“…Sin rostro y a la sombra de las nubes,
se dormía con el mecer de las olas…
pensando que las caracolas
suenan a cielo…
¡Oh!!! No están maduras…
Solo que al final y sin respuesta,
cayó poquito a poquito,
y viéndose así, llamó sin fuerzas:
¡Muerte! ¡muerte!
¿Dónde estás?
Hasta que apareció.
Y ella no era fea, ni estaba armada.
Sólo ofrecía su larga palma emplumada.
Y con los ojos cansados,
lleno más de amor que de obediencia…
escuchó:
-¿Qué quieres?
Y humilde le respondió:
¡Que me lleves al cielo!
Y así, medio desamparado,
se duerme Él con las estrellas.
La vida siempre amable,
ya no necesita su nave,
fue a morar eternamente con ella”.