65-Ángel sobre corazón de plata. Por JMM
- 13 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos, romance
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Había caído la noche y dos cuerpos que se amaban intensamente tan siquiera se tocaban. No había buenas razones para ello pero algo, más fuerte que el amor, les paralizaba y les obligaba a abandonarse. Los relojes llevaban horas parados en aquella plaza otoñal, vacía de gente y llena de hojas secas. Mientras, el silencio era el protagonista, sentado entre ambos y secuestrando las futuras palabras poco a poco, sin dejar rastro.
Ella giraba compulsivamente el anillo que adornaba su dedo, una alianza de plata que él le regaló al inicio de su relación pero que nunca llevó inscrito su nombre.
— ¿Señal de que no iba a quedarse a mi lado para siempre? — pensó en ese instante y seguidamente se llevó la mano al cuello. Un ángel sentado sobre un corazón de plata colgaba de una fina cadena. Aquello había sido un préstamo más que un regalo:
— Pertenece a mi familia pero quiero que ahora lo tengas tú. Te lo pediría si alguna vez dejásemos de estar juntos pero no lo haré nunca — le había prometido.
Una marca personal de un romance. Eso era lo que significaba para él y antes lo había significado para su madre y su padre, sus abuelos, bisabuelos… Un simple colgante que englobaba el amor de generaciones mantenido en el tiempo y convertido en eterno por el efecto de un ángel sobre un corazón de plata.
— Creo que debo devolverte algo — dijo mientras se desprendía del colgante. La primera vez en horas que el silencio se rompía.
La cadena no llegó ni a resbalar por su cuello cuando él la miró, retuvo sus manos con las suyas y le pidió que no lo hiciese. No lo había reclamado y no lo haría aunque a la vez estuviese rompiendo la promesa de estar juntos para siempre.
No se dijeron nada más; el cansancio que había provocado el silencio entre ambos se notaba en sus cuerpos, reticentes absolutamente a cualquier contacto físico o visual. Se sentían solos y querían estar solos, así que, sin decirse adiós, ella le dio la espalda y se marchó. Comenzó a caminar sin poder creer lo que dejaba detrás, pero sin parar, guiada por el miedo a lo desconocido sin él. Cruzó la plaza, cruzó la acera…¿Qué iba a hacer al girar la esquina? ¿Se doblaría de dolor, retorciendo su alma para dejar escurrir las lágrimas? Si solo fueran lágrimas… Sentía vacío, caminaba sin suelo bajo sus pies, temerosa de caer en la nada.
Pero esa noche no caería…
Lo escuchó correr, antes si quiera de que pudiera hablarla, escuchó latir ansioso su corazón viniendo hacia ella. Habían estado en silencio horas, como quien despide a un ser querido en su lecho de muerte y ahora, como si reviviese, todo se volvía agitado:
— Quédate… quédate conmigo. No… no puedo hacer esto. Te quiero tanto… — y se besaron, con pasión, con llanto, con fuerza. Sencillo.
Tres mes después se dijeron adiós para siempre. Lo que les había llevado meses antes a aquella plaza otoñal seguía vivo, fuese lo que fuese, era algo que los alejaba, algo no definido. A pesar de ello, él siguió negándose a tomar el colgante, nunca quiso aceptar lo que era suyo. Nunca reconoció tampoco que dejase de amarla e igualmente nunca volvió a aceptarla en su vida, aunque ella siempre fuera suya…
— A partir de ahora seremos solo amigos — le dijo y ella creyó en él. Era un buen premio de consolación, un camino para reencontrarse como amantes, otra vez. Pero nunca hubo amistad, por supuesto, otras mujeres acamparon en su vida y entendieron aquello de la misma manera que ella: un camino al amor. No estaba permitido y todo lo vivido se convirtió en un sueño.
Nos habíamos querido, ese tipo de amor adolescente que nunca dura para siempre y por eso es tan intenso, ese amor adolescente en el que se promete morir por el otro y nunca abandonarse, ese romance que permanece eterno en el recuerdo de los amantes. De esa manera nos habíamos querido y del mismo modo irracional habíamos creído dejar de amarnos. Lo he ido entendiendo con el transcurrir del tiempo; el momento pasado se llevó un romance que en pleno crecimiento despreciamos. Habíamos pasado de la locura amorosa a la madurez emocional y en el proceso creímos que se nos había muerto el sentimiento, no supimos querer querernos conscientemente.
Ahora, en mi feliz vejez, después de haber vuelto a amar y haber sido amada, paseo por aquella plaza, tras tanto tiempo sorteando el camino de vuelta a casa para no pisar por los recuerdos. Escucho pasos sobre las hojas otoñales, acercándose, mi corazón late con un ímpetu que había olvidado, instintivamente me llevo la mano al cuello, al colgante que sigue adornando mi, ahora, arrugado cuello y antes de poder girar la cabeza un joven pasa por mi lado, sin mirarme, fijando sus ojos en otra persona, una joven alejándose despacio, triste. Le coge de la mano y… lo que viene después lo conozco, ya lo he vivido, un amor adolescente que se repite una y otra vez, una y otra vez.
Quien nunca amó, nunca vivió.
Suerte y a seguir escribiendo tan bien.
Hola Lotte Goodwin,
me alegra que te haya gustado el final. También yo creo que es más directo y menos superfluo. Todo escritor mejora con la práctica así que espero seguir practicando 😉
Gracias por desearme suerte!!
El final es lo que más me ha gustado: es más directo y no hay palabras superfluas. Y, sobre todo, porque la protagonista es testigo de su escena. Todo se repite, ciertamente. Así es el hombre de «torpe» en cuestiones de amor.
Suerte en el certamen.
Hola Dies Irae, yo también prefiero Judith pero el JMM son cosas del concurso…,
te doy las gracias por tu magnífica crítica constructiva la cual me anoto y tengo muy muy presente.
Hola, Judith (prefiero ese nombre que JMM, con tu permiso).
A mí me han gustado los mimbres, pero creo que no has acabado bien el cesto. Tampoco creo que sea un amor «adolescente», tus personajes pueden tener cualquier edad. A veces funciona, otras no. Es una historia de desamor, de desencuentro, un cierzo que deshace el montón de hojas secas. Hay incoherencia, creo. Quizá falte por un lado y sobre por otro, para mi gusto.
Creo que se merece un reposo y, con ojos nuevos, vuelta a la carga. Hay pulcritud en tu escritura, pero supongo que no basta con mostrar un sentimiento, hay que lograr que el lector lo viva, se meta en él: échale más leña al fuego, creo que le sentará bien. Y (para mí al menos) siempre mejor pasarse que quedarse corto. Tú decides si hablo del amor o de la escritura.
Un saludo y suerte, desde esta tarde de otoño.
Nada mal el relato…te transporta donde las palabras quieren.
Gracias Sacha, me gusta tu reflexión… «el final tiene la melancolía de una flor seca»… 🙂
Se repite pero afortunadamente se cura. La vida es otra cosa.
Pero el relato me gustó, el final tiene la melancolía de una flor seca.
Enhorabuena.
Oh, siento que no te haya gustado. El amor adolescente es así, se repite una y otra vez aunque ninguna de esas repeticiones es igual pues a quien le sucede solo es una vez.
Pues eso, un amor adolescente que se repite una y otra vez, una y otra vez.
Revisión
Gracias por el magnífico y certero comentario, además de por la «suerte» 😉
Leí en alguna parte que algunos episodios de la vida de cada uno han de ser vividos en propia carne, ya que la experiencia acumulada por otras personas no forma parte nunca del código genético que se transmite de generación en generación. Los mismos errores, las mismas decepciones, pero también las mismas emociones que son, en definitiva, las que hacen que nos sintamos vivos. Suerte.