Aquel ahogo de naufragio escondido,
debajo de la blusa tensada por el tiempo.
Aquel estigma hondo desmentido
bajo sábanas de lloros y de espanto.
Te dejaste tras la puerta,
tras la aldaba dócil que ya no repica,
el ansia desmayada, la fértil luna,
que hizo crecer en ella una agua renacida.
Y tu eco se aparece en la tumba
del recuerdo que se ahonda.
La frágil niña asida a un picaporte,
vislumbrando la ausencia luminosa.
La tórrida hermosura de la infancia rota,
preñada de caminos regados de ceniza.
La garganta inerte, y el vacío hondo
que se agarra fiero a su cintura.
Vuelve la vida con sus vientos desatados,
a pintar su sombra de vacíos,
con las viejas heridas rezumando
en el lecho trémulo de frío.
Tejiendo su nueva soledad
aderezada de sabores desabridos.
Su carmín como reguero de pólvora,
como milagro pálido y sin brillo.
Su estatua de carne extenuada,
se hace pétalo y aroma de la vida.
Y como el mar emerge fiera,
y sus caderas tañen el asfalto,
aunque en el hueco de su alma quede
un desierto de besos olvidados.