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42- Limpiador. Por Clausus

Hay gente que justifica su pasado, otros su presente y otros su futuro. No sé cuál de ellos me da más pena y cual me da más miedo. Tampoco sé muy bien a qué grupo pertenezco. Debe ser en el pasado donde está la raíz de mi malestar. Este odio difícil de amaestrar, que supone una implosión cuando se suman más de tres personas a mi alrededor. A veces con dos basta.

Mi inquietud se torna desesperación cuando la edad de los seres humanos que me rodean desciende ostensiblemente.

Debe ser por eso, por el pasado, que me marcó de alguna manera y ahora hace lo que hace en mí, acabar con la vida de gente joven como si yo fuera el instrumento de alguna justicia divina, y vieja, claro, muy vieja. Tan vieja que me molesta el ruido joven, la alegría inoportuna joven, la vida joven. Eso debe ser. El pasado.

Pero ahora que lo pienso, mi familia era bastante equilibrada, había muchísima comunicación, un cariño mutuo, no demasiados problemas económicos, una progresión sexual normalizada. En fin, no sé la razón.

Tampoco por envidia de juventud. En realidad, con cuarenta años estoy más feliz que nunca. Tengo cierta independencia económica, cierta madurez intelectual, no dependo emocionalmente de nadie y la independencia afectivo-económica que tenía hacia mi familia se ha ido diluyendo de forma natural, sin necesidad de que me echaran a la calle, como hacen los leones con sus adolescentes.

No, no es por envidia. En realidad con diecisiete años yo era un gilipollas. Probablemente alguien debería haberme matado. Sin dolor, eso sí.

Yo mato con dolor por las prisas, por la falta de tiempo y de espacio.

Debe quedar claro que esta actividad no es lucrativa, ni mucho menos. Eso sí a veces le quito la cartera al desgraciado de turno para aliviar mis estrecheces, pero en general no suelo hacerlo. No quiero que mi hija piense que su padre es un ladrón, y me duele aunque ella no lo supiera nunca.

Un sol que caliente lo justo, en la terraza del bar del parque, nadie sentado en las mesas de mi alrededor, mi niña de cinco años jugando con sus amigas en el tobogán, y yo leyendo en la terraza del bar el Ulysses de Joyce mientras bebo una cerveza fresca. Eso es para mí la felicidad.

No pido tanto. Sólo saber que mi hija está haciendo algo de provecho, como socializarse con los de su especie. El hecho de que ella esté en casa viendo la televisión o con un videojuego me pone de los nervios. No puedo leer ni dedicarme a nada que tenga que ver con el ocio si mi hija está con esas cosas. Pero si está leyendo, o jugando en el parque, o con sus deberes, entonces me libero de mi obligación natural y civilizada de ocuparme de su ocio, y mi mente puede viajar por las dulces laderas de los delirios de grandeza o leer libros sin pensar en el reloj.

No leo novelas, no me gusta que me cuenten cuentos, sobre todo largos, de personajes unidimensionales y diálogos sacados del cine español de los setenta. Tampoco biografías, ni esa moda asquerosa de las novelas históricas, que son casi todo mentiras. No. Yo leo ensayos, o poesía, y muy de tarde en tarde, hago alguna excepción con Joyce o Borges, pero no me gusta ningún escritor español. Están llenos de complejos.

No sé si hay un dios ahí arriba. Creo que no. Si acaso, creo que tenemos una suerte de ángel de la guarda más o menos adormilado, que vela por nosotros, y de hecho hay pocas personas que mueren habida cuenta del montón de gente que quiere matar. Por no hablar de las conductas arriesgadas del vulgo. Por lo tanto es posible que haya un ángel de la guarda individualizado, pero no creo que haya un dios que deje que te quemes por decir alguna mentirijilla.

Pero no creo en ningún dios por una razón. Es imposible amar a los enemigos. Si ya es imposible amar a todos tus seres cercanos, amar a los enemigos es poco creíble y sobre todo poco recomendable. No hablemos ya de poner la otra mejilla.

Hay gente, o al menos una tipología, o varias, que no entendiendo que siga viva por inercia. Y creo que hay que solucionarlo automáticamente.

Si de nada sirve el sistema educativo, ni la familia (se necesita un pueblo para educar a un niño, pero ya no hay pueblos), entonces ¿Qué hacer?

Pues eso. Estaba yo tranquilamente tratando de desenredar el significado de algunas líneas de Joyce cuando el comportamiento de unos cachorros de entre 16 y 19 años influyó notablemente en mi estabilidad emocional.

No tengo nada contra los homosexuales, que no suelen ser especialmente molestos, aparte de alguna fiesta en el vecindario. Y creo que han sido machacados sin ninguna razón de interés socio-económico. Tampoco tengo nada contra las mujeres, víctimas de una educación diferencial que las arrinconó para los restos en la casa, el parto y el limpia-muebles, y los barrotes del maquillaje, pero que al menos las hizo ser más precavidas y prudentes. Tampoco nada contra los de otras razas y religiones, pues también guardan la prudencia, a veces bajo un halo de sabiduría.

El perfil que me pone de los nervios es el de jóvenes, hombres, de entre 14 y 24 años, de raza blanca.

No, no soy malo. De hecho soy incapaz de hacer daño gratuitamente, y soy de los que tiene la capacidad de discernir, que no engaña ni estafa, que más o menos cumple, que me duele el alma cuando piso algún coleóptero y siento dolorosamente su crujir (crrrraak) bajo mis zapatos con plantilla.

Procuro, eso sí, que cuando hago lo mío no haya presencia de otros seres humanos, especialmente de criaturas, algo perfectamente entendible, creo yo. Ni que sea demasiado aparatoso ni sangrante. Esto me cuesta más cumplirlo, por las prisas, ya digo, y la falta de material adecuado para hacer un trabajo impecable.

Cuando hablo de trabajo no me refiero a un trabajo de verdad. No soy de esos locos que creen que una voz interior les dice que mate a su abuela, o que un soplo divino les empuja a fundar una religión caníbal. No, no soy de esos. Lo hago por mí.

Además estoy convencido de que hago lo que todo el mundo haría si pudiera. ¿Quién no ha dicho “los mataría” una madrugada que no puede dormir por las voces de adolescentes en celo en la calle? En fin, está claro.

Por ejemplo el hecho de estar tranquilamente paseando por la ciudad solitaria, un domingo por la tarde, y que pase un coche con las ventanillas abiertas y cuatro estúpidos seres humanos dentro, con una música horrenda tan alta que hace que los pájaros escapen de las copas de los árboles… pues eso me hace matar. Y lo hice.

No entiendo porqué se sienten en la obligación de compartir sus horribles gustos musicales con el resto de la población. Y eso hay que corregirlo, porque es molestísimo hasta la depresión.

Eran cuatro y, claro, no pude enfrentarme, pero tuve suerte. Aparcaron en la propia acera y tres de ellos se metieron en un piso mientras el último les esperaba.

El hecho de verle ahí, de pié, con la mirada orgullosa de tener algunos años menos que la media, esos ropajes llenos de palabras, como queriendo expresar su malestar con la sociedad abstracta, esos movimientos violentos, que hacen imposible la construcción de una sociedad dialogante… en fin, era una llamada a mi interior. La llamada de la selva.

Le entré por detrás, claro está, asestándole un navajazo en el vientre que hizo que se doblase con un dolor insoportable, al menos eso me pareció.

Es muy antiestético ver a una persona tirada en el suelo, parece que lo ensucia, por lo que opté por meterlo en el coche, que estaba con la puerta abierta. Inmóvil, pero vivo, decidí poner su cabeza en el altavoz y subí todo el volumen, para que comprendiera lo doloroso que es escuchar su música cuando no apetece. Esto no debí hacerlo, pues me sentí algo hortera, una mezcla de Chuck Norris y el Vengador Tóxico.

No debió verme nadie por las ventanas pues nunca vino la policía a detenerme. Nadie me denunció. En realidad, quiero creer que la gente sí me ve, lo comprende y se siente identificada con el limpiador.

La prueba de que la gente lo sabe ocurrió hace un mes, en el parque.

Que te den un balonazo en la cara no es agradable, pero el sólo hecho de levantarme en el parque y mirar con odio al memo en edad del pavo que acababa de lanzar la pelota hizo que se meara en los pantalones y no tuviese fuerzas ni de decir lo siento.

Sé que me temen pero no harán nada. También sé que mucha gente está conmigo, que no corre peligro, que yo limpio bien. He matado aproximadamente a once jóvenes  en dos años y la gente tranquila sabe que no corre peligro.

De todas formas, empiezan a molestarme situaciones aisladas. Por ejemplo que le estés hablando a un viejo y no escuche, y se ponga a hablar de otra cosa al tiempo que hablas tú. Pero nunca le haría daño a un viejo. Lo más triste del mundo es ver a un viejo llorar.

Aunque hay otros comportamientos que empiezan a alterarme, como la burócrata de turno que no te mira mientras estás como un idiota con tu certificado en la mano mientras ella mastica un chicle torturado, o la gente que se cuela, los que hablan alto, los que hablan bajo, los que hablan mucho sin decir nada.

Y luego están esos que saben de todo, de mecánica, de carreteras más cortas, de habilidades sociales, de leer la firma y la mano, de arreglar cosas pequeñas, de cuándo cambiar las ruedas… mucha gente inquietante. Desestabilizadora.

Sí, hay que hacer algo. La gente como yo me lo agradecerá.

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11 Comentarios a “42- Limpiador. Por Clausus”

  1. Sussan dice:

    No sé que decirte,estoy un poco impresionada. Normalmente los asesinos violentos no razonan.O eso creia yo.
    Suerte y estrellas:)

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  2. Lotte Goodwin dice:

    Sí, inquietante. Sobre todo que casi todos los que hemos leído el relato «odiamos» a los mismos tipos de personas. Lenguaje duro acorde con quien lo pronuncia. El hecho de que quiera a su hija y lea buena literatura creo que es muy real. Muchos asesinos son capaces de amar y odiar con la misma pasión.
    Suerte.

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  3. clausus dice:

    Me ha encantado tu mensaje y aún más que el relato te haya gustado. un abrazo del autor.

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  4. sacha dice:

    Algunas de las razones (mejor motivos, razones nunca hay) que inducen a matar a nuestro querido sicópata están ya en Crímenes ejemplares de Max Aub (lectura recomendada del mes).
    Y claro que leo y releo a Joyce (¿debo preocuparme?).
    Un buen relato, te veo en la final.

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  5. Javier dice:

    Buen relato, que se deja leer con peligrosa fluidez. En un momento dado, me he sorprendido dándole la razón al psicópata protagonista. Ritmo ceñido a la trama. Acertado estudio psicológico. Enhorabuena.

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  6. CLAUSUS dice:

    hola caos.
    Pues sí, es sólo fruto de mi imaginación. Soy una persona serena y en absoluto violenta. Esto es sólo literatura, aunque, como dice otro comentario, hay cosas de algunos grupos que me molestan, pero nada más.
    Gracias por leer mi relato.

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  7. Lovecraft dice:

    Lo que más me preocupa de este relato es que me a mi también me molestan la mayoría de las cosas que incomodan a este psicópata tan razonable. No se, no se… creo que no volveré a leerlo, por si las moscas.

    ¿Una mezcla de Chuck Norris y El Vengador Tóxico? No se me ocurre una mezcla más inaudita.

    Muy bueno. Espero que se te reconozca en el certamen

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  8. lectora dice:

    Algo debe ir mal en la cabeza de ese hombre, algún cable debe estar fundido o haciendo masa,por mucho que diga que no hay justificación a esa fijación de quitar de en medio a jovénes.Ese tipo de asesino en serie desorganizado( porque aquí te pillo y aquí te mato) suele traer a los investigadores de cabeza y encima deja caer que le dan ganas de meterle mano a los funcionarios..Pues es lo que les faltaba a los de «Youtube una paga de navidad».

    Mucha suerte porque la verdad es que te obliga a no soltar el papel…( yo lo imprimo para gozarlo)

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  9. lamari dice:

    Mi profe de literatura del insti decía que quien no había leído Ulises no se podía considerar literariamente culto y que Joyce amaba a la humanidad.Tenía predilección por las chicas entre 14 y 24 años y un día me dejó en el pupitre un ejemplar de » bolsillo» que daba miedo mirarlo por el grosor y sólo entraba en el bolsillo de mi mochila…»Serás capaz de leerlo?, es igual tendrás en tu biblioteca un tesoro aunque sea sólo para presumir…».Este asesino en serie que trabaja a base de impulsos me recuerda a mi profe porque incitaba a los alumnos al suicidio literario, no se puede matar de una forma más limpia y culta.Lo abandoné en un banco del parque y se amarilleó viendo pasar las estaciones.Desde entonces sólo leo novelas estilo Corín Tellado, el diarío Mundotoday y las propagandas de carrefour.Si quiero culturizarme me paso, como hoy por este rinconcito y leo, leo,leo y me paro como aquí un ratito para decrle que me da el corazón( porque el cerebro me lo dejó atrofiado en la página 10 Joyce) que es BUENO, muy BUENO y que me diga dónde hay que votar.

    Cosas del pasado que te dejan traumatizada, como a ese peculiar asesino.

    Gracias por no leerme

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  10. Hóskar-wild is back dice:

    No me extraña el comportamiento de ese psicópata si se considera feliz leyendo a Joyce. Debería de hacérselo mirar. Fuera de la ironía y salvando alguna frase desafortunada (‘progresión sexual normalizada’, ¡vaya padres más pervertidos!) muy recomendable su lectura, de lo mejor que he encontrado. Mucha suerte.

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  11. caos dice:

    Inquietante. Ruego a los dioses que todo sea fruto de tu imaginación. Tiene mérito meterse en la mente de un asesino en serie y empatizar con sus razones. Ennhorabuena y suerte

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