258- Víctima de sus propios sueños. Por Nart Montañés
- 6 noviembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos, sueños, víctima
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Se despierta sobresaltado, con la respiración entrecortada y con los ojos negros muy brillantes debido a las lágrimas retenidas. Se incorpora de la cama y apoya la espalda sobre la fría cabecera de madera. “Ha sido solo un sueño. No pasa nada, ¿ves?” –se dice a sí mismo para tranquilizarse– “Todo está en calma”. Mira el despertador: las cinco y diecisiete de la madrugada. “¡Bien! Aún me quedan unas horas más de sueño, pero esta vez espero no tener la misma pesadilla”. Antes de tumbarse de nuevo, bebe un pequeño sorbo del vaso de agua que está en la mesa de noche, justo al lado de un marco decorado con piedras que le regaló su madre para las Navidades pasadas. En pocos segundos después, vuelve a acomodarse y apaga la luz de la lámpara celeste accionando el interruptor.
A la mañana siguiente, Sebas –un adolescente extremadamente delgado, con el cabello rubio y mucho acné en la cara– baja corriendo las escaleras y se dirige a la cocina. Nada más cruzar la puerta, ve que hay una nota encima de la mesa circular que preside el centro de esta habitación: “Cariño, hoy te he preparado un bocadillo de queso y jamón york. Lo he metido dentro de la bolsa de plástico que está sobre la encimera. Te veo a la hora de almorzar”. Como todas las mañanas, hoy tampoco le da tiempo a desayunar. Coge la bolsa de plástico y la guarda, entre los libros de Historia y Biología, en la nueva mochila. Está muy contento, porque es el primer día que la estrena. Además, está seguro de que a sus amigos también les gustará su mochila blanca con rayas amarillas y celestes. ¡Le tendrán envidia!
Cuando le quedan unos dos minutos a pie para llegar al Instituto Federico García Lorca, es testigo de un trágico y horrible accidente: un niño, de unos seis años, es atropellado por una moto que circula a gran velocidad. Todo pasa en un abrir y cerrar de ojos. El pequeño se suelta de la mano de una mujer mayor (tal vez, sea su abuela) cuando ve a su compañera de clase, y cruza sin mirar la avenida de Madrid, tan transitada a esa hora. El motorista, que está despistado hablando por el móvil, no es capaz de reaccionar y arrolla al menor. Tras ver esta escena, Sebas empalidece al tener la sensación de haber vivido este drama antes. Sin embargo, no recuerda ni cuándo, ni cómo, ni dónde. De pronto, un escalofrío le recorre todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies.
Bastante conmocionado por el accidente que ha presenciado hace tan solo unos segundos (es difícil digerir una escena como esta con 13 años), Sebas aligera el paso para llegar pronto a clase. Pero, no podrá olvidar el drama que ha contemplado por mucho que corra. Un niño inconsciente tirado en el suelo con su chándal rasgado. Un gran charco de sangre sobre el asfalto. Un motorista, todavía con el casco puesto, pegándole patadas a la rueda delantera de su Yamaha YZF R6. Una anciana llorando, sentada en el asfalto de la concurrida avenida, con el pequeño entre sus brazos. El sonido penetrante de la sirena de una ambulancia. No, no podrá olvidar tan fácilmente esta dolorosa escena.
Cuando llega a clase, se dirige rápidamente a su mesa y se sienta. Estefanía y María, dos chicas que están sentadas en la primera fila, se giran hacia atrás para mirarlo y comentan algo en voz baja. Sin embargo, Sebas no le presta demasiada atención a las dos empollonas de la clase. Hoy no le apetece hablar. No tiene ganas ni de alardear de su nueva mochila delante de sus dos mejores amigos. Estos últimos, que no han reparado en lo raro que Sebas está esta mañana, están repasando los apuntes de Tecnología por última vez. No pueden volver a suspender otro examen, sino sus padres los castigarán sin ir a la excursión de fin de curso. Cuando escuchan la sirena de las ocho y media, guardan sus apuntes y ocupan sus asientos. De repente, aparece el conserje por la puerta.
– Lo siento, chicos, hoy no podéis hacer el examen de Tecnología.
– ¿Qué? ¡Eso no puede ser! –lo interrumpe el chico más tonto de la clase, Damián.
Algunos ríen celebrando la noticia, ya que no les había dado tiempo a estudiarse los temas 5 y 6. Otros –entre ellos, María y Estefanía– se quejan, puesto que se habían preparado muy bien este examen. Otros pocos, como Sebas, no muestran ninguna alegría, ni tristeza.
– Callaos, por favor. La profesora ha llamado diciendo que no puede venir… –añade Jacinto, el conserje– Le ha surgido un imprevisto.
– Pero, ¿de qué se trata? No creo que sea tan importante como nuestro examen. Yo lo quiero hacer hoy, sino se nos acumulará con los exámenes de Mate e Historia. – señala Damián.
– Bueno, veo que os lo voy a tener que contar. No puede venir, porque ha tenido un accidente con la moto.
Cuando escucha “un accidente con la moto”, Sebas abre los ojos como platos. No puede ser cierto lo que escucha. No puede ser que él lo haya visto todo. No se ha dado cuenta de que el motorista era una mujer. Ahora lo recuerda todo: la noche anterior soñó con el accidente. Aunque no es la primera vez que sus sueños se han cumplido, el miedo se apodera de él.
– Ah…– Damián se ha quedado sin palabras.
– Perdona, Jacinto, ¿ha tenido el accidente en la avenida de Madrid? –pregunta un chico que está sentado al final de clase.
Todos contemplan al chico tímido que nunca habla. A ese niño tan delgado que nunca participa en clase. A Sebas.
– Sí. ¿Tú ya lo sabías?
Ya son las tres y cuarto. Su madre lo está esperando, sentada en uno de los taburetes de la cocina, para almorzar juntos. Hoy ha preparado su plato favorito: macarrones con tomate, salchichas, atún, pequeños trozos de queso y una pizca de orégano. A Sebas le gusta (o, ¿le gustaba?) mucho el sabor que el orégano le aporta a la pasta y a las pizzas. Cuando escucha un juego de llaves cerca de la puerta de entrada, Susana coge la espumadera y deposita quince macarrones en el plato de Sebas. Recuerda perfectamente que la última vez que comieron macarrones –concretamente, el jueves pasado–, su hijo comió solo doce macarrones. ¡Doce insignificantes macarrones! Como intuye que hoy tampoco se ha comido el sándwich, le añade tres macarrones más que la otra vez.
– Hola mamá. ¡Huele muy bien! –dice desde el rellano– ¿Es mi plato favorito?
– Sí, hijo. ¡Qué buen olfato tienes! –le contesta Susana con una gran sonrisa– Es una recompensa por todas las horas de estudio que le has dedicado al examen de hoy. ¿Cómo te ha salido?
– Pues… No lo he hecho.
– ¿Qué? ¿Por qué?
– Quiero decir que no lo hemos hecho. –aclara Sebas– La profe ha tenido un accidente y no ha ido a clase.
– Vaya… Espero que no sea nada grave.
– Atropelló con la moto a un niño chico. Pero, ella está bien, porque vi cómo golpeaba la rueda delantera de su moto.
– ¿Tú viste el accidente? ¡Ay, Dios mío!
Antes de sentarse a la mesa, va a su habitación para dejar la mochila en lo alto de la cama, y al cuarto de baño para lavarse las manos. Mientras se está secando las manos en la toalla beige, se acuerda de que hoy no ha tirado el bocadillo en la papelera de la cafetería del instituto. “Como me vea el sándwich, se va a enfadar bastante…” –piensa Sebas– “Además, hoy no tengo ganas de pelea”. Por eso, sin que su madre se dé cuenta, regresa de nuevo a su habitación, coge el bocadillo y lo esconde entre las mantas que están guardadas en su armario. “Por ahora, es el mejor escondite” –se dice convenciéndose a sí mismo– “Cuando se vaya a trabajar, lo tiro en la basura debajo de los desperdicios”.
Madre e hijo comen en silencio. Susana observa, por el rabillo del ojo, cómo su débil e indefenso hijo come su plato favorito. Se lleva dos macarrones a la boca. Mastica muy lentamente. Suelta el tenedor en el plato sin apenas hacer ruido. Bebe un poco de agua para que le ayude a tragarse mejor la pasta. Se limpia la boca con una servilleta. Se dispone otra vez a comer. Pincha tres macarrones esta vez. Pensará que son muchos, puesto que ha vuelto a soltarlos y coge solo dos. Todo esto lo repite una y otra vez durante cuarenta largo minutos. Cuando le quedan tres macarrones en el plato, Susana sabe que no puede más; que ya ha llenado su diminuto estómago; que ha comido suficiente.
– Mamá, no tengo más hambre. Hoy solo he dejado tres.
– Venga, come un poquitín más. Sé que puedes.
Se come solo uno más y sonríe. Sebas ha hecho un gran esfuerzo, pero consigue tragarse el decimotercer macarrón. Está feliz, porque sabe que hoy ha alegrado a su madre. Sin embargo, ella tiene dudas de si su hijo podrá superar su enfermedad. Después de almorzar, Sebas se acomoda en el sofá del comedor para dormir unos minutillos de siesta. Últimamente se encuentra muy cansado, aunque no le ha dicho nada a su madre para no preocuparle. Antes de que Morfeo lo rapte para llevarlo al mundo de los sueños, piensa en lo buena y paciente que es su madre. Ahora todo se vuelve difuso. Está es un sitio lúgubre, oscuro. Escucha el llanto desgarrado de una mujer. También hay muchos crisantemos –conocidas como las flores de la muerte– en el suelo. Al fondo de un pasillo, ve un ataúd de color caoba. A su derecha, hay un objeto: una mochila blanca con rayas amarillas y celestes.
Nart Montañés:
La trama de tu relato me parece un hábil subterfugio para eludir el conflicto principal al que se enfrenta el protagonista, que no es el trauma que le ocasiona la visión del accidente, sino su propio temor ante la posibilidad de la muerte a la que le enfrenta esa enfermedad que padece (¿quizás anorexia u otro trastorno neurológico similar?). Muy bien hilado.
Algunas sugerencias que mejorarían el texto:
«En pocos segundos después» Creo que suena mejor si suprimes la preposición.
«es el primer día que la estrena». Si la estrena, está claro que es el primer día. Mejor evitar la repetición.»
«Pero, no podrá olvidar el drama que ha contemplado». Sobra la coma.
P.D.: el párrafo que empieza «Madre e hijo comen en silencio…» es muy bueno.
Suerte
Nart Montañés:
La trama de tu relato me parece un hábil subterfugio para eludir el conflicto principal al que se enfrenta el protagonista, que no es el trauma que le ocasiona la visión del accidente, sino su propio temor ante la posibilidad de la muerte a la que le enfrenta esa enfermedad que padece (¿quizás anorexia u otro trastorno neurológico similar?). Muy bien hilado.
Algunas sugerencias que mejorarían el texto:
«En pocos segundos después» Creo que suena mejor si suprimes la preposición.
«es el primer día que la estrena». Si la estrena, está claro que es el primer día. Mejor evitar la repetición.»
«Pero, no podrá olvidar el drama que ha contemplado». Sobra la coma.
P.D.: el párrafo que empieza «Madre e hijo comen en silencio…» me parece muy bueno.
Suerte
Bueno, tengo que aparcar este disfraz para comentar este relato con principio fatal y un final también fatal.
Yo toco madera como hace un buen gitano.Ni quiero verme en la piel de la abuela, ni en la de esa motorista.Tampoco en la de ese niño que es otra víctima porque es muy difícil olvidar ser testigo de algo tan tremendo.Toco madera porque según los datos, se trata de un accidente, un descuido por parte de dos personas y eso no se puede juzgar a la ligera.
Podría contar aquí muchas historias para no dormir, ciertos presentimientos y gente que ven más allá de sus piés, pero le restaría protagonismo a su relato y saldría ese Ego que le tengo bastante bien cogida las riendas.
Creo que está poco comentado y no lo merece porque bajo mi punto, o sobre él…es un buen motivo para relatar lo sucedido en ese relato, con un café y rodeado de víctimas de accidentes de tráfico.
Gracias me ha bajado los humos, ahora a ver si me cabe el disfraz de lamari.
un abrazo sentido
De este relato me gusta como se va dibujando el personaje a pequeñas pinceladas hasta que se comprende la totalidad de la relación con sus sueños.
Suerte
La profe hablando por el móvil mientras conduce una moto. ¡Qué estampa! ¿Lo hacía a través del casco o tampoco llevaba? Y es que la tecnología tiene sus riesgos cuando no es utilizada de forma correcta. En ocasiones, veo motos, digo muertos. Suerte.