Icono del sitio VI certamen Poemas Sin Rostro 2010-2011

268- Julius. Por Luciano Arruaga

¡Que la tristeza nunca sea unida a mi nombre!
Julius Fucik.

¿Cuántos golpes puede resistir un hombre sano?
se pregunta Julius en los sórdidos reductos de la Gestapo,
con una tranquilidad cuando menos heroica.
¿Por qué me habrás hecho tan fuerte viejo, vieja? se vuelve a preguntar,
pero sabe bien que no hay respuestas,
que la férrea voluntad no se pare ni se mama.

Los instrumentos de tortura le acarician salvajemente las plantas de los pies,
el rescoldito debajo de las uñas,
el sexo ensimismado,
sus lindas manos de cronista infatigable.
Así como antes los instrumentos de ternura de su compañera Gusta,
que ahora se bate entre pesadillas circulares en Ravensbruck,
le acariciaban mansamente las cutículas,
el sexo furioso y desinhibido,
las manos ásperas y fuertes como las editoriales del Rude Pravó.

Cada mañana un puño lo saluda con puntualidad alemana
y un culatazo le besa la frente ancha.
Parecen molestos por el nombre Horak
que Julius insiste en adjudicarse contra todo pronóstico,
contra todo júbilo, pero con un empeño infatigable.
¡Quieren que hable, que los denuncie a todos!
al Comité Central, a los cuadros,
a los intermediarios, a los colaboracionistas,
a los gorriones que todavía predican la esperanza de ser libres,
a los niños que se niegan a arrugar el ceño,
a los escotes que florecen al mundo con la revolución apretada entre los pechos,
a los perros que se concertan secretamente para mear los cuarteles policiales,
a todos los luchadores desde Praga hasta Moscú,
desde Espartaco hasta Lenin.
Pero él, obstinado y militante (la militancia es la forma más pura y generosa de la obstinación) prefiere llenarse la boca con versos de Jan Neruda,
hacer gárgaras con los poemas y la sangre de sus labios rotos,
y escupirles una dignidad fría a los rostros de los SS.

Se que podrán imaginarse a Julius:
Imaginen a un hombre digno,
inmensamente hermoso, jodidamente bueno.
Imaginen su ligera sombra de incerteza bajo los párpados tupidos,
sus precoses y alegres arrugas, su frente luminosa.
Imagínenlo tendido en el suelo duro y rasposo de la cárcel de Pankrác (no importa que no la conozcan, todas las cárceles se parecen), imagínenlo desfigurado y maltrecho, pero con el alma desenvuelta y volante en una Praga emancipada (no importa que no conozcan Praga, todas las ciudades libres se parecen)

¿Cómo aguantaste Julius, si la sensibilidad era tu patrimonio más hondo?
¿Como podías mientras granizaban las golpizas pensar en caderas,
en pájaros, en mujeres, en niños, en ternura, en Gusta?
¿Como podías decir patria, revolución, futuro, probablemente,
madre, padre, partido comunista, obreros fatigados?
¿Cómo podías decir esas palabras proscriptas,
mientras las torturas te adormecían bruscamente esa lucidez volcánica que valía la pena fusilar a toda costa?

Ve en paz camarada,
y ten por seguro que la tristeza nunca irá unida a tu nombre,
aunque nos permitamos adherirle la bronca, el desconcierto, el espanto, el odio.
Gracias por enseñarnos que en la vida no hay espectadores cuando el telón se levanta
y sobre todo gracias por amarnos, cuando hace falta tanto cariño para redimirnos.

Ve en paz camarada, y ten por seguro que por los siglos de los siglos,
seguiremos alertas.

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