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34- Llueve. Por Charlot

El cielo anunciaba lluvia, Cinta no cesaba de asomarse a través de la ventana corriendo con su mano izquierda las cortinas.

           -Todavía no llueve, murmuró.

Graciela asintió con la cabeza, seguía sentada en su sillón aquel que sólo ella utilizaba. Dos mullidos cojines sobre su respaldo lo hacían más cómodo. Mientras ojeaba unas revistas sin llegar a leerlas,  Cinta terminaba de recoger el salón después del desayuno.

          -Estoy perdiendo la vista, replicó Graciela, Cinta podrías acercarme las otras gafas, las azules, son más de cerca que éstas.

Cinta refunfuñaba para sí, -vieja histérica-, tienen las gafas la misma graduación. En la cocina Cinta estaba terminando de limpiar la tostadora, los platos y vasos utilizados en el almuerzo cuando escuchó de nuevo la voz de Graciela:

          -Mira a ver si llueve mujer, que estoy escuchando las gotas golpear la ventana.

Cinta repite una vez  más la acción que diez minutos antes había realizado.

         -No, todavía no ha empezado a llover, no ha podido escuchar nada.

         -Yo diría que había escuchado el agua contra los cristales, bueno no tardará en llover.

Una vez terminada la cocina, Cinta se dirige al cuarto de Graciela para cambiarle las sábanas y hacerle la cama. A continuación al cuarto de baño, con los guantes de goma puestos para limpiar el inodoro cuando vuelve a escuchar una voz que la molesta.

       -Cinta, ¿todavía no llueve?

Con un gesto de rabia se quita los guantes y los tiras contra el suelo. Vuelve por quinta vez a asomarse a la ventana. El cielo seguía igual, de color ceniza presagiando agua pero que  no terminaba de producirse.

       -Sí señora Graciela ya está empezando a llover, poco a poco, pero ya se notan las gotas golpeando el suelo.

      -Ya lo decía yo, hoy llovería. Me quieres acercar a la ventana, quiero ver llover.

      -Luego un poco más tarde, ahora llueve despacio apenas lo va a apreciar, cuando arrecie.

      -No ahora, replica Graciela, quiero ver llover ahora.

      -Cinta acerca a su señora en la silla de ruedas a la ventana y descorre la cortina para que la anciana contemple un cielo gris.

    -Sí veo el agua, que ganas tenía de verla, golpeando la acera, la gente debería llevar paraguas, se van a poner empapados.

Graciela sufre Alzheimer desde hace más de dos años, apenas recuerda las acciones realizadas unas horas antes y como por arte de magia llega a su memoria nítidamente historias sepultadas por los años.

La enfermedad degenerativa que padece ha postrado a Graciela en un sillón, apenas se puede tener en pie. Dispone de una buena pensión para sufragar los gastos acaecidos por la enfermedad y los de su propio sustento.

Su lucidez transitoria confirma un pasado repleto de éxitos. Su mirada ausente, sus gestos descoordinados, sus manos temblorosas no retratan a la mujer que fue.

Cinta a veces se exaspera con la señora pero en otras muy al contrario la siente cercana, tierna, indefensa…

Cinta mira a Graciela mientras esta observa a través de la ventana, cree ver una lluvia inexistente, una tierra mojada que pretende oler.

       – Señora, ¿quiere que le retire de la ventana?, le insinúa Cinta.

      – No gracias, quiero ver llover.

Son más de cuarenta minutos los que lleva Graciela  en la misma posición, dejando fluir sus recuerdos. Ahora sonríe.

“Hace  veinticinco años  conoció a  Blas, en un día de lluvia.  Salió del hospital después de haber tenido una guardia de localizada seguida de otra presente y se había quedado las dos jornadas enteras sin salir del ambulatorio.

Fue la primera uróloga en la facultad de medicina de Murcia. Consiguió después de su interinidad una plaza en el hospital Los Arcos. Tuvo que hacerse respetar por compañeros y enfermos hasta que su buena fama como médico acalló su sexo. Al poco tiempo de conseguir su plaza se casó con Anselmo Quiroga un respetado promotor inmobiliario y heredero de una importante constructora. Graciela antes de casarse hizo saber que no entraba en sus planes ser madre, sin embargo cedió con el paso del tiempo a un chantaje emocional de su marido y concibió dos hijos, Zacarías y Wenceslao. El cuidado de los niños influyó en un estancamiento profesional. Su prometedora carrera se vio frenada en seco por una dedicación impuesta a su familia. Las amenazas de su marido, la inseguridad en si misma y su intolerancia convirtieron los deseos de Graciela en sueños inalcanzables. Los niños pronto aprendieron de su padre, heredaron sus genes o por afinidad a un carácter autoritario que no entendía de obligaciones, sólo de derechos, siempre estuvieron de parte de Anselmo, un padre que compró su cariño desde muy niños con infinidad de regalos. Nunca un beso tierno, un te quiero, un abrazo seguro, sólo recibía de su familia reproches e indiferencia. No amanecía un día que Graciela no se sintiera como un objeto obsoleto en un pequeño escaparate. Sólo en su trabajo se sentía valorada, sólo en el hospital encontraba palabras amables y abrazos sinceros. Fueron varios los intentos por parte de Anselmo para que su mujer dejara el trabajo, pero en este aspecto ella fue inflexible, se puso en su contra, quizás fuese la única vez que lo hiciera.

Pronto dejaron de dormir juntos, una casa grande con espaciosas estancias disimulaba la falta de afecto. Cada uno hacía una vida donde el otro no tenía cabida, ella siempre fue discreta, su marido no lo fue tanto. Sus conquistas femeninas eran casi públicas, el disimulo de un principio se fue difuminando con los años, ella no le había sido infiel, su tiempo lo ocupaba un hospital en el que se volcó por completo. Graciela era consciente de los escarceos amorosos de su marido, no le importaba, dejó de amarlo hace demasiado tiempo.

Cuando salió del hospital estaba lloviendo, ella no llevaba paraguas. Con su pequeña chaqueta de piel intentó cubrirse la cabeza mientras localizaba un taxi. Entonces apareció Blas, estaba justo delante de ella bajo su sombrilla negra esperando un taxi, le ofreció cubrirse con ella, Graciela accedió. Tardó más de diez minutos en aparecer uno, el agua había conseguido que se solicitaran aún más sus servicios. Blas la miró y le dijo cortésmente:

       -Señora, si lo desea lo podemos compartir, no sabemos lo que puede tardar otro en llegar.

       -Graciela asintió con la cabeza.

Durante el trayecto su acompañante la observaba sin llegar a hablar. A los pocos minutos le ordenó al taxista que cambiara de recorrido, Graciela se quedó paralizada por unos instantes, no supo reaccionar.

–           Me llamo Blas

–           Graciela.

–           Perdone, ¿tienes mucha prisa?

–           No, no demasiada.

–           Deja que le invite a un café.

Graciela no contestó, cayó su respuesta. El taxi paró frente al hotel Palace, Blas se bajó y abrió la puerta de Graciela para que esta descendiera del coche, abonó al taxista el importe de la carrera y se dirigieron hacia el hotel.

¡Veras que vistas más impresionantes se contemplan desde la terraza!, le susurró Blas.

Pidieron un capuchino y un cortado y comenzaron a conversar como si se conocieran de toda la vida. Se miraron una y otra vez enfrentando sus ojos.

La conversación dejaba entrever la conexión existente entre dos desconocidos. Graciela se dejó llevar, jamás se había sentido así, jamás su corazón se aceleró tanto. En pocos minutos Blas acarició sus manos, la besó. Las vistas eran impresionantes un cielo gris ceniza cubría la ciudad, se presentaba altivo, majestuoso, repleto de olores y colores. Pasado demasiado poco tiempo se levantaron de sus sillas, no dijeron nada. Blas se acercó a recepción y pidió la suite Sofía, una de las más elegantes. Ella no dijo nada. Sin llegar a hablar ella lo sabía todo de él, sabía que estaba casado, que viajaba a Murcia frecuentemente por negocios y que nunca más se volverían a ver. Aun así Graciela subió con él a la habitación. Se amaron durante horas, la suavidad y el trato exquisito de su amante llevaron a Graciela al cenit en más de una ocasión. Se sintió amada, deseada, se sintió después de demasiados años una mujer. Mientras hacían el amor Graciela escuchaba el agua de lluvia golpear los cristales, la calmó aquel susurro constante, desde ese instante la lluvia fue su mejor recuerdo. Se despidieron con un tierno beso en los labios, Graciela sabía que nunca más lo volvería a ver.

Cinta observa a su señora, parece dormida, la dejaré unos minutos más observando la lluvia, pensó. Después de más de una hora en esa posición Cinta se preocupa, ya que no ha oído a Graciela pedirle nada, ni tan siquiera quejarse.

– Señora, vamos, la voy a retirar ya de la ventana.

Cuando Cinta se acerca contempla a una mujer sonriente que ha dejado de respirar.

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52 Comentarios a “34- Llueve. Por Charlot”

  1. Tierno y emotivo.

    Voto por este relato.

    Suerte.

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  2. Vagón de cola dice:

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