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260- La barca en el hielo. Por J. Brun

Hay casos en que un remo que ha quedado atrapado en un lago helado se convierte en algo más que un descuido. Los copos de nieve se amontonan, el frío se endurece y el hielo crece como una prensa partiendo al fin el hueso de madera que se alzaba en medio de las placas heladas. En ese momento habrá siempre alguien observando cómo desaparece el madero lentamente y en sus ojos el cuerpo roto del remo se convertirá en una metáfora del mundo. Una imagen del silencio y victoria.

Cuando encontraron el cuerpo entre los árboles del pequeño bosque, detrás de los edificios de apartamentos de alquiler, una conmoción, una sacudida registrable en la escala de Richter, arrancó de cuajo los cimientos de aquel pueblo tranquilo: vecinos acostumbrados a verse los unos a los otros casi como una familia grande donde generación tras generación los hijos de unos crecían jugando con los hijos de los otros.

Maira, tendida sobre el lecho de musgo y hojas, con las gotas de lluvia sobre su piel fría y entumecida, era la confirmación de que nadie conoce a nadie. Y aquella sensación se agravó aún más después de que la investigación terminara sin resultados concluyentes sobre su muerte. No se pudo demostrar que fuera un asesinato, pero tampoco se pudo demostrar que fuera una muerte natural o un accidente, y en la mente de todos, la incertidumbre dejó una huella indeleble de sospecha sin atenuantes.

Un año después algunos de los que habían vivido allí toda la vida, apellidos enteros asentados allí en el pasado, se habían mudado a otros pueblos. La frustración por la muerte sin respuestas de Maira planeaba como un pájaro gigante de alas espectrales que calaba con su frío hasta la última célula. La inseguridad era difícil de asimilar para aquella gente, mirar a los ojos del vecino en el supermercado, a la salida del gimnasio, en el ayuntamiento, en la plaza y no saber… La desesperación siguió su curso con cada invierno y las casas se fueron vaciando. La primera zona en quedar desierta fue la de los edificios de apartamentos de alquiler, prácticamente en dos años. Luego la urbanización de adosados y pequeños chalés donde vivía originalmente la pequeña. Finalmente, la falta de residentes hizo casi imposible sostener el ayuntamiento. La baja recaudación y el parque inmobiliario que nadie lograba vender ni alquilar a pesar de las gangas y las campañas provocó el vacío terminal de las calles y lo que parecía el fin de una historia que se había contado durante más de medio milenio.

Sin embargo, casi una década después, un hombre de negocios que había oído la historia decidió comprar el pueblo y hacer de él un parque temático del terror. Le cambió el nombre por el de “Ghostevil” y se dedicó a traer caravanas de turistas para que temblaran, se regodearan en el morbo y compraran perritos calientes y refrescos a precio de oro. El parque de atracciones funcionó muy bien durante los tres primeros años, dando beneficios a espuertas. Aquel lugar atraía a los turistas tanto como a los morbosos o a los frikis; igual que a los estudiosos de lo paranormal que comenzaron a hacer del pueblo un lugar aún más tenebroso, inventando historias que salieron en televisión y en las revistas de lo paranormal contando los macabros misterios sin resolver. Se decía que el dueño había alentado toda esa parafernalia ocultista y que incluso había inventado algunos detalles escabrosos sobre algunas casas que eran completamente falsos con el único propósito de hacer publicidad y vender entradas.

Y todo funcionó perfectamente, hasta que un día tuvo que cerrar sin más. Para, luego, no volver a abrir sus puertas. De nuevo volvió la policía al mismo escenario. De nuevo fue imposible cerrar el caso. De nuevo se especuló hasta la saciedad. Pero esta vez ya no había vecinos, ni nada que vaciar. Los sospechosos que se hallaban entre los turistas regresaron a casa y nunca volvieron a encontrarse. Parecía que todo quisiera ser como la última vez, salvo que ahora en lugar de Maira habían encontrado a un niño, de su misma edad, la que tenía hacía casi quince años atrás.

Su cuerpo, tendido sobre el lecho de musgo y hojas era, no solo la conmoción, sino como la señal que marcaba un templo. El altar donde los muertos venían a adorar el invierno y eran recogidos por la tierra para purgar sus huellas, dejando solo silencio. Su cuerpo frío, acompañando las primeras nieves, y el hielo que ya se iba asentando con la nueva estación en el lago, constituían el mensaje perfecto para retratar el declive de un pueblo que había ido enfermando y desapareciendo. Hasta que ya no quedó nadie para recordar un solo nombre, una cara familiar, una calle concurrida, una panadería, el ruido de un colegio, las parejas en el parque, las coronas de flores para el pelo de las muchachas o si alguien alguna vez salía a pescar con las barcas despreocupadas del verano. No quedó nada.

Los borró de su faz.

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8 Comentarios a “260- La barca en el hielo. Por J. Brun”

  1. Eloisa dice:

    Que razón tienes Patagón, suscribo lo que dices por completo.

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  2. Patagon dice:

    es una pena que la gloria sea para unos pocos, que compremos libros que se venden como churros para descubrir en un rinconcito como este historias que si merece la pena leer.
    Me gusta tu relato

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  3. Pigmalión dice:

    J.Brun :

    No sé por qué he tenido la sensación mientras lo leía de estar al norte de Estados Unidos, quizå por el paisaje y porque es muy cinematográfico (el cine nos ha dejado escenas en el lago verdaderamente escalofriantes). El primer pårrafo es magistral, cada enunciado y casi cada palabra multiplica su significado de diccionario, añadiendo otros evocadores y sugerentes. Pero el final…, me he quedado esperando más… A lo mejor es que no lo he entendido.Podría ser. Aún con todo, me ha gustado, creo que es un buen relato, así que tienes mi voto. Enhorabuena y suerte.

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  4. Lovecraft dice:

    Un verdadero enigma lo que se esconde detrás de este relato, y me quedo con ganas de conocer el desenlace. Es lo único que reprocho a tu relato: la resolución del conflicto. Coincido con Hóskar en que el primer párrafo es casi sublime.

    Suerto y botox (perdón, votos)

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  5. leforeverdelamari dice:

    Hola wilde, usté » encima» como siempre jejeje

    Bueno, bueno y bueno…Me parece escandaloso que estos relatos pasen de ser comentados y más la ausencia de ciertos plumillas, yo creo que de tanto orujo y juerga tienen ya la cesera a menos de una micra de espesor.Y eso que yo soy una lectora de primaría de las del paquito el chocolatero.No, no y no me parece justo.Ahora mismo voy tomar las medidas suficientes y le voy a dar 9 estrellitas( las dies ya tienen dueñ@ jejeje)

    muy, muy bueno.

    lamari

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  6. Tomás dice:

    Aunque la historia se ciñe a un pueblo concreto, podría estar leyendo la historia de cada pueblo, de todos los pueblos en estos tiempos donde la desconfianza, la desfachatez y la avaricia se han confabulado para dejarnos el alma fria, congelada, tocada y hundida.
    Enhorabuena J. Brun, escritura impecable.
    Par mi, hasta ahora uno de los mejores relatos que he leído.

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  7. Hombre sin abrigo dice:

    Un relato que abarca un lapso de más de quince años en unos pocos párrafos. Se requiere mucha habilidad para hacer eso, y para amalgamar también el blanco de la nieve con el caracter negro del estilo literario. Muchaa felicidades, J. Brun, y suerte en el certamen.

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  8. Hóskar-wild is back dice:

    Deja un regustillo de frialdad extrema, de desconcierto, de confusión, de rendición ante lo inevitable. Un primer párrafo que lo dice todo, redactado de forma magistral. Suerte.

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