91- El Viaje (¿Qué fue de Trotsky y los otros?) Por Jazzmina
- 18 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos, Trosky, viajes
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Hacía meses que no nos veíamos, desde aquellas asambleas de parados que Walter encendía con sus soflamas. No era tan incisiva su oratoria, solían contar, como su fuerza incendiaria para la movilización social. Empapado como un panadero ante su horno, Walter puteaba certero contra todos, ministros, sindicalistas, curas, banqueros…. Siempre achicharraba alguno en su peculiar barbacoa.
Hasta esa mañana en que me abordó cuando regresaba de una verbena de calimocho. Con gafas oscuras y sin saber que había amanecido.
—Me ha sonreído el azar, Amparo—dijo—veranearemos en un hotel suculento.
Levanté las gafas para informarme, acomodándolas entre unas greñas engominadas.
— ¿Vendrás?—, me preguntó, y sin esperar mi respuesta, concluyó—he dado con un chollo.
Durante aquellos meses, yo había deambulado de un conjuro a otro en busca de alivio para la enflaquecida pensión de mi madre. Uniformada con chalequito de croupier, me recluyeron en la caja de un hipermercado, aunque por poco tiempo. Unas erupciones en el cuello auguraron una cara tumefacta, como una muñeca hinchable. Alergia al dinero, diagnosticaron, nada que no supiera ya. Probé después con un contrabandista de animales—me chiflan gatos y perros—escondido en el semi-sótano de una estrecha galería. Me despidieron en tres semanas, aduciendo que trataba con más ternura a las mascotas que a los clientes. Así que, acaso por huir de la nostalgia de aquellos cachorrillos enjaulados, acepté el convite.
Salimos a las tres de la mañana. Me pareció un horario atractivo. Pensé que haría alusión a sabores y pasiones nocturnas, siempre más acordes que soñar con estadistas de chalet orillando un lago azul al estilo Sarah Palin. Arribamos al Gran Hotel y la fachada bastó para calibrar el chollo. Un cinco estrellas revocado en mármol de Carrara, esconde siempre alguna martingala. Y así fue. No morimos el primer día, pero tuve una premonición. Las premoniciones en mi vida son una canallada insoslayable; hay épocas que me lleno en silencio, me brotan como el sarpullido a un autista. En recepción, recosté la maleta contra una columna, y, al removerla, una vez que Walter hubo retirado las llaves, emergió la cucaracha. Destripada. Debía agonizar, enceguecida por el gas mostaza de esos botes cruz verde que parecen contener limosnas, cuando la rematé en el suelo, lapidada—maleteada—como hacen los yihadistas.
Asomó, entonces, el primer detalle sorprendente de Walter. Entre chirigotas, invocó la contaminación para justificar las cucarachas, y, sin dejarme siquiera opinar, proseguimos a la habitación. Tercer piso. Un largo pasillo alfombrado con poliéster sintético. Arrastré la maleta con alevosía, liberando las tripas del bicho por el camino. El baño enorme, sí, pero con un lavabo desolado en medio, y un váter pringoso. La ducha sin alcachofa. El dormitorio sencillo. Luego
estaba el frigorífico. Empotrado junto a la cama, y ronroneando sin parar como un animal moribundo. Vibraba trémulo cada vez que agonizaba.
— Motor de patera—sentencié—, ¿ésta es la bicoca?
— Normalito, diría yo.
— ¡Joder Walter, es una mierda!—insistí mosqueada
— ¿Has visto las bebidas?
— Sí, coño, pero pagando.
— ¡Tiene hasta JB!
Walter se hacía el sueco, parecía cegado con los bolígrafos bic del escritorio. Pulsó el interruptor y se prendió una fluorescente en el techo. Salí afuera y solté un taco que ni Lucifer hubiera suscrito.
— ¿Un solárium prodigioso?—me desgañitaba aullando— ¡Si es un mísero cubículo a patio interior!
En el centro, tenía una mesita de formica con quemaduras de cigarrillos y dos sillas
plegables. Una bombilla cubierta de polvo colgaba como un ahorcado.
— Muy coqueta—dijo Walter.
— ¡Estás loco!
— Interior…, sin ruidos.
— ¡Y una mierda!
— ¿Prefieres que acudamos al sindicato? —se le escapó.
— ¿Ahá?—suspiré— ¿así que ahora tienes sindicato?
— Si…, pero no.
— Veamos… ¿que los sindicalistas, de pronto, son honrados?
— No es eso, Amparo.
— Entonces, ¿que estamos en el Westin Palace?
— Simplemente, que está bien.
— ¡No me jodas, Walter!
Me acerqué enfurecida y fui palpándole la cara, los hombros, el cuello…. Le pregunté si era Walter, pero no contestó, se hizo a un lado apartando el hombro para no rozarme. Jugueteó con el bolígrafo bic en la palma de la mano. Yo colgué la ropa y salí a la terraza. Siempre había creído que la valentía no es un simple estado de ánimo que sucumbe ante un vecino insultón o un esposo adúltero. Se tiene o no se tiene. Irrumpe con el ADN, y, según mi humilde saber, debería seguir pegada al sujeto de por vida, como el dinero a Microsoft o la parsimonia a los curas. No, Walter no era un adonis, eso lo tenía asumido, pero… ¿dónde quedaba aquella osadía incendiaria que me seducía cuando desafiaba al Estado?
—Empiezo a tener hambre, Walter, ¿bajamos al restaurante?—sugerí.
Allí la apuesta se volcó definitivamente hacia mi lado. En el self-service palpamos la realidad. Expliqué a Walter que las ensaladas debieran llevar ocho ingredientes mínimo, no sólo lechuga y cebolla; que la menestra era congelada, que consumir más pescado que carne alarga la vida, y que el embutido de cochino poseía el don de la ubicuidad. Walter respiraba confuso, los ojos metidos en los postres refulgentes.
Cenamos, claro, sin codicia, y nos acostamos, aunque no sin antes retarle al tipo barrigudo de recepción.
— ¿Tienen alguna queja?—contestó el gordo acercándome las hojas de reclamaciones.
— Sí, sí—medió rápido, Walter.
— ¡Queremos el dinero, coño!—protestaba yo, invitando a sumarse al motín a unos japoneses atónitos.
Una hora después, Walter me condujo a la habitación sumida en un llanto colérico.
Seguro que hubiera acertado con unos gintonics. Cansancio y malhumor entrelazados, son sinónimo de soñar con víboras. Estaba además el maldito frigorífico con su zumbido y sus muertes repentinas. Walter se desveló temprano y, mientras yo estudiaba su sorprendente cobardía, él agarró las hojas y salió sin decir a dónde. El día—un calco de los siguientes—avanzó pesadamente sin que nada sugiriera camorra subversiva, la idea de acudir al sindicato, diluida también como hielo al sol.
— Walter, ¿estás bien? —le pregunté tres días después; tomábamos un martini en un chiringuito cercano.
— Si, si, sólo algún contratiempo vano.
— ¿Encontraste curro?—no podía aguantarme más. Quizá fuera sospecha o simple mala baba, no lo sé. Pero lo solté.
—Encontré algo, aunque no sé si me agrada—confesó.
Pues a mí, no, pensé, aunque no se lo soltara de inmediato. Desde las revueltas callejeras, habíamos conversado dos noches en el barullo vocinglero de una taberna de barrio, y Walter olía a aventura romántica. No era, claramente, el físico lo que me atraía, sino más bien sus rabiosas variaciones al folclore tradicional. Reivindicaba actualizar el Mayo del 68 mientras yo lagrimeaba evocando a Paco Ibáñez y Rosa León. Él iba aún más lejos, Che Guevara, Trotsky…. Sacaba de su macuto pestilente una carpeta roja, y leía poemas sobre el nuevo proletariado y la subversión anti-capitalista. Yo aplaudía, recordando que apenas me quedaban tres meses de desempleo. Desde que un ERE me arrojara a las tinieblas, de la raquítica pensión de mi madre ayunábamos las dos; el paro lo engullía el desdichado cuchitril donde vivíamos. Pero ahora Walter era otro, acobardado, ni siquiera se atrevía con el gordo seboso de recepción.
— ¿No piensas menearte?—desafié.
— Tengo las hojas en la guantera de la furgo, las entregaré.
— ¿Las hojas?, ¿y el gordo…?
— …/…
— Hace algún tiempo lo hubieras machacado.
— Puede.
Había conocido a Walter en las barricadas, barbudo y peludo, y también en paro. Su robótica era tan inservible como mi enfermería. Pero arrogante y luchador. Ahora, como un púgil noqueado, Walter se metía en su rincón. Huía del cuerpo a cuerpo donde, en otra época, lanzara diatribas contra el amor misericordioso. Me gustaba Walter, sí. Me gustaba su defensa de los perdedores. Ese contraste salvaje enfocado hacia el bienestar del mundo le hacía atractivo. Pero, aparte de conversar en una taberna y jalear el Novecento de Bertolucci en su buhardilla, poco más conocía de su vida, y hablar es facilísimo, sólo necesitas quien te escuche. No, Walter ya no era el agitador que atizaba aquellas revueltas de parados.
Fue una semana aciaga. La sombra atribulada de Walter merodeaba insalubre mientras yo rabiaba como un gran danés encerrado en una jaula de chihuahua. La última noche escudriñó todas las bandejas del comedor y acabó huyendo a la habitación, sin cenar. Cuando volví me asusté. Sus ronquidos, mezclados con el barullo del frigo, parecían ahogarle. Algo le martirizaba, su cara soportaba una mueca informe. De madrugada aparecieron tres cucarachas aplastadas en la pared. Entonces supe que volaban.
La mañana siguiente regresamos, y, nada más salir del hotel comenzó la mutación. Walter ahora caminaba ufano, ingrávido, como un mercante sin lastre. Yo le observaba desde la furgoneta. Hurgaba en la guantera buscando las hojas de reclamaciones para arrojárselas a la cara, cuando se me heló la sangre al curiosear las fotografías de un sobre contiguo. Hacia el mediodía paramos en Talavera a tomar un piscolabis. Walter, lejos ya del miedo, parecía contonearse por la cafetería a ritmo de pasodoble. Llegamos al atardecer, acercándonos a dejar la maleta y besar—él también—a mi madre; en plena irrupción de euforia, me había invitado a cenar en su buhardilla. Allí, tomé una ducha rápida y luego entró él. Accedía al comedor, cuando advertí en sus ojos un brillo sensual aderezado con una sonrisa plácida. Nunca he entendido por qué un sentimiento tan vital como la alegría, derive siempre de alguna angustia recién expectorada, como si ambas se necesitaran, igual que la zanahoria al burro o los bueyes al carro. Su entusiasmo repentino sucedía al desasosiego anterior. Walter comió y bebió a discreción, sin respetar mi desgana. Trajo dos helados de la cocina y levantó la copa para brindar.
—Podríamos vivir juntos, Amparo—dijo tras un sorbo apresurado.
— ¿Vivir juntos? ¿Con quién?—contesté rápida.
— Conmigo, claro…, con Walter.
—Walter, ya…, pero cual, el activista…, o el de la foto de la guantera.
No contestó. Apuró toda la copa y me colocó el helado delante como si entrara en la oferta.
— Te olvidaste del gordo, Walter, ni siquiera le pasaste la estúpida reclamación.
— Perdóname, Amparo.
— Pero…, dime Walter ¿qué fue de Trotsky y los otros?—le interrogué.
— Murieron, claro.
— Los enterrarían, supongo.
— Sí, sí, pero no recuerdo donde.
— ¿Tampoco recuerdas que el hotel era una infamia?
Walter volvió la mirada como un quinceañero avergonzado de su trastada. Llenó y vació otra copa de un largo trago, doblando el espinazo como un contorsionista magro. Después, entre minúsculos temblores, intentó buscar alguna coartada, pero los efectos de la bebida le importunaban. Me confesó por enésima vez su amor ilimitado, y acabó resoplando en el sillón, tras completar el vaciado de la segunda botella. Luego, el silenció inundó la buhardilla.
Recogí despacio mi chaqueta y mi bolso, y mientras lo hacía, intentaba situarme en este mundo tan versátil. Nada había funcionado. Yo no era mejor que él, de eso estaba segura. Miré por última vez aquella rata asustada, tan encogido que parecía dormitar aún en el vientre de su madre. Me venía al pelo su borrachera, prefería irme así, sin despedidas. Acabé de vestirme en el pasillo imaginando cosas más simples, sin activistas retóricos salvadores del mundo, ni galanes aburridos con quienes flirtear indolentes. Quizá se tratara sólo de volver a casa de madrugada, después de un rato íntimo con algún tipo normal, ni guapo ni feo, algún perdedor veraz dispuesto a compartir pequeñas complicidades. Me detuve en la entrada, extraje el sobre del bolso y revisé las fotos antes de devolvérselas. Le quedaban bien a Walter el uniforme, la porra y la pistola enfundada; al fin, había dado con su chollo. Luego las dejé recostadas sobre el zócalo, y salí al rellano. Bajé rápida a la calle, donde un viento frío arañaba ya un trozo de madrugada. Seguí caminando deprisa entre neones y calles oscuras con bares todavía abiertos. Atravesé corriendo la estrecha galería y, allí, al fondo, en aquel semi-sótano abandonado, me planté ante el escaparate.
—Hola, cachorrillos—susurré, repiqueteando con los dedos sobre el cristal—, ¿todavía estáis despiertos?
Te esperamos en la vieja bodega. ¡Fiesta!
Gracias Pigmalion por tu voto y Anquises por leerlo. Perdonar la tardanza y suerte a los dos.
Hola Jazzmina,por fin he encontrado el momento de pasar por tu relato. Encuentro en él un mérito muy grande al concentrar, en menos de dos mil palabras y un día de hotel, la vida y personalidad de dos personajes complejos y contradictorios (como la vida misma).Me gusta como comienza, pero aún me gusta más el final, especialmente la última frase donde terminas de hacer de carne y hueso al personaje femenino.
Saludos y suerte.
Te doy mi …, voto.
Me alegro Thomas que, al menos, te haya traído a la memoria viejos fragmentos surrealistas. Al fin y al cabo, el surrealismo está cada vez más presente en nuestro acontecer diario. Así que, en el fondo, su lectura ha podido ser un ejercicio de realismo encubierto.
Gracias Pigmalión por tus amables comentarios y mucha suerte, también, para ti.
En cuanto a ti, Lovecraft, me has hecho recordar un párrafo del propio relato. Aquel en el que Amparo explicaba a Walter cómo debiera ser la comida en un hotel de cinco estrellas, y terminaba asegurándole que “el embutido de cochino tenía el don de la ubicuidad”. La misma que tienes tú para estar en todas partes. No sé de donde sacas tiempo. Gracias Lovecraft y lo mismo te digo con tu genialmente pormenorizado Waterloo.
Suerte
Jazzmina:
Acabo de leerlo y me ha encantado. Es muy completo el relato, hay diferentes tonos narrativos… Durante la lectura ha habido muchos momentos (no todos) que he estado con una sonrisa en la boca. Además ha ido creciendo la historia con la historia, si la has abierto bien, el cierre ha sido mejor, mucho mejor.¡Cómo debe ser!
Enhorabuena y suerte.
Desde luego, Jazzmina, tu argumentación sobre la participación o no en los comentarios (entiendo que hablas de eso) daría para todo un ensayo, pero no es la intención de este entrar a ello, sino agradecer el tuyo en «Yogur de vainilla». Ya te había leído, y aprovecho para comentarte que me divirtió mucho encontrar en tu relato esos «detalles» de hotel, supuestamente de lujo; los mismos que yo me he encontrado (y aún más hilarantes o surrelistas)en mis periplos por tales establecimientos. Gracias, pues, y mucha suerte.
Enahorabuena Jazzmina.
Es un relato que engancha desde el principio, con las dosis justas de descripciones, narraciones, diálogos…Muy bueno
Suerte
Gracias La Morisca, Sol, Lotte Goodwin pero creo que hay muchos buenos relatos en este certamen para ser el mío el mejor. Gracias por vuestro tiempo y consideración.
Gracias también a ti Lovecraft, una vez más, al tener el detalle de pasarte dos veces por aquí.
Suerte para vosotros también.
Un abrazo.
No voy a decir como otros, «de lo mejor que he leído hasta ahora», sino sin duda el mejor. Tus imágenes me encantan, pero me quedo con esta frase: «algún perdedor veraz dispuesto a compartir pequeñas complicidades». Que cada cual piense lo que quiera.
Brillante. Y lamento no tener tiempo ni capacidad para comentarlo como Dios manda.
Un abrazo y no te deseo suerte porque ya me estás dando hasta coraje.
Jazzmina
Excelente relato
Tienes mi voto y todas las estrellitas
Jazzmina:
He de ser coherente con lo que dije en su día, así que vuelvo por aquí para recordarte mi opinión sobre tu relato.
Suerte de nuevo.
Jazzmina:
Un relato buenisimo, creo que es la mejor narración del certamen.
Un fuerte abrazo.
La Morisca
La verdad, Sacha, pensaba no contestar, porque me parece que es una pérdida de tiempo (por ambas partes). Yo, por suerte no tengo demasiado, y el poco que tengo quiero dedicarlo a leer algún que otro relato.
Sin embargo, he decidido hacerlo sólo a lo que tenga algún contenido puramente literario. No a subjetivismos que no nos van a llevar a ningún lado. Por mi parte, con esto termino. Creo que es el segundo turno mío, con lo que quedamos empatados a turnos. Luego el lector juzgará lo que crea conveniente.
Parece que lo que menos te gusta de un relato que te gusta, es la descripción del hotel: “Das excesivos motivos para protestar, restas credibilidad, lo desdibujas todo”, has repetido hasta la saciedad. La hipérbole es una figura literaria que existe desde Quevedo (érase un hombre a una nariz pegado) hasta García Márquez (puedes encontrar miles de hipérboles en, por ejemplo, Cien años de Soledad). Incluso te puedo remitir a un pequeño librito (referente de la literatura actual) que tengo entre manos: “La vecina de enfrente, por ejemplo, una señora de cierta edad que vive sola con su marido, acaba de tender unas bragas que llenarían de orgullo a cualquier hipopótamo mediano. También se ven unos sostenes color carne que podrían servir perfectamente como gorros de baño (dos)” Página 189. La vida en las ventanas, Andrés Neuman- Finalista Premio Primavera de Novela 2002. Doy por sentado que habrá gente que no le guste lo que escribo. Aunque yo, como todo el mundo, escribo para que agrade al mayor número de personas posibles. Y, de momento, puedo presumir, al menos en este certamen, de estar en el camino adecuado.
Citas en otro párrafo, y además lo haces en contraposición a todos los demás: “Los demás ven como mérito lo que yo veo como demérito. Ellos creen que creas un universo propio y yo que sólo lo llenas” A ver si entiendo, Sacha, yo lleno ¿qué? Un universo que ya existía, una palangana que me han regalado, o qué, ¿qué es lo que lleno? Que yo sepa, los universos literarios se crean en la medida que se nutren de contenido. Onetti creó su universo particular en Santa Maria, donde se desarrollan varias de sus novelas. García Márquez, su Macondo, y Faulkner su Yoknapatawpha, además de muchas otras figuras de la literatura universal. ¿O hay escritores que se dedican a dibujar universos para que escriban los demás? Otra cosa es que alguien escriba de lo que ya se ha escrito con anterioridad, dotándolo de otros aspectos, de otras reflexiones, de una estructura diferente etc. etc. etc. Te repito lo dicho anteriormente: si a ti no te ha gustado, me parece perfecto, estás en tu derecho.
Pero lo que más me interesa de todo es el final. Sinceridad. ¿De qué estás hablando, Sacha? Es increíble que alguien a quien no le gustan un montón de cosas de un relato, tenga la osadía de decir que el relato, eso sí, en su conjunto, le gusta. Conjuntar, que yo sepa, es reunir armoniosamente las partes de un todo. ¿Qué pasa, que cómo hay delante unas cuantas personas a quien les ha gustado y no han puesto ninguna objeción, tú no te atreves a decir que es un relato mediocre o malo? Te lo digo con toda sinceridad. Si lo hubieras dicho desde un principio, nos hubiéramos evitado todo este tiempo baldío. No tengo ningún problema en aceptar que no guste a todo el mundo. Al revés, es lo más lógico. A la hora de leer, hay tantos juicios como lectores.
Suerte en la vida, Sacha.
No es que no quiera invitar a Sacha, todos son bienvenidos en mi casa. Es que tengo miedo de que se oponga a que yo organice fiestas en un certamen literario. Pero no, verdad Sacha, hay que tomar la vida con sabiduría, escucharnos todos y aprender unos de otros. Así que puede usted pasar por casa cuando guste y compartir con nosotros buenos momentos.
Un abrazo.
Hola Asesino:
No entiendo por qué Jazzmina no se toma una copita de vino con nosotros y come un poco de jamón serrano… hmmmmmm qué rico. Además con pan bien crujiente y hasta calentito recién horneado. Venga Jazzmina… El buen rollo es necesario en todas las circunstancias de esta vida. Pasa por casa cuando quieras, que te esperamos con cariño, también está Dies Irae y algunos otros.
Abrazos.
¡La Virgen, que agotamiento nervioso…!
Te lo comenté en su momento; los personajes están perfectamente dibujados y la descripción del hotelucho, genial…¡Ese frigorifico!
El final del relato me dejó claro quien era Amparo, en cuanto a Walter, he conocido a demasiados para no reconocerlos en el tuyo.
Venga, fuera piques y veniros a tomar un chato.
Jazzmina, voy a comentar tu réplica párrafo por párrafo, con el ánimo de aclarar mi postura como lector:
1º párrafo: el «no evita», es claro (gramaticalmente claro) que se refiere a la prosa. Lo mismo que el calificativo de efectista es claro (gramaticalmente claro) que también se dedica a la prosa y no a los efectos.
Los motivos de mi predilección por el personaje femenino creo que se pueden deducir sobradamente de lo que sigue, por lo que no voy a entrar ahora en ello.
Y no me debes ninguna gratitud, ni siquiera por cortesía. Yo te debo cuanto has escrito, en eso, que no en todo, soy absolutamente machadiano.
2º párrafo: No puedo desvalorizar una nota que nunca pensé poner; evitaré por tanto, a partir de ahora, comentar ese extremo.
4º párrafo: El obtener un trabajo, el conseguir lo que quieres, proporciona seguridad, no la resta. Y esto es así, siempre. Por tanto supuse que era el tipo de trabajo, el que este trabajo fuera de policia, lo que castraba al uno y avergonzaba a la otra. Tú tampoco pareces entender mucho al personaje masculino cuando te refieres a él como «el bueno de Walter» después de haberlo pintado como un león de las barricadas.
5º párrafo: No redundaré en lo mismo, mis razones para hacer la pregunta eran las apuntadas en el párrafo anterior.
6º párrafo: Pues no, no es nada lógico que Walter recupere la seguridad porque piense que fuera del hotel todo va a ir bien con Amparo. ¿Por qué lo que para ella es tan evidente, no lo es también para él? Resulta inexplicable y desde luego no explicado.
En cuanto a lo de mi Alzheimer, bueno, no lo descarto.
7º párrafo: Ni fumo ni meto goles a nadie. Soy respecto al futbol un espectador apasionado, como soy respecto a la literatura un lector impenitente.
«Nada se explica y todo se cuenta». Sí, ya está comentado. No sabemos por qué Walter después de encontrar trabajo en vez de sindicarse y continuar la lucha se amilana y es incapaz de reclamar en un hotel. Por Dios ¿alguien se va a creer que es por miedo a perder el empleo? ¿Alguien lo ha perdido alguna vez por ese motivo desde que el mundo es mundo? Esta suposición es además contradictoria con el anterior dibujo del protagonista. Y sin embargo tú lo presentas como la cosa más obvia.
¿Me lo explicas o me lo cuentas? Me lo cuentas, claro.
«Al relato, como a los personajes, las costuras le hacen llagas» Aludía así a que la extensión, impuesta por las bases, perjudicaba al relato, tan lleno de cosas como el camarote de los hermanos Marx. Esta apreciación aparece en otros comentarios que acabo de leer. Bien es verdad que allí aparece con carácter laudatorio. Los demás ven como mérito lo que yo veo como demérito. Ellos creen que creas un universo propio y yo que sólo lo llenas.
8º párrafo: En lo referente al hotel no me retracto ni un ápice. Das excesivos motivos para protestar, restas credibilidad, lo desdibujas todo.
Y mantengo que me gustó el conjunto. El relato, sin duda, funciona.
9º párrafo:No me desees suerte, Jazzmina, me debes lo mismo que yo a ti: sinceridad.
No, Sacha, no; no busques moscas en el polo porque no las hay. En principio debiera agradecerte, por cortesía, que te haya gustado. Pero es que…, realmente tampoco sé muy bien si te ha gustado. Me dices al iniciar tu comentario que el relato te gustó, y también la prosa. Pero seguido comentas que no evita—no sé si el relato o la prosa, o las dos— los excesos, tan efectistas ellos. Y acabas ese párrafo asegurando que mejor ella que él. O sea que él te ha gustado menos. Lo cual sigue desvalorizando lo que, al parecer, comentas que te había gustado.
Después llegan las preguntas sobre cosas que tampoco entiendes, y que, imagino, continúan desvalorizando la nota que me habrías puesto al principio. Pero vayamos con las preguntas:
¿”Por qué considera la protagonista una claudicación ideológica un trabajo de policía? ”, preguntas. ¿”Por qué hay una contradicción mayor en este trabajo que en el de enfermera al que ella aspira? “
No me extraña que no lo entiendas, Sacha. Entender es—más o menos —captar el sentido o la intención de algo que se hace o que se dice. También, a veces, algo que se intuye. Me he leído el relato nuevamente (creo que me lo habré leído unas cien veces, porque yo soy excesivamente puntilloso/a con lo que escribo), y no he conseguido ver dónde la protagonista dice considerar una claudicación ideológica el trabajo de policía. Lo que Amparo considera una claudicación ideológica es venirse desde las barricadas hasta un hotel de lujo (un chollo, pero pagando) donde hay cucarachas y otros detalles imprevistos, y no ser capaz siquiera de levantar la voz. Y también que eso haya ocurrido—lo de no levantar la voz— porque ya tiene trabajo, y, con casi seis millones de colegas holgazaneando, el bueno de Walter quiere aprovechar lo que sea. La segunda pregunta obliga a otra reflexión similar. Contradicción es la oposición entre dos cosas. ¿Dónde has leído que Amparo considere uno de los dos trabajos mejor o peor que el otro?
Siguen otras dos preguntas, a saber: “¿El uniforme, la pistola y la porra explican la mansedumbre de Walter y el desdén de Amparo?”. El uniforme, la pistola y la porra explican que Walter tiene trabajo y Amparo está de mala hostia porque lo ha conseguido y ella ha perdido lo que más le seducía de él: su espíritu de lucha. Y, encima, le ha pedido que se vaya a vivir con él.
“¿Por qué la salida del hotel supone la recuperación anímica de Walter?”. Perdóname Sacha, pero aquí parece que no lo hubieras leído. Walter piensa (y es lo más lógico aunque no lo ponga) que, fuera del hotel, ya no va a tener encima la presión de Amparo para que putee al gordo seboso de recepción o, al menos, presente una reclamación. Y liberado de esa presión, va a ofrecerle irse a vivir juntos que, a lo mejor, acaso, tal vez…, haya sido el verdadero motivo de invitarle a irse de viaje con él. Lo pongo así, tan en duda, porque eso no se dice, aunque, en literatura, hay cosas que a veces convienen tener que intuirse en lugar de que aparezcan escritas. Acelera la mente y evita el Alzheimer. Al menos eso es lo que decía Hemingway.
Y ahora viene lo mejor. Dices así, sin más, como si estuvieras intentando encender un cigarrillo o meter el gol del triunfo de un partido crucial: “Nada se explica, todo se cuenta. Al relato, como a los personajes, las costuras se le hacen llagas”. ¡Qué dos frases tan bonitas!, pero… ¿a qué te refieres con que nada se explica? ¿a saber si Amparo se dejó manosear cuando estaban tras las barricadas, o a si Walter, antes de dedicarse al activismo callejero, había sido príncipe o simplemente bufón? Por Dios, Sacha. Yo llevo poco tiempo en esto, te lo aseguro. Pero te reto a que expliques, sin salirte de dos mil palabras, más detalles de sus vidas que yo, más detalles descriptivos del hotel que yo, más detalles, que acontecieran entre ellos durante la estancia en el hotel, que yo, y más detalles de la noche de autos, cuando Amparo, después de reflexionar sobre lo que podría ser mas conveniente para ser feliz, decide largarse y volver con sus perrillos, gatillos o cualquier otro animal que no fuera el ser humano, que yo. Y te doy un par de años. O, a lo mejor, es que todos los que aparecen en el cuento son los que no debían estar y que no te gustan. Entonces, ¿qué es lo que te gustó?
Acabas aludiendo al hotel y a su, también, fallida descripción. No te gusta porque parece sacada de una película de los Cohen. Pero decides en última instancia que, ¡caramba qué suerte!, te ha gustado el conjunto y es un buen relato. Bueno, pues gracias Sacha, me alegro que te haya gustado. Aunque sólo haya sido, de cero a diez, uno y medio.
Algo de suerte te deseo también para ti. Pero no sé cuanta.
Jazzmina:
Muy buen relato, en verdad muy bueno. Haces planteamientos que parecen imposibles de introducir en menos de dos mil palabras y lo llevas con maestría.
Esa lucha en la cual el personaje femenino está decidido a continuar, mientras ve a su compañero de ideales desmoronarse ante ella, precipitándose en ese engranaje que parece arrastrarnos a todos… Ella sigue aferrada a sus ideas… y las protegerá aunque sea sola con sus queridos cachorros.
¿Podrías hacerme el favor de darme tu opinión sobre el relato que presento?, se llama Terapia musical. Desde ya muchas gracias.
Un abrazo.
El relato me gustó. También me gustó tu prosa, aunque no evita los excesos, tan efectista a veces. Mejor el personaje femenino que el masculino.
¿Por qué considera la protagonista una claudicación ideológica un trabajo de policia? No lo entiendo ¿Por qué hay una contradicción mayor en este trabajo que en el de enfermera al que ella aspira? Tampoco.
¿El uniforme, la pistola y la porra explican la mansedumbre de Walter y el desdén de Amparo?
¿Por qué la salida del hotel supone la recuperación anímica de Walter?
Nada se explica, todo se cuenta. Al relato, como a los personajes, las costuras le hacen llagas.
Tampoco me gustó el hotel, su descripción, parece sacada de una película de los hermanos Cohen.
Y sí me gustó el conjunto. Es un buen relato.
Enhorabuena.
Tranquila, Jazzmina, para nada hay gazapos de ese tipo. Si que tu chica mantiene el tipo con el cierzo que corre, y ya te digo que la puerta abierta que dejas cuando vuelve con los cachorros, para mí, es un «canto de esperanza» en la gente que aún queda limpia de corazón (toma ya lugares comunes encadenados). Pero Norma Rae hubiera salido del hotel con la primera cucaracha, creo yo. Por eso…
Ah, la contestación a Walter (— ¿Vivir juntos? ¿Con quién?—contesté rápida), perdona que no te lo dijera: impagable, buenísima. Ya quisiera yo tener esos reflejos, incluso en la ficción.
Besico.
Gracias Barack por la invitación. Muchas flautas tendrían que sonar para que el generador, la generadora y el espontáneo a la vez puedan discutir, aunque no estaría mal, sobre cualquier cosa en Murcia (pero cambiaríamos el cafelito por algo para engullir). Gracias de todas formas.
Está claro Hóskar-wild is back que en lo alto abundan de esos, pero como decía en un comentario anterior, vamos a mirar alrededor y no a echar sólo la culpa a los políticos. De cualquier manera, no me queda muy clara tu opinión sobre mi escrito puesto que no haces mención alguna. Gracias de todas formas y suerte también para ti.
Gracias también Ganímedes, Aljibe, por vuestros comentarios.
Para terminar, decirte lo mismo Dies Irae, que muchas gracias por tu amable crítica, aunque hay una cosa que sí quisiera aclarar. Dices que Amparo tampoco es la misma de las asambleas de entonces, y me has hecho volver a revisar el texto, por si algún gazapo hostil se me había infiltrado. Sé, y en cierto modo lo suscribo, que la integridad del ser humano está cada vez mas en entredicho, que sus convicciones se desvanecen a menudo ante la lírica del dinero. Pero éste no es el caso, o al menos, no ha querido serlo. Te recuerdo solamente un trozo del texto: “Fue una semana aciaga. La sombra atribulada de Walter merodeaba insalubre mientras yo rabiaba como un gran danés encerrado en una jaula de chihuahua”. O este otro: “Walter comió y bebió a discreción, sin respetar mi desgana”. Además de la última y definitiva conversación cuando Walter le propone vivir juntos. Quizá pocas, pero prefiero pensar que algunas personas honestas todavía deben quedar.
Gracias y suerte a los tres.
Un buen relato, Jazzmina, en el que el lector (y ya lo he visto en los comentarios anteriores) va impregnándose de la desgana de los protagonistas, comprendiendo cómo hemos cambiado, reconociéndose, seguro, un poco también a sí mismo.
Y no es sólo Walter… también ella apura las vacaciones pagadas, vuelve a ducharse en la buhardilla pese a las fotos que encontró… Tampoco Amparo es la misma de las asambleas de entonces. Quizá los cachorrillos dejen abierta la puerta a la esperanza.
Y yo me pregunto si la escritura es suficiente. ¿Eso querías lograr? Enhorabuena y suerte.
De lo mejorcito que he leído hasta ahora. No voy a extenderme en elogios porque los comentaristas predecesores ya te han bordado un traje a medida, y yo, en esas lides, aún estoy aprendiendo a hilvanar.
Mi más sincera enhorabuena.
Suerte!
Jazzmina, qué gracia me ha hecho, al terminar de leer tu relato, recordar que te contesté, en tu comentario, que me guardaba esa suerte que me enviabas porque habían muchos buenos relatos. Mira por dónde aquí hay uno no bueno, buenísimo. Enhorabuena y, aunque no la necesitas, suerte.
Poca gente sabe que el Comisario de la Competencia de la UE, señor Almunia, fue en sus orígenes un troskista de pro, cuando tenía más pelo, más vergüenza y menos euros. No fue la llamada del hambre la que le hizo cambiar, sino encontrarse en un lugar en donde poder llenarse los bolsillos sin hacer nada. ¿Preguntas que dónde están esos idealistas de antes? Ahí hay uno. Otros no andan lejos. Suerte.
A ver si suena la flauta y el generador, la generada y el espontáneo discutimos, en Murcia y frente a unos cafelitos, de asuntos genéticos, y de la parte de culpa que ha tenido cada uno de los dos primeros en elaborar una excelente cabecita.
Suerte para los tres, aunque solo sea por dar lugar al encuentro.
Ah, invito yo. No faltaría más…
Gracias Ms Rioja por leer mi relatos y por tus comentarios tan amables. Te deseo suerte a ti también con tu relato sobre un tema tan escabroso
Gracias
Un excelente relato. Unas descripciones del lugar tan precisas que siento que he pasado unos días en ese hotel. Y dos personajes complicados, creíbles con sus conflictos internos y externos. En menos de 2.000 palabras has creado todo un mundo. Enhorabuena.
Muchas gracias Avril por esos pequeños detalles, tomaré nota; de cualquier manera no veo tan exagerado el ‘poliéster sintético’ al imaginar semejante hotel forrado de alfombras baratas rescatadas de algún cochambroso bazar.Además, existen en la naturaleza poliésteres conocidos desde 1830.
Tantos Troskis a través de los tiempos o mejor dicho Walters tenemos alrededor, no echemos la culpa a los políticos, como siempre.
En fin gracias y mucha suerte para ti también.
¿Qué fue del comentario que dejé?
Jazzmina no olvides que casi todos los Troskis, de los años 70-80, han pasado por el gobierno o sus aledaños. ¿Conoces alguno de ellos que mantenga sus ideas?
Bueno como de lo que se trata es de tu relato, pues me ha gustado mucho. Esta muy bien escrito. Quizás un pleonasmo: «poliéster sintético» alguna palabra, que aunque correcta es mejorable, como «prendió una fluorescente». Pero me gustó, y te agradezco que hayas comentado mi historieta.
Suerte.
Gracias Barack por tus comentarios
Al principio me ha generado dudas lo del repollo y las plumas por “generación espontánea”. Pero, en unos pocos minutos, mediante el artilugio que maquinó el florentino Meucci, me han puesto rápidamente al corriente. De acuerdo, entonces; estamos, sí, estamos,
A ver si tengo tiempo de echar un vistazo al tuyo Barack
No conozco a Caos -creo- pero sí a Lovecraft.
Si, según éste, tú como escritora le das sopas con ondas a media web, él como comentarista le da las mismas sopas -recalentaditas, qué menos- a la web entera conmigo dentro. Así que estoy con sus palabras al cien por cien. Y, no debo olvidarlo, también con las de Caos.
Una excelente historia, gobernada sin tonterías ni fuegos artificiales. Ajustada y sólida, con su puntito de casi todo lo que hace falta en una trama de tal pelaje y su grumo de calidad en cada párrafo.
Solo deseo añadir que lo que más me ha seducido del cuento han sido los detalles por sorpresa y la sensación global de armonía narrativa.
Tampoco me ha extrañado tu relato, Jazzmina; los niños no nacen de un repollo y las buenas plumas rara vez por generación espontánea. ¿Estamos?
Mucha suerte.
Gracias Caos, Lovecraft, por vuestros amables comentarios, aunque vamos a ser cautos—Caos—, no sea que vendamos la piel del oso antes de cazarlo. De cualquier manera, me sobra con poder leer comentarios así. Estoy queriendo leer algunos relatos durante el fin de semana porque, el resto, lo tengo complicado. De hecho ya he comentado el de Lovecraft, y espero encontrar el tuyo, Caos.
De nuevo, gracias a los dos
Cuando las dentelladas del hambre y la necesidad se ceban sobre nuestras nalgas, uno es capaz de renunciar a sus más sólidos principios, aunque ello signifique aliarse con el mismísimo Belcebú. El patético de Walter no es más que otro pobre diablo que ha experimentado ese tipo de realidad, para chasco y desilusión del idealismo impenitente de Amparo.
Ejemplo paradigmático (valga la rerundunguncia) de como escribir un buen relato. Jazzmina, sea cual sea tú género, puedes dar sopas con honda a la mayoría de participantes en este certamen. Basta con leer solo el primer párrafo para percatarse de ello. Cuando sea mayor, yo quiero escribir como tú.
No te voy a desear suerte en el certamen, porque eso sería jugar con ventaja.
Solo te lo diré una vez, así que atiende: de lo mejor que he leído. No sigo por ahí porque me cuesta hacer la pelota a los demás, puede que por un complejo de Edipo no superado, o cualquier otra idiotez similar. Vas a llegar a la final. He tenido una revelación. Enhorabuena