Ya no llueven esas hojas que intentaron taparme las palabras.
Y la desnudez.
Casi por accidente vuelan tus ojos manzana,
mientras gravita en mi boca el pecado de besarlos.
Tu nombre es una llovizna que lava de ángeles el cielo,
que colma de nacimientos esta tierra.
Invicta llovizna que se hace cómplice en tu cuerpo,
incendiando el madero de los vestidos.
Naciendo el reinado de tu naturaleza.
Has llegado a mi sendero sin linajes.
Arpegias bajo tus pasos la sinfonía de esta Génesis.
La primera de tus violaciones se empina ante mi vista.
Entras por donde no te esperaban los profetas.
Estrenando tu código de disciplina.
Vistes sólo la llovizna,
y yo aprendo a pulso acelerado,
lecciones elementales sobre tu desnudez.
Te libero de mis costillas.
Puedes decidir tu nacimiento,
lanzar tu sonrisa contra los doctores.
Ahora ya ni las leyes, ni las gravedades se tragarán nuestras manzanas.
Tú y yo vamos a morderlas a bocas bien abiertas.
Desde hoy es decreto desayunar manzanas.
Luego de varios días en el Jardín,
después de verte atravesarlo,
he recordado que no desciendo de reyes.
Asciendo sin ellos.
Que no quiero el talento de la espera, ni el perdón.
Sigo trabajando por ser más mortal,
leyendo de una libertad sin índices,
dejándome golpear por tu llovizna,
abrazándote en ella.
Van bien mis días de Adán,
ahora que reescribes los códigos de mi cordura.
Van bien mis días de Adán,
ahora que gravitas sobre mí como manzana.
Ahora que en tu sonrisa se descota mi libertad.
Van bien mis días de Adán ahora que existes, Eva.