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94- Dormir…tal vez soñar. Por Ms Rioja

            El lunes soñé que yo era la chica de James Bond. Bueno, para ser exacta, la chica de tres agentes 007 porque en mi sueño aparecían Roger Moore, Sean Connery y Pierce Brosnan. Todos locamente enamorados de mí. Con Roger era magnífica y fría como un glaciar y aún sabiendo que yo era una agente doble no se me pudo resistir. Seduje a Sean con mi cara de ángel y cuerpo sensual. Para Pierce era elegante y refinada como Grace Kelly, pero le dejé descubrir la pasión que llevaba dentro. ¡Ojo! Todo era de buen gusto; con los primeros besos la pantalla se nubló. Un sueño perfecto excepto cuando tuve que ir al dentista. ¿Sabéis que soñar con que se te caen los dientes significa miedo a envejecer? Con mis treinta y nueve años y todavía solterona, es normal que sea una escena recurrente.

            Antes no solía recordar los sueños. Al despertarme se esfumaban como un coche en la lejanía y retener los detalles era más difícil que atrapar el humo con las manos. Pero desde que me recetaron Prozac las imágenes nocturnas son más vivas y reales que mis aburridos días.

             Creo que hay que escuchar los sueños. No para escaparse de la realidad sino para viajar a otra. Soy toda una experta. El Corán fue escrito en sueños por los místicos. ¡Hombre, el mío del lunes sólo serviría para inspirar una novela rosa! Pero anunció un día estupendo así que  busqué en el armario el conjunto más sexy que tenía para seguir siendo la chica Bond.

            —¿No tienes frío? —me preguntó Eva, una compañera del trabajo, mirándome la minifalda y blusa escotada. Eva no es de las más malas de la oficina, pero le falta imaginación. Un día le hablé de una tribu de Malasia, gente obsesionada por los sueños y sus mensajes. Según el antropólogo que la conoció era una sociedad utópica sin violencia ni problemas de salud mental. ¿Su secreto? Los halaks, reuniones donde todo el pueblo compartía los consejos y la sabiduría de sus sueños. Alucinante, ¿verdad?  Pero Eva sólo me contestó que ella no podría formar parte de esa comunidad porque nunca soñaba. Como dije, tiene la mente muy prosaica.

—¿No te está pequeña la falda? —dijo Mariví —Parece que la cintura te está cortando en dos-. Un comentario impertinente ¿no? pero típico de ella. Como respuesta, desabroché otro botón de la blusa y empujé las tetas hacía arriba al estilo de Mae West.

            —A los hombres les gustan las mujeres con curvas —dije, mirando de reojo a Andrés. Si alguien como Belén —que es graciosa y extrovertida y cae muy bien— hubiera dicho algo así, todos se habrían reído, pero las únicas risitas que oí eran unas sarcásticas  de Marivi. Los otros compañeros me lanzaron una mirada de pena y volvieron a trabajar. Lo que más me dolía era que Andrés no me defendía.

            Antes de tomar la medicación me habría ido al baño a llorar después de una humillación así, pero ahora parece que la depresión  se está curando. Aunque no es exactamente eso. La depresión sigue dentro de mí como un lobo en una cueva al acecho, cuyos ojos amarillos todavía me observan. El médico me explicó que para estar realmente bien tengo que acudir a un psicólogo. Me dio cita para dentro de seis semanas. ¡Parece que no soy la única con problemas!

            Uno de los efectos secundarios del Prozac es que en algunas personas  produce somnolencia y yo soy una de ellas. Cuando tengo que levantarme lo hago con la ayuda de un par de cafés y el efecto desaparece. Pero si no hago el esfuerzo de despertarme puedo pasarme  todo un fin de semana durmiendo. ¡Qué gusto! No es que todos mis sueños sean como el de James Bond. La mayoría no son ni buenos ni malos, simplemente extraños, pero parece que este mundo paralelo es más mío que el mundo real.

            El martes soñé con un bebé. Mi bebé. Lo llevaba en brazos y —demasiado bueno para llorar— me dijo con sus ojos que tenía hambre. Me abrí la camisa y me levanté el sujetador. Apenas tenía pecho y me angustié porque no sabía como darle de mamar. Pero mi hijo era más listo que yo y cogió un pezón con su boquita y empezó a chupar. Noté un caudal de leche y amor fluir entre los dos. Se puso más gordito ante mis ojos…

            Y de repente estábamos en una celda y un policía arrancaba al niño de mis brazos. Nadie dijo nada pero sabía que era porque  mi hijo no tenía partida de nacimiento y las autoridades le consideraban un sinpapeles  Lo iban a deportar.

            De no ser por el Prozac me habría despertado llorando. Y me di cuenta de que también  mis lágrimas estaban enjauladas dentro de mí.

            De camino al trabajo pasé por delante de la frutería del barrio y vi un cochecito fuera que estaba orientado hacia el sol. Miré dentro y una niña se retorcía y se frotaba los ojos como si la luz le molestara. Así que cuando estaba moviendo el cochecito hacia la sombra salió de la tienda una mujer airada.

            —¿Qué haces? —me preguntó.

            —Que tu hija esté más cómoda. No me parece bien que la dejes sola.

            —La veía perfectamente desde dentro.

La dueña salió de la tienda. No le caigo bien desde que discutimos sobre el estado de unas manzanas que pretendía venderme.

            —¿Qué pasa?  —preguntó la dueña.

            —Nada, nada —respondí—. Solo quería ayudar—. Me marché y detrás de mí oí el murmullo de su conversación. Podía imaginar sus comentarios.

            El miércoles soñé que era otra vez una niña. Me encontraba dentro del establo de la granja de mis tíos. El tío Marcelino estaba sentado en un banquillo y empezó a reírse de mí. Me di  cuenta de que estaba desnuda y fui a esconderme detrás de un fardo de heno pero también estaba allí el tío e intenté salir pero él obstruía la puerta y estaba en todas partes y no podía escaparme ni de él ni de sus carcajadas. Entonce hice lo que hacía en las pesadillas de mi niñez: cerré los ojos y me imaginé invisible y poco a poco desaparecí.

            Reaparecí en una cueva a cientos de kilómetros debajo de la tierra. Las rocas desprendían una cálida luz amarillenta. Y yo estaba a la orilla de un lago de color de oro. Vi en el centro una estatua que me esperaba. La  estatua era Andrés y me acerqué a él. Me abrazó y susurró que nada en el mundo real tenía importancia. Que el amor que él sentía por su novia era tan superficial como el nuestro profundo. Que yo siempre estaba en su mente, su corazón, sus sueños. Y me convertí en estatua también, los dos hechos  del mismo mármol  Y allí me habría quedado feliz para siempre pero sonó el despertador.

            Andrés estaba en la oficina cuando entré y me dedicó una sonrisa de tanto cariño y complicidad que —y sé que parece absurdo— estaba convencida de que él había compartido mi sueño.

            Había descubierto que Andrés y un par de amigos iban al cine todos los jueves y decidí esperarle en el bar donde quedaban. Andrés llegó antes que sus amigos. Me saludó pero se quedó en la barra leyendo el periódico. Tuve que acercarme a él

            —Hola Andrés. ¿Qué peli vais a ver hoy? —le pregunté

            —Buenas tardes.

            —Vais al cine los jueves, ¿no?

            —Normalmente sí, pero ¿cómo lo sabes?

—Os he oído hablar. Yo también voy al cine hoy, pero no he decidido que película ver. ¿Cuál me recomiendas?

            —No sé. Hoy tengo otro plan. ¿Por qué no lees las reseñas en el periódico? —Entró esa novia suya y le dio un beso.

            —Bueno, adiós —me dijo Andrés y los dos se marcharon cogiditos de la mano.

            Me sentí confusa y ridícula. Pedí un Baileys, aunque no hay que mezclar alcohol con el Prozac. Pasé por cinco bares antes de llegar a casa y en cada uno tomé un cubata. No me acuerdo de haberme acostado y cuando me desperté  estaba todavía vestida. No había soñado nada.

Hoy es el último día del trabajo antes del puente. Con la resaca martilleando en mi cabeza tengo que aguantar a la gente hablando de sus planes. Algunos van a la playa y comentan sobre el tráfico y el pronóstico del tiempo. Otros van a Roma o a Londres y comparan el precio de sus vuelos. Muchos se van a sus pueblos, que recuerdan con cariño y nostalgia.

—¿Vas a visitar a tus tíos? —me pregunta Eva.

             —Sí —miento.

            —Es la única familia que te queda ¿verdad?  —y estoy tan agradecida de que alguien se interese por mí que mis ojos se llenan de lágrimas.

            —¿Estás bien?

            —Solo es la maldita alergia. Cada primavera… —pero Eva ya está escuchando a Belén contar una anécdota  sobre cuando su marido voló por primera vez.

            Después del trabajo voy a la farmacia con la segunda receta de Prozac. También compro antihistamínicos  para la alergia que no sufro y dos cajas de Frenadol  aunque no estoy acatarrada.

Espero que no malinterpretéis mis intenciones. No pienso suicidarme. Simplemente quiero pasar el puente durmiendo. Los medicamentos que acabo de comprar son para ayudarme, nada más. Una sobredosis convirtió a Marilyn Monroe en una diosa pero no sería mi caso. Y no quiero que en dos semanas — ¿o meses o años? — me descubran con gusanos devorando mi cerebro, cresas saliendo de mis ojos, mi boca el hogar de generaciones de moscas. Yo, una sopa de olor pestilente. Por las series policíacas sé con qué poco respeto tratan los forenses  a los cadáveres. Silban o mastican chicle mientras te abren y dictan sus informes:

            “Mujer, aproximadamente cuarenta años. Hora de la muerte… Contenido del estómago…Ninguna evidencia de actividad sexual reciente. Un aborto hace unos veinte años.

            Sé que no quedan las huellas dactilares de mi tío aunque las siento como fósiles dentro de mí.

            Antes de terminar como un asqueroso fiambre, —vamos, es el destino de todos— tengo muchas vidas para vivir. Y por eso quiero dormir durante  todas las vacaciones. Porque a veces los sueños solo se cumplen en los sueños.

             Estoy en una vieja juguetería. Las estanterías están llenas de muñecas de porcelana; a algunas les faltan los ojos. En el suelo hay filas de soldados de hojalata, todos mirándome. Y desde el techo cuelgan peluches de monos y osos, pero están atados por el cuello. Los han ahorcado. Intento escaparme corriendo pero me atropello con una caja grande y de allí salta un enorme muñeco de ventrílocuo balanceándose sobre un muelle. Busco la puerta desesperadamente pero no hay ninguna, sólo paredes con estanterías. Y los soldados vienen a por mí. Cierro los ojos y deseo desesperadamente desparecer. Pero no funciona. Y las carcajadas del muñeco de ventrílocuo retumban en la habitación y veo que tiene la cara de mi tío. Aprieto los ojos con todas mis fuerzas pero cuando los abro está el tío delante y me dice ¿Quieres jugar conmigo, muñequita? Y no puedo respirar y no hay escapatoria. Uno de los soldados tiene una espada y se la arranco y se convierte de tamaño real y asesto un golpe a mi  tío y le corto la cabeza, como una guillotina. Desde el suelo me mira con una expresión de odio y luego la cabeza se vuelve más vieja, más pequeña, más patética y finalmente desaparece. Y me doy cuenta de que los juguetes son normales y la  luz del sol entra en la tienda.

            Me despierto y estoy tranquila. Aunque no sois tan expertos como yo en interpretar los sueños podéis imaginar qué voy a hacer este puente. Voy al pueblo  ¡no para decapitar a mi tío! sino para mirarle a la cara y que sea él quien tenga ganas de hacerse invisible delante de mí. A veces los sueños sí se cumplen en la realidad.

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53 Comentarios a “94- Dormir…tal vez soñar. Por Ms Rioja”

  1. Pigmalión dice:

    Rioja:

    Queda poco, se acerca el final y no quiero dejar de decirte que me encantó tu relato y que extraño tus comentarios críticos tan acertados, siempre dabas en el clavo cuando encontrabas antecedentes literarios en los relatos. Mucha suerte.

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  2. Dies Irae dice:

    Bueno, chica Bond, quiero escuchar más sueños tuyos. Y si son con unas copas de Rioja entremedias, mejor que mejor. ¿Vamos?

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  3. Thomas Guhó dice:

    Gracias, Ms Rioja, por tu comentario en Yogur de Vainilla. Gracias, también, por tu generosidad y te deseo mucha suerte en el concurso.

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