70- Ojos de tigre. Por Sacha
- 14 octubre, 2012 -
- Finalistas del certamen, Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, enfermedad, pecho, relatos
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“¡Vaya noche, creí que se moría! ¿Se encuentra ya mejor, criatura?”
La tarde anterior habían operado a mi mujer y al regresar, después de pasar unas horas en Cuidados Intensivos, me sorprendió que la cortina estuviera corrida ocultando la mitad de la habitación. “No están solos, ha habido un nuevo ingreso ”, explicó la enfermera.
El nuevo ingreso, una anciana enérgica y robusta, nos miraba ahora con expresión severa. Pronto se acercó y ocupó con determinación un lugar preferente al lado de la cama. Mi mujer sonrió con debilidad: “Sí, estoy un poco mejor, pero muy mareada”. La anciana acarició sus cabellos y la besó en la frente: “Todo va a ir bien, no se preocupe”. Después, vuelta hacia mí, anunció su deseo de asearse y me pidió que saliera.
Era la señora Rita.
Pasaron tres días en los que los familiares de las dos pacientes nos disputábamos el reducido espacio disponible. Mi mujer mejoraba, a la señora Rita continuaban haciéndole pruebas. Al cabo, en una silla de ruedas que yo empujaba con cuidado, nos autorizaron a dar los primeros paseos por la terraza del hospital. La vega, el río, la mancha blanca de alguna alquería oculta entre olivos polvorientos y nudosos, la cinta bífida de la carretera que se perdía en el horizonte, todo eso constituía el paisaje que se podía contemplar desde nuestra atalaya.
Era junio, estábamos en Córdoba.
Mi mujer hablaba con animación en aquellas tardes soleadas, sobre todo de la señora Rita, a la que visitaban asiduamente sus dos hijas. Al parecer, la familia, dedicada desde hacia tres generaciones al comercio, disfrutaba de una situación económica desahogada. Tenían pisos en Córdoba y casas en las estribaciones de la sierra. La señora Rita había cumplido ya 70 años, era viuda desde hacia nueve y mantenía a cal y canto su independencia. Visitaba con frecuencia a sus dos hijas, que le habían dado cuatro nietos, pero no quería vivir con ninguna de las dos. Y, aquí venía lo mejor, había vuelto a enamorarse. ¿No me había fijado yo en el hombre que venía a verla al anochecer, en el hombre de los papeles?.
Sí, claro que me había fijado, llegaba cuando el hospital recobraba un poco la tranquilidad, cuando los demás se habían ido. Lo primero que hacía era entregar a la señora Rita un pequeño envoltorio de papel ordinario. Entonces ella sonreía y con pudor corría la cortina que separaba las dos camas.
Pues es él. Tiene un huerto pequeño y una pensión tan reducida que vive más del uno que de la otra. Lo que le trae es una fruta, o un tomate, o un pepino. Se lo comen juntos, sentados en la cama, mientras hablan muy despacito, muy quedo. Cuando la señora Rita descorre de nuevo la cortina, durante un momento se aprietan la mano antes de despedirse. ¿Y sabes qué? ¿Sabes lo que la enamoró? Pues: sus ojos de tigre. Los dos reímos, los dos rememoramos a la vez aquellos ojos anegados y perdidos, como los de todos los ancianos, nos parecía imposible que nadie pudiera ver en ellos el menor atisbo de fiereza. Mi mujer continuó: ella me dijo, “cuando vi esos ojos de fiera, esos ojos de tigre, algo se me rompió por dentro y no volví a ser la misma”. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo aquel viejecito de menguada figura, de cara arrugada como una pasa, con la eterna seriana de lorzas, los pantalones anchos de dril y sus alpargatas podía inspirar tanta pasión?. Volví a reír.
De nuestras excursiones regresábamos para cenar. La señora Rita, ya sola, mostraba a esa hora un humor excelente y, entre veras y bromas, comenzaba a cantar. Poco a poco acudía la gente, se agolpaban en la puerta; todos querían verla o, al menos, escucharla Su voz desgarrada decía bien la copla, el cuerpo, voluminoso, rotundo, expresaba con igual intensidad, sin apenas moverse, la fuerza de la pasión que el desamparo del abandono. Una copla, otra. La emoción aumentaba más y más hasta que, rendida, la señora Rita se refugiaba en los brazos de mi mujer, se escondía en ellos como una niña. Entonces yo salía de la habitación y reanudaba mis paseos por la terraza para contemplar la puesta de sol. Los ocasos, en esta ciudad de amaneceres repentinos, se demoran hasta que el calor se diluye en el hálito de la sierra. Después, cuando el olor a nardo y azahar es ya persistente, la oscuridad te envuelve como un manto y el cielo se cuaja de estrellas.
Al volver solía coincidir con “Ojos de tigre”. Ligeramente encorvado, con la mirada baja, tenía el andar vacilante del campesino acostumbrado a pisar la tierra desigual del surco. La señora Rita recibía feliz el envoltorio de papel que él le ofrecía y, sin soltarle la mano, lo atraía hacia sí antes de correr la cortina. De ese modo terminaban nuestros días.
“No podemos decírselo, ¿No lo entiende?, ella bajo ningún concepto quiere que se lo corten. Ya ve, qué más le dará, a su edad… Créame, no hay forma de evitarlo, los médicos han sido claros, si no le cortan el pecho volverá a reproducirse y en unos meses estaremos de nuevo aquí. Es mejor que piense que sólo van a extirparle ese bultito. Después, poco a poco, comprenderá que era la única manera, que no había otra”.
Mi mujer dejó de insistir y preguntó con timidez: “Él … ¿lo sabe?”
Las facciones de la hija mayor de la señora Rita se endurecieron antes de responder con frialdad: “¿Él? ¿Qué tiene que saber él? Bastante daño está haciendo”.
Cuando nos quedamos solos y reanudamos el paseo mi mujer, apenada, se decía una y otra vez, tratando de convencerse: “Hay que entenderlo, quieren lo mejor para su madre”. Y suspiraba. Yo pensaba en el pobre “Ojos de tigre”, en la animadversión que despertaba en la familia de la señora Rita. Desde el principio las dos hijas consideraron la querencia de su madre como algo ridículo, vergonzante, algo que preferían ignorar, que no admitirían nunca. “Con la edad ocurren estas cosas, la cabeza empieza a fallar, se pierde el sentido de la realidad, del decoro… ¿No se da cuenta de que nos avergüenza? ¿No piensa en sus nietos?”.
Aquella tarde mi mujer y yo retrasamos lo más posible el regreso, cambiamos la terraza por el bullicio de la cafetería. Queríamos aturdirnos, interesarnos en otras vidas. Temíamos que comenzaran las despedidas y el hospital recuperara la calma, pues al día siguiente operaban a la señora Rita y no sabíamos qué encontraríamos ni qué actitud debíamos adoptar para no despertar en ella recelo alguno. ¿Cómo contestar si nos preguntaba? ¿Cómo consolarla sin mentir?
Los preparativos comenzaron muy de mañana y sin duda le administraron algún calmante ya que tenía la mirada turbia y apagada al despedirnos. Esta vez fue mi mujer quien la besó en la frente. Las hijas, una a cada lado de la camilla, cogidas a sus manos, la acompañaron hasta el quirófano. A las doce supimos que a la señora Rita le habían rebanado por completo el pecho izquierdo, que la habían cosido, y esperaba en la Sala de Reanimación a que se disiparan los efectos de la morfina. Volvió muy entrada la tarde.
“No sabe nada aún, tiene tantas gasas y algodones que no lo nota. No lo sabrá hasta que a mediodía realicen la primera cura. Sólo le hemos contado, y es verdad, que todo ha ido bien”.
“¿No vais a decírselo antes?”
“Se lo dirá el médico. Es mejor así. Esta noche me quedo yo con ella”. La hija mayor de la señora Rita se giró para pedirme: “¿Podrá esperarlo usted esta noche? Tranquilícelo pero no lo deje pasar. Mi madre no debe alterarse, no quiero que lo vea”.
El día siguiente transcurrió para mí en la terraza, en la cafetería, en los pasillos. Mi mujer salía con frecuencia y me tenía al tanto de los acontecimientos. Al parecer el médico informó a la señora Rita de forma fría y profesional. No habían dejado nada. Pasados unos meses, cuando la herida cicatrizara, podría utilizar una prótesis. Y correspondía al oncólogo determinar si era necesario administrar o no un tratamiento de quimioterapia; en cualquier caso, en pocos días firmaría el alta hospitalaria.
La cura posterior había expuesto en toda su crudeza el horror de la mutilación.
¿Pero y ella? ¿Cómo había reaccionado la señora Rita?
No había reaccionado de ninguna manera. Había escuchado en silencio y había respondido con voz asustada a todas las preguntas, se quejaba, pedía más calmantes. Durante la cura había llorado. Aquella mujer enérgica y decidida estaba muerta de miedo. Pedía a sus hijas que se quedaran, no quería estar sola. Rechazaba además cualquier otra compañía.
Aquella noche, sin que mediara recomendación alguna, esperé a “Ojos de tigre” y lo disuadí de entrar a verla. Le expliqué lo ocurrido. Le dije que la señora Rita estaba muy alterada, que necesitaba un tiempo para asimilarlo, que se apoyaba sólo en su familia. Me miró sin disimular su desconfianza y nos despedimos como dos extraños.
Se confirmó la necesidad de administrar al menos seis ciclos de quimioterapia. La señora Rita recibió la noticia con alivio y ni siquiera la previsible caída del cabello supuso para ella una preocupación. Sólo temía la falta de atención. En cuanto a sus hijas, también estaban asustadas. Comenzaban a ver como una amenaza tangible la pérdida de independencia de su madre. Llevaban dos días al pie de su cama, estaban fatigadas y nerviosas. Por primero vez, la señora Rita manifestó su deseo de vivir con la mayor y ésta aceptó sin entusiasmo.
¿Se habían equivocado? ¿No habría sido mejor que su madre hubiera conservado el pecho?. Al fin y al cabo la metástasis era sólo una posibilidad…
Reanudamos nuestros paseos explorando nuevas perspectivas. Cambiábamos de planta, nos perdíamos en los pasillos, llegábamos hasta el nido de los recién nacidos y reíamos ante el entusiasmo de padres y abuelos; era placentero descubrir aquella multiplicidad de intereses sin implicarse en ellos. Y necesitábamos ese desahogo antes de volver a la habitación.
Una noche, acabada la cena, paseaba despacio por el vestíbulo cuando vi salir de la zona de ascensores a “Ojos de tigre”. Avanzó hacia mí, con un puño cerrado y fuego en la mirada. He de reconocer que había en sus ojos algo de la fiereza que le atribuía la señora Rita. Ni me saludó ni lo detuve, pero entré tras él en la habitación para evitar cualquier lance desagradable.
Al traspasar el umbral “Ojos de tigre” se detuvo un momento, desconcertado, pero reaccionó enseguida y de un golpe descorrió la cortina.
La señora Rita llevaba el camisón del hospital y se abanicaba sentada en la cama, su hija mayor leía una revista.
Él avanzó y depositó sobre la sábana, a los pies de la señora Rita, una alianza de plata.
“Dime sí o no”. Con calma, aposentado sobre las piernas ligeramente abiertas, “Ojos de tigre” esperaba.
La señora Rita rompió a llorar. Sus sollozos mojaban y arrugaban unas palabras que apenas se entendían: “Ahora no puedo, ¿No ves? ¿No ves lo que me falta? No puedo pensar en nada, tengo que pensar en mi… ”.
Él insistió: “Dime sólo sí o no”
La señora Rita perdió el color, se le secó el llanto y gritó colérica: “No”
“Ojos de tigre” corrió la cortina. Sólo entonces se percató de la presencia de mi mujer y se disculpó.
Lo alcanzamos antes de llegar al ascensor. Mi mujer lo abrazó, yo le estreche la mano. Ninguno de los tres podía hablar.
Tres días después se fueron la señora Rita y sus hijas. Abandonaron el hospital como ladrones, sin despedirse de nadie; la historia de lo acontecido había corrido de boca en boca y de manera unánime se afeaba su conducta, a la par que se alababan la honradez y la hombría de “Ojos de tigre”.
Sacha..¡Que envidia me das! está bién lo de ser finalista, pero eso de coger el petate y largarte…eso, eso me hace plantearme que hago con mi vida. Camina, amigo, camina y llena tu mochila de historias encontradas en los recovecos del camino, allí donde la vida te asalte al margen de prisas. Es una pena que no pueda estrechar tu mano en Murcia, pero tienes la excusa perfecta. Que los hados del camino te protejan.
Mi sincera enhorabuena, Sacha. Las cualidades de tu relato han estado por encima de los juicios moralistas y sesgados (el mío incluido) sobre tus personajes y su forma de actuar, y en las que no habríamos entrado si la historia no nos hubiera enganchado desde la primera lectura. Una excelente narrativa que se ha visto recompensada con la nominación. Mucha suerte en la elección final y un abrazo.
Sacha:
Mis felicitaciones por ser uno de los finalistas.
Un fuerte abrazo.
Enhorabuena por la selección del relato para estar entre los finalistas. Mucha suerte.
Sacha
Es para mi, toda una alegría que hayas llegado.
Mucha suerte y buenos vientos
¡Enhorabuena! los hados te han protegido y yo me alegro un montón. Cuando quieras brindamos por tu éxito. Un abrazo
Te esperamos en la vieja bodega…¡Fiesta!
Un abrazo y mucha suerte en el concurso y en la vida. Nos vemos por aquí hasta que esto termine. Que los hados te protejan.
Te dejo mi voto.
Garacias por tu comentario, Sacha. Tu relato es triste pero muy bonito. Felices fiestas y suerte en el certamen.
Mucha suerte
Te deseo mucha suerte en el Certamen. Ahí llevas mi voto.
Una historia de hospital, tierna, en algunos momentos muy poética, y con una prosa bien construida. Anciana rica enferma de cáncer, de quien se enamora campesino pobre aunque, todavía, con buen ánimo: “Ojos de tigre”. Pero entonces surge su familia a quienes— ¿por ser campesino pobre?— no parece gustarles demasiado. Tiene una cosa buena, se lee muy fácil, la historia es lineal, sin altibajos ni “flash backs”, y eso favorece llegar disfrutando al final. Es una historia muy enternecedora salvo en su desenlace, donde Ojos de Tigre se retira sin luchar. Como alguien dice por ahí, yo hubiera hecho algo más. Pero, insisto, Sacha, en líneas generales, me ha gustado.
Enhorabuena y suerte
Sacha, soy enfermera y se de lo que hablas, es increible la cantidad de casos similares que hay en los hospitales, las residencias, etc.
Llenos de dolor, de ausencias, de mutilaciones fisicas y emocionales.
Enhorabuena.
Yo creo que quienes salen peor paradas son las hijas de Rita, a las que les incomoda tener que ocuparse de su madre. Y esa vergüenza de que su madre se enamore de otro… No sé si es muy española, pero muy sureña sí que lo es. No creo que sea causalidad que el relato se desarrolle en Córdoba.
El pobre Ojos de Tigre, al parecer, era de escasa formación, y quizás por eso es rechazado y tampoco sabe reaccionar. En fin…
Suerte.
Sacha,
Cuando dices que «De manera unánime se afeaba su conducta, a la par que se alababan la honradez y la hombría de Ojos de tigre” me haces pensar en las injusticias que frecuentemente cometemos al juzgar a los demás. Tal vez si el amor hubiese sido sólo cosa de dos…otra sería la historia.
De cualquier manera te felicito, es un relato conmovedor y muy bien narrado.
Otra cosa: ¡Mil gracias por tu comentario en mi relato! Acertaste al cien por ciento con el final, lo cual me permitirá dormir tranquilo(a), tras varias noches en vela con esa preocupación de cuento incomprendido que me estaba matando.
Hola Sacha, es de bien nacidos el ser agradecidos, por eso te devuelvo la visita y te agradezco que me hayas hecho recalar en Ojos de tigre. Me ha gustado, para que mentir, está muy bien escrito, tiene bonitas figuras literarias y la historia es tierna, cercana y dolorosa a la vez.Tal vez le faltó un poco más de valor al viejecete para luchar por su gran amor. Te deseo mucha suerte y a buen seguro nos veremos bajo los aromas de azahar y la bruma mañanera de nuestro río. Mis hijos nacieron cerca de la puerta de Almodovar y ya aprenden a hacer salmorejo.
Por lo leido se que has pasado por un hospital, sino lo vives no lo puedes trasmitir en tu relato, me ha gustado, pero el final no me convence. Una persona tan particular tiene mas salidas que decir no al amor de su vida, por lo menos yo lo haria.
Bueno, Sacha.
Pese a que los amigos Hóskar-etc., Lovecraft y Asesino igual se ofenden, yo me rindo y le doy ya el premio al comentarista más objetivo y sincero. A ver si así.
Porque negra me tiene esperando su comentario, que, no sé, quizá no quiera dejar hasta ver qué digo yo de lo suyo, así que paso a explicarme (spoiler de mi vida privada, pasen de largo los no interesados, please): la tarde anterior a presentar mi relato, le extirpaban un pecho a mi hermana. No han sido noches de hospital -es muy fuerte-, no ha tenido compañera de habitación, ni hijas, ni novio pendiente de un sí. No hay mucho en su relato que se parezca a lo que estoy viviendo estos días, pero, aún así, entenderá que no me identifique con Ojos de tigre, personaje encantador y valiente, sino que justifique de algún modo el miedo de la mujer, su reacción, su cobardía. Por eso no he comentado su relato, porque, en este momento, apenas puedo ser imparcial ni objetiva y, más que a las cualidades narrativas, que las tiene y aprecio, muchas, tiendo a sentir que en el relato sale malparada la persona que sufre, además de todo, la enfermedad. Sí, también él sufre las consecuencias, lo sé, y el autor tiene todo el derecho del mundo a elegir su protagonista y hacer su ficción. Simplemente, sé que no lo vería igual en otra situación personal, por eso no quería dejar un comentario todavía.
Sin embargo -estúpida egoísta-, estoy deseando que ya no se demore, que me saque los colores y me baje los humos. Venga, porfa, pase por Alma de carrusel y sea incisivo y mordaz, con toda la sinceridad del mundo.
Y disculpen el resto el desahogo.
Hola Lovecraft :
Un artículo muy interesante. Hay cada garabato por ahí… Los amigos de verdad, esos con los que podemos discutir y después todo está bien, tienen la obligación moral de decirnos cuando estamos desvariando, dejándonos llevar por lugares comunes… Lo que escribimos sale de nuestro cerebro y a él le gusta disfrutar, como goloso que es, de lo bien que hizo todo y muchas veces no es así. Ahí tienen que entrar los lectores amigos y decirnos la verdad. Sí duele que duela. La única forma de aprender es con una crítica dura. ¿Hay algo peor que pasar la mano por el hombro cuando la narrativa no lo merece? Hablo por mi propia experiencia. Le debo mucho a una amiga que me destrozó con sus opiniones en una ocasión. Ahora lo sigue haciendo y yo a ella. El tiempo me enseñó que esa es la mejor escuela.
Un final muy triste, una historia muy tierna… El día a día en un hospital, las enfermedades, sus consecuencias…
¿Qué te puedo decir? Sólo una tontería, prefiero las comillas latinas en vez de las inglesas (ya ves, que tontería te acabo de soltar) y creo que las conversaciones también habrían estado bien en forma de dialogo. Que conste que digo «también» (mira, comillas inglesas, si es que soy mas boba) que el texto, así como está, está genial.
El amor es algo que no debería tener edad ¿verdad?
Enhorabuena y suerte.
pd/ Te contesté a tu comentario en mi relato.
´Hola Lovecraft
Tienes toda la razón. Las críticas nos ayudan a mejorar y hay qye saber aceptarlas de buen grado, teniendo en cuenta que solo son opiniones pero cuando todo el mundo coinciden en algo…por algo será.En el grupo literario a que pertenezco solíamos comentar cosas positivas y otros aspectos para mejorar en un escrito; siempre hay las dos cosas.
Pero aquí,no es que soy insincera pero me limito a comentar los aspectos que me gusta y si un relato no me dice nada o no lo entiendo no lo comento.
‘insincera’ jaja acabo de revelar que soy mujer 🙂
Sacha:
Tienes toda la razón en que el autor ha contrapuesto, intencionadamente y de forma bastante maniquea, dos ejemplos extremos para dar mayor solidez a sus argumentos. Y es cierto también que simplifica en exceso el problema. Especular sobre el grado de «garabatismo» (acabo de acuñar un neologismo) de un escrito es algo tan subjetivo y tan dependiente de los gustos personales de cada lector que por mucho que discutamos nunca llegaríamos a un acuerdo sobre este tema. Lo que me interesaba del artículo (y es el motivo principal por el que lo compartí) es la alusión a la condescendencia con la que tratamos a conocidos y menos conocidos a la hora de transmitir nuestras críticas sobre un escrito. Ya se ha tratado este asunto alguna vez entre los comentaristas, pero no por poco novedoso deja de ser conveniente volver sobre él. Es muy cómodo para el que comenta regalar los oídos del autor, pero esta actitud también es poco sincera y poco honesta. Y flaco favor hacemos a nuestras amistades si no les ayudamos a reparar posibles errores por miedo a que el escritor se sienta ofendido por nuestros consejos.
Gracias por tu respuesta
Un relato tierno y un tema que me ha parecido muy original, la forma además acompaña, así que ¡mucha suerte!
Me pareció muy pertinente este artículo y quise compartirlo con vosotros:
https//rescepto.wordpress.com/2008/03/23/garabatos/
Me ha gustado mucho. Te deseo suerte.
Un relato lleno de ternura y con frases impagables. También he vivido las noches en vela en un Hospital al lado de una cama del ser querido. La historia me ha gustado porque es el fiel reflejo del egoísmo de quienes piensan que los mayores ya no pueden enamorarse porque no está bien visto. Enhorabuena por tu buen hacer y suerte.
Pocas cosas son más sórdidas que las noches en vela en un hospital; pocas cosas son más tiernas que las historias de amor entre ancianos; pocas cosas son más duras que superar esos tratamientos tan venenosos como neecsarios. Todo en uno. Suerte.
Hola, Sacha. Bueno, acabo de leer tu dramático y bien narrado relato. Sólo una cosa, no me ha gustado leer rebanado como explicación de la extirpación del pecho.
Buen relato. Suerte.
Has tratado con inteligencia y sensabilidad un tema muy importante – la vejez y la relación que tenemos (o que nos imponen) entre el cuerpo y el ser que lo inhabita. Muy bien escrito, evocas el ambiente de un hospital perfectamente. Me gusta que el narrador no es protagonista sino un testigo a los acontecimientos. Mucha suerte.
No había comentado tu relato porqué remueve demasiados recuerdos dolorosos para mí.El ambiente de hospital, que describes muy bién, está demasiado cercano y es demasiado doloroso el recuerdo…en fin, que no soy nada masoquista y quería pasar de puntillas por tu historia de cancer y compañeros de habitación.
Nobleza obliga, tu te has pasado por mi rincón y yo quiero dejar constancia en el tuyo de que has escrito tan bien que me lo has hecho pasar muy mal. Eso es literatura y de la buena. Te deseo mucha suerte
Sacha, gracias por leer mi relato.
Yo había leído el tuyo, y no lo había comentado porque me dio tanto que pensar en la esclavitud a que nos somete el cuerpo y la sociedad con el paso de los años, que me acongojé pensando en los dos protagonistas.¡Pobres protagonistas! y todo porque tienen años, y sobre todo familia. «Qué escándalo. Nos avergonzáis. Y que dirán vuestros nietos». Lo importante son los hijos, ellos ya no importan, son dos viejos.
¿Y quién piensa en ellos?
Todo ésto ya lo decía el jonio Mimnermo hace 2600 años:
«Ni el propio padre, tan pronto cambia de edad,
por bello que fuese,
le inspira al muchacho cariño ni estima».
Esto lo reflejas muy bien en el relato y te felicito.
Suerte.
Sacha, eres todo/a un poeta. Y si no, repasad el párrafo número 10, el que empieza «De nuestras excursiones regresábamos para cenar…». No tiene desperdicio. Nos has regalado una historia enternecedora, sin pecar de afectación, y con un final ciertamente penoso. Acongojado me has dejado. Muy bien escrito; nada que objetar. Otro más para mi quiniela de ganadores.
¡Dankon tre multa!
Un relato conmovedor, muy bien escrito, con algunas expresiones realmente hermosas. Por ejemplo, esta: «Ligeramente encorvado, con la mirada baja, tenía el andar vacilante del campesino acostumbrado a pisar la tierra desigual del surco.»
Enhorabuena, Sacha.