que otros siembran
o luchar por batallas ya perdidas.
Ni a fuerza espejismos y desgarros
resbalar de las cimas a las simas.
No quiero más un blanco en medio de la frente
donde retumben por costumbre los disparos.
Ni rimas o ilusiones en el plato
que no me quitan el sabor a desamparo.
Que no me limpian los ojos de miseria
ni me alivian las manos de cansancio.
Ni me liberan del yugo las espaldas
o me allanan el camino hacia el calvario.
No quiero más,
ya no puedo ni aunque quiera.
Déjame caer, no me prohíbas
rendirme de una vez, bajar los brazos,
desistir de estas alas que me agobian,
renunciar a los próximos ocasos.
Déjame ir a donde llegue, en caída libre
como caen las flores y los pájaros,
como se entregan las estrellas a lo oscuro
cuando les llega la hora del fracaso.