Ante la muerte me pregunto
qué tierras empapan nuestros sueños,
en qué vientos se entrelazan nuestros deseos,
sobre qué sábanas se quedan nuestros corazones.
Me pregunto dónde estarán
las primaveras que divisaron nuestros ojos,
el canto de las cigarras
que escuchamos en las tardes del estío,
las doradas espigas que mecía el viento,
el ligero temblor de las hojas de los álamos,
el río heracliteano donde nos bañamos tantas veces,
la arena de la playa que acogió nuestro cuerpo húmedo,
la blanca nieve en las cornisas y en los tejados,
las soñolientas tardes de aguacero,
y los pájaros, siempre el canto de los pájaros.
Y las risas, y los besos, y los abrazos,
y los buenos momentos que vivimos
junto a aquellos que nos amaban y amábamos,
y esas palabras sensatas que dijimos,
y aquellos actos generosos y decentes que hicimos,
algunas de las veces en las que casi fuimos buenos.