90- Previsibles imprevistos. Por Deca2012
- 18 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, amor, deseos, relatos
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Se dio cuenta 18 meses, 23 días y algunos segundos después: se había equivocado.
Nada le podía parecer más increíble. Y nada más probable.
También Giulia, como muchas de sus amigas, como muchas actrices, escritoras y mujeres de éxito; tampoco ella era la excepción: vivía un amor sin Amor.
Lo entendió una mañana de invierno, nubes imperfectas en un cielo limpio, ella en el extremo derecho del lecho matrimonial, él en el extremo izquierdo.
Dividiéndolos, un metro y un infinito.
Mario le daba la espalda y tenía un brazo colgando fuera de la cama, como buscando algo que no iba a encontrar allí; ella tenía los pies fríos, probablemente aún más fríos que la noche anterior. Una gota, que no podía ser sudor, resbaló por la mejilla izquierda, y ella no hizo nada para contener un sollozo, mientras con el rabillo del ojo derecho buscaba percibir alguna reacción en la postura del marido; él seguía respirando tranquilo, inmóvil e imperturbable, como siempre; ciertamente, pensó ella, había llegado al punto de no retorno, al punto en el cual todo se había vuelto aceptable y nada habría podido molestarle…
El suyo probablemente nunca había sido un amor verdadero, había sido solamente el Deseo de Amor. Un Deseo tan fuerte que había sido capaz de transformar la realidad.
El día de su boda, atravesando la nave de la pequeña ermita, la mano de Giulia en la de Mario, las estrellitas brillaban en los ojos de él, y el sol quemaba el corazón de ella… El decrépito organista tocaba con entusiasmo los acordes desafinados de la marcha nupcial y todos habrían jurado haber escuchado apenas una orquesta entera de violines exhibirse para ellos; el sol brillaba en lo alto del cielo sin nubes y todos volvieron a casa convencidos de haber disfrutado de una espléndida velada al claro de la luna.
Cuando la joven pareja volvió del viaje de bodas, ambos reflejaban en su rostro la expresión de la Felicidad, una Felicidad tan evidente y perfecta que recordaba la turbadora demostración de un teorema matemático no euclídeo: el Amor es un Misterio y ellos lo habían descubierto, lo Imposible existe y ellos lo habían hecho Posible. Ellos, justamente ellos, eran los Elegidos.
En los primeros meses de matrimonio Giulia había encontrado el universo entero entre los brazos de Mario; porque sólo allí, en aquel abrazo, ella había sentido que cada pedazo de su cuerpo, de su mente y de su corazón, había sido finalmente acogida.
Pero el tiempo, como tiene por costumbre, pasó.
Y con el tiempo, Giulia se sorprendió de desear que Mario no tuviera brazos; desde hacía unos días se sentía morir con la sóla idea de deber pasar el resto de su vida en su escalofriante miel.
Y después, estaban los silencios. Hubo un tiempo, siglos atrás, en que hablaban de cosas todos los días, pero aquellas cosas adquirían un significado profundo, no sólo para ellos; porque sólo ellos conseguían decirse todo, aun sin decir nada; era la taquigrafía de los sentimientos que sabía llegar directamente allí, donde debía ir: aproximadamente a unos ¾ de su metro sesenta y ocho de altura, al centro exacto de su corazón.
Ahora, en cambio, Mario, los ojos como dos estrellas apagadas, hablaba fingiendo decir cosas importantes, sólo para esconder el hecho de que no tenía nada que decirle.
Naturalmente Giulia no era una ingenua y sabía que el éxtasis no puede durar eternamente; hasta su hermana mayor, Silvia, casada desde hacía dos años, le había prevenido de ello, porque en estos casos siempre hay una hermana que te ayuda a afrontar lo peor: es fisiológico y normal, la pasión debe dejar lugar a algo diverso, más profundo, más sólido y más grande. Sintetizando… es inevitable.
Cierto. Sólo Giulia se había preguntado también qué sería eso de “algo diverso”. Se lo había preguntado, y había pensado largo y tendido, pero… verdaderamente no lograba encontrar una respuesta. Fue así que, a partir de aquel momento, se sintió presa de una especie de depresión posparto; una depresión que, en su caso, resultaba técnicamente insuperable, porque nunca hubo un parto.
Por lo demás, se había dado prisa en aclarar Silvia, no había nada de lo que avergonzarse o por lo que sentirse culpable: si una relación te hace sentir más mal que bien, encuentra algo mejor que hacer… no es difícil, sólo debes aprender a respetarte y a quererte… Después, de nuevo le ofreció un hombro, no para consolarla, porque sabía que era imposible consolarla, sino para sentirse menos inútil.
Giulia ya lo había entendido: estaba más mal que bien; estaba mal por diversas razones y de un modo diverso; y ni siquiera tenía la curiosidad de saber cómo acabaría…
Todo predecible, a pesar de todo… como siempre en estos casos… todo imprevisto.
Por otra parte, Mario, era más maduro que Giulia y estaba convencido de que era un desatino llorar por banales cuestiones sentimentales, que ciertamente no movían ni un milímetro el equilibrio geopolítico del que eran parte. De hecho, Mario era demasiado inteligente para desesperarse, era un hombre de acción y no se habría dejado paralizar por los sentimientos; he ahí por qué se guardó bien de llorar por su amor ya sin amor. Sin embargo, analizó fríamente la realidad tal como era: Giulia había vuelto a ser una adolescente de lágrima fácil, sus puntos de vista eran cada vez más infantiles y su punto de vida cada vez más invisible.
Y así decidió ir a la avendida Magenta, al elegante estudio de la elegante doctora Colombo, la psicoanalista de todo milanés que se precie. En aquel estudio vertió durante los últimos meses toda su insatisfacción, enriqueciéndola de detalles y divagaciones totalmente inútiles que la doctora Colombo, fiel defensora del Análisis Transaccional y de la autoridad que podía conferirle un traje de sastre de marca del valor aproximado de un par de sesiones, fingió escuchar con atención.
Finalmente, en el vigesimoséptimo encuentro, la elegante psicoanalista, con voz persuasiva y dicción de logopeda, dijo:
«Entiendo bien lo que intenta.. Pero, mire, el verdadero problema está siempre en la fuente. El problema es que nadie, ni sus padres, ni sus abuelos, ni sus bisabuelos, y así hasta el Paleolítico Superior, nadie ha visto jamás lo Extraordinario que hay en Usted”.
Le ofreció una chocolatina en una bandeja de plata, siempre convencida de que cualquier vacío puede ser llenado, y prosiguió:
«Usted debe aprender a creer en sí mismo y en las infinitas potencialidades que hay en Usted. Si recuerda… todo es posible. Al final del “trayecto” que acabamos de emprender, Usted estará en grado de determinar y liberarse de todas aquellas relaciones disfuncionales y/o de aquellas dinámicas desviadas que hoy en día le impiden volar en su cielo”
Se quitó una pelusa imaginaria de su Chanel azul y le regaló una sonrira de laurel:
«En fin, al término de nuestro recorrido usted se habrá encontrado a sí mismo y… la clave para abrir cualquier puerta, repito, cualquier puerta. Sólo le faltará encontrar la puerta. Pero esto… dudó un instante, como si fuera a decir algo que no hubiera querido revelar jamás; después, en un abrir y cerrar de ojos que Mario no logró a captar, conculyó:
«Esto… probablemente… es el Destino «.
Mario meditó largamente sobre aquellas palabras. Finalmente, con intuición fulmínea y fulminante, entendió dónde se encontraba “su” puerta.
Era una puerta que había tenido delante de los ojos todos los días sin verla nunca, !era la puerta que se asomaba sobre el mismo rellano de su apartamento!
Pocos meses después, se trasladó a vivir donde su vecina, Raffaella: chica bulímica, casi cúbica, mil veces más inmadura y menos bella que Giulia, pero allí, a la sombra de sus oscuras cejas, él encontró el sentido de cada cosa; allí encontró un punto quieto en un mundo que gira, un punto quieto en el cual poder apoyarse con renovada serenidad, sabiendo que estaba continuando a no desplazar ni un milímetro el equilibrio geopolítico de su tiempo.
Giulia, por su lado, demostró no ser menos; se casó de nuevo, con Franco, taciturno ingeniero convencido de que el Amor pudiera explicarse sólo con la habituación a las propias endorfinas y cuya temperatura interna era notablemente más fría que la de Mario; pero ella confió su propio corazón a Franco que, como una cometa guiada por sus sabias manos, voló en el cielo, feliz y satisfecha, por otros mil años.
¿Y la doctora Colombo…? Perdió un cliente, Mario. Y ganó otro, Silvia: aquel éxtasis que es inevitable que no pueda durar eternamente, en ella, en cambio, continuaba…
Hola Deca.Por qué pones esa cara?.Querías decir algo y lo has dicho.»Para escribir sólo hay algo que tener que decir».Lo dijo un Nobel, supongo que tiene más valor que lo que puedan decir unos plumillas de academia.Sobre el contenido del relato no voy ha hacer ningún comentario, bueno uno, cada uno buscó después de su fracaso la horma de su zapato.Es duro estirar el brazo y que la parte derecha o izquierda de la cama esté baldía, pero siempre será mejor que dormirse en el precipicio de la cama porque…sintieron un crujido frío y seco un día al abrazarse y se dieron cuenta, que se les rompió el amor jejeje( eso dijo la Rocío).
Ánimo y sigue.
lamari
Por Dios, ¿Qué es una sonrisa de laurel?
Parece que mi historia :-(((
La rutina viene envuelta en papel muy delgado y, más tarde o más temprano, acaba cediendo al paso del tiempo. Me gusta la imagen de la doctora ofreciendo una chocolatina a Mario. Ya se sabe que el chocolate es sustituto del sexo… Suerte.
Ironico y cruel.
No queda del todo claro en el relato el motivo de ese cambio de pareceres: los protagonistas pasan de ser los perfectos enamorados a no soportarse, sin solución de continuidad. ¿Por qué? ¿Tan sólo por hastío? Es posible, pero, como he dicho, no queda claro en el relato.
Sólo un par de correcciones: no son necesarias muchas de las mayúsculas que empleas al principio del texto (Amor, Felicidad, Misterio, Deseo, Elegidos). Y esta frase resulta farragosa por el abuso de la preposición «de»: «fiel defensora del Análisis Transaccional y de la autoridad que podía conferirle un traje de sastre de marca del valor aproximado de un par de sesiones».
Viel Glück