95- Encrucijada. Por Adante
- 18 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, encrucijada, relatos
- 6 Comentarios
El escaparate antiguo a un paso de los pies de la cama, la percha atiborrada con ropas de hombre y las butacas, apenas dejaban espacio para caminar en la pequeña habitación. En el extremo opuesto a las butacas el balcón se ofrecía como un remedio oportuno para salvar de claustrofobia. Una cortina roja colgaba de la puerta que daba al balcón, dándole a la habitación el aspecto de una tarima de cabaret. La brisa de la madrugada iba y venía, trayendo el fresco de la noche y llevándose consigo un aroma afrodisiaco de incienso, aliento y fluidos corporales.
Un enjambre de pelos negros y brillosos se esparcía sobre la almohada y las sábanas; chorreaba por el borde de la cama donde se batían a duelo los dos cuerpos desnudos. Lucía gritaba cada vez más fuerte. Se desahogaba sin importarle la gente que pasaba por la calle —tres pisos más abajo—. Se estremecía como si pretendiera extraer la savia de sus entrañas. Los dedos de Marcos se le prendieron a la piel y ella respondió enterrándole las uñas en la espalda; estrangulándolo entre sus piernas arqueadas. Las sábanas se escurrían, se estrujaban hundiéndose unas veces en el colchón como tragadas por un torbellino, estirándose otras, desafiando su propia resistencia. Los besos escarbaban los rincones más recónditos, se interrumpían deshaciéndose en saliva. Los aullidos martillaban los oídos como silbatos de feria. Los resoplidos se enfurecían y la vela sobre la mesita de noche se tambaleaba, se tambaleaba la mesita…, se tambaleaba la cama… En un momento levitaron del piso que también temblaba. Se sintió un terremoto… Las sábanas flotaron. Se encendió de rojo la habitación. Se hinchó la carne; se rompió la piel emanando lava…
La voz de Marcos se escuchó como un estruendo ronco y seco. De repente Lucía explotó en un gemido ensordecedor que acalló todos los sonidos, y ambos quedaron sumergidos en el marasmo del epílogo; él sostenido por los brazos erectos sobre el colchón. Ella todavía atenazándolo por la cintura con sus piernas. Permanecieron así unos segundos, con las caras atontadas por el éxtasis. Luego ella lo liberó y él se desplomó a su lado. El aroma a incienso se percibía débilmente y la vela ya no sobrepasaba los dos dedos de altura. Marcos se recostó al respaldo de la cama, encendió un cigarrillo y caló hondo. Luego expulsando el humo en una bocanada gigante dijo:
—Parece mentira.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Esto. Que a estas alturas todavía hagamos cosas como esta.
Marcos se inclinó sobre ella y haciéndole cosquillas le dijo:
—¡Los años no te quitan el fogaje eh! ¡Treinta y nueve años no son nada para ti!
—¡No! ¡No!… —Gritó ella a carcajadas tratando de zafarse— Cualquiera que te oye… si tú eres un cuarentón y estás como de veinte.
Marcos la liberó y quedaron ambos tendidos nuevamente con la mirada fija en el techo.
—¿Cuánto tiempo hace ya? —interrumpió él— Diez años. Diez años se cumplen el próximo miércoles. Sólo faltan cinco días.
—¡Ah, vamos!… ¡pero no te pongas melancólico ahora!… ¡Mira! Te traje una sorpresa para la ocasión. ¡Cierra los ojos!
Lucía se tiró de la cama y dio unos saltos hasta la percha. Sacó del bolso un paquete y regresó con las manos tras la espalda.
—¡No abras los ojos! ¡No hagas trampas! ¡Adivina!
—No sé. Ayúdame un poco.
—Bueno te voy a dar una pista.
Se sentó muy cerca de él y se fue inclinando lentamente hasta rozarle los oídos con sus labios, entonces susurró:
—Imagina que estamos ahora en aquel hotel, donde celebramos nuestro pasado aniversario. Es de noche y estamos sentados en el balcón de la habitación, tomando la brisa de la noche. Hazte la idea de que hay carnavales en el pueblo, como aquella vez. De la calle se escucha un tango: la voz de Gardel, que tanto te gusta. Yo encima de ti, abrazándote…
Se fue aproximando más y más. Le rodeó el cuello con los brazos y acariciándolo con un roce de las mejillas se sentó suavemente en su regazo, entonces continuó:
—Pues bien…, ya está todo. Sólo falta una cosa… ¿Qué podría ser?
—¡No te puedo creer! —Sonrió Marcos abriendo los ojos— ¡Verdad que eres un detalle!… No puede ser otra cosa: Château Lafleur-Gazin.
Lucía echó una carcajada.
—A ver. ¿Dónde la escondiste? —preguntó él mientras hurgaba en la cama— ¡Ajá, aquí está! —exclamó e inmediatamente comenzó a arrancar la envoltura hasta dejar la botella de vino tinto al descubierto.
—¡Bueno, vamos a celebrar! ¡Yo voy por las copas! —dijo Lucía.
Fue hasta la cocina y cuando regresó se sorprendió al ver a Marcos poniéndose la bata de baño.
—¿Y eso? —preguntó.
—¡Vamos a celebrarlo con todas las de la ley! ¡Vamos al balcón!
—¿Al balcón?
—Sí, claro. Así solo nos faltaría el hotel… ¡Pero este hoy es nuestro hotel!…
Marcos sacó un ropón del escaparate y sin darle tiempo para pensar la ayudó a ponérselo. Luego la tomó de la mano y la hizo caminar hacia el balcón. Lucía se detuvo un instante antes de atravesar la puerta. Se asomó con disimulo por detrás de la cortina, buscó tras cada ventana de los edificios circundantes, tras cada puerta, cada balcón… De repente, con una súbita determinación empujó las dos hojas y cruzó como quien da un salto al vacío. La brisa los golpeó violentamente, batiéndoles los cabellos. Se besaron intensamente. Luego Marcos llenó las copas y alzando la suya dijo:
—¡Brindemos por el futuro!
Lucía se quedó pensativa un instante. Dos lágrimas le enjuagaron los ojos pero no se atrevieron a saltar.
—¡Por el futuro! —respondió con una sonrisa torpe.
Chocaron las copas y cada uno dio un sorbo a la suya. Por unos instantes la mirada de ambos se perdió en el horizonte, hasta que ella rompió el silencio:
—No me has preguntado por qué me adelanté a la fecha. Es que el lunes lo vamos a transferir al hospital de San Gerónimo. Voy a dejar a la niña con mi hermana, como hoy. Es lo mejor. El médico que lo atiende… Álvarez, nos recomendó ir allá para que lo viera un amigo suyo que es doctor; especialista en cáncer de próstata. Hizo todos los arreglos para que lo atendiera… Dice que es muy bueno. ¡Pero para la otra semana regreso!
—¡Shhh! —expresó Marcos poniéndose el índice sobre los labios— ¡Escucha!
Una suave melodía se iba acercando, apenas perceptible por el rumor del viento y el ruido de los carros. La voz de Gardel atravesaba la avenida «[…] Que veinte años no es nada, que febril la mirada, errante en las sombras […]»
Ella sonrió. Se le abrazó al cuello y juntos comenzaron a tararear la canción, más alto en la medida que se iba haciendo más nítida. Se levantaron y comenzaron a bailar con absoluta despreocupación.
Lucía despertó porque un rayo de sol le azotaba el rostro. Se sentó en la cama sobresaltada, y la sábana se descorrió dejando desnuda la espalda de Marcos. Todavía quedaba olor a incienso en el ambiente. El sabor a alcohol se le agolpaba como un nudo en la garganta y sentía el estómago como un mar embravecido. Miró al reloj despertador; las seis y cincuenta de la mañana. En diez minutos empezaría a emitir su chirrido insoportable. Lo alcanzó para desactivarle la alarma pero ya estaba desactivada. De un salto se tiró de la cama; fue hasta la puerta del balcón en puntillas de pie y con cuidado de no dejarse ver de afuera la cerró. Se volteó y echó una ojeada al cuarto.
En la mesita de noche unos cigarros yacían desparramados fuera de la cajetilla. La cera de la vela estaba apachurrada sobre el plato. La ropa se esparcía como nubes sobre el piso y entre las nubes, rojo como un sol atardeciendo, se erigía un remolino de pelos lacios desgreñados: su peluca; la misma con que había arribado la tarde anterior a esa «parada transitoria de un expreso al paraíso» —como le había descrito a su hermana la casa de Marcos—. A un metro de la peluca estaban sus tacones volteados.
En un instante recogió todas sus cosas. Fue hasta el baño y comenzó a vestirse. La ropa estaba toda estrujada pero por su tejido no llamaba mucho la atención —así lo había previsto—. Se echó agua en la cara. Las gotas en el espejo parecían lágrimas colgadas a sus ojeras. Una sensación a vergüenza la estremeció pero reaccionó rápido restregando una toalla en su rostro, como si pretendiera borrar así esa desagradable impresión. Se acomodó la peluca retocándose con la punta de los dedos. Tomó el bolso y empezó a hurgarlo buscando el cepillo de pelos y los cosméticos. De repente éste cayó al suelo con un ruido estrepitoso, esparciendo todo su contenido a sus pies. Un anillo dorado con cinco piedras incrustadas salió disparado. Lucía se lamentó. Se agachó y empezó a recoger sus cosas pero de repente quedó pasmada: desde el fondo blanco de la tarjeta sobre el piso, las letras azules parecían gritar: «Para ti que has sabido amarnos y mantenernos unidos a pesar de los obstáculos que nos deparó el destino». Una pena caló hondo en su pecho cegando el instinto de sus dedos temblorosos por voltear la foto que se sabía de memoria: Ella en el medio, con el rostro alegre como no se recordaba; y prendidos en un beso a sus mejillas, por un lado una niña hermosa de rizos de oro y por el otro un hombre entrado en canas.
Esta vez no pudo contener las lágrimas pero en un arranque las secó; terminó de recoger sus cosas y salió del baño sin maquillarse. A unos pasos de la cama se detuvo. Recorrió la habitación una vez más con la mirada. Marcos yacía boca abajo, sumergido todavía en sus sueños. Lucía se le acercó; lo besó levemente en la mejilla y salió rápidamente por la puerta, sin mirar atrás.
A mí particularmente,este relato es de los que me roba un poco de calor del cuerpo.Puede que ahora, con la enfermedad del marido Lucía se encuentre en una encrucijada, pero diez años atrás de qué se trataba?.Una relación de amantes como otra cualquiera pero dramatizada por la protagonista para encima hacerme sentir que es una víctima.
Debería haber hecho una introducción para llegar a comprender qué circunstancias le llevaron a caer en los brazos de ese hombre, aunque a veces ni uno mismo lo sabe o no lo quiere reconocer porque la vida es puro teatro.
Buenoooo, que me he tomado muy a pecho este relato, voy a decir que la escena de sexo es de lo más picante jejeje, qué buenooo!!!
Suerte
geluk
Lindo relato, Adante.
Para mí has contado muy bien cómo el amor puede ser generoso y desbordarse, y ocupar más espacio del previsto, fuera de prejuicios, e intentando evitar dañar a nadie. Difícil, pero posible. Al menos, mientras él no lo sepa, pues no lo entendería. Al menos, mientras ellos sigan creyendo que así pueden ser honestos, valientes y leales consigo mismos. Al menos, mientras dure.
Suerte en el concurso.
La relación entre los personajes me pareció clara. Y muy bueno el relato. Y la vida, triste.
Enhorabuena.
Parece que la amiga Lucía se encuetnra en un verdadero cruce de caminos, atrapada entre las dotes amatorias de Marcos y el deber moral de estar al lado de su marido en esos momentos tan complicados. Curiosamente, las cosas suelen ser así: pasar de los jadeos prohibidos a las lágrimas de dolor en apenas unos segundos. Suerte.
Un texto muy correcto, sencillo, franco, espontáneo. La descripción de la escena de cama, sin apenas recurrir al uso de adjetivos, es por su realismo es uno de sus mayores méritos. El único pero que encuentro es quizás sólo culpa mía: no terminé de entender bien la relación entre los personajes. Marcos y Lucía, ¿son pareja estable? ¿matrimonio? ¿amantes en secreto desde hace 10 años? ¿Quién el hombre canoso de la foto? ¿El padre de Lucía? ¿Su marido? ¿La misma persona que padece el cáncer de próstata?
Held i konkurrencen