249- La invisibilidad de Blanca. Por Lotte Goodwin
- 5 noviembre, 2012 -
- Finalistas del certamen, Ganadores, Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos
- 43 Comentarios
Blanca se ata las trenzas alrededor de la cabeza, se remanga la blusa de batista limpísima y se asoma a la ventana. Hace calor, y el tragaluz abierto deja entrar alguna mosca distraída que aterriza sin control sobre el tarro de la confitura de cítricos preparada al más puro estilo inglés, con el doble de azúcar de la reglamentaria. Su madre, en la cocina, empeñada en ayudar a Encarnación, que tan pronto prepara un sofrito para el arroz como unos crumpets de mantequilla, canturrea fandangos de Paymogo, recién aprendidos, de seis en seis los versos, con voz destemplada y bronca, mientras la abuela marca el ritmo balanceándose monótona en la sala, en su mecedora de junco, con la labor eterna dormida en el regazo y la presencia firme de su esposo muerto en una foto antigua y despintada. A veces la ase con furia y pregunta cuándo va a venir a buscarla, que ya lleva preparando su equipaje varios años, y tiene más de un pretendiente a la puerta, apuesto y con fortuna, que puede convenirle; que, si bien le dio una vida regalada y de eso no tiene queja, también la compensó con más de un disgusto de faldas que solía airear a los cuatro vientos en las cenas del Hotel Colón, donde los empresarios de las minas se reunían a fumar puros y a hacer negocios de negreros. Blanca esboza una discreta sonrisa, a medio camino entre la ternura y la compasión.
Desde que murió el abuelo, el salón permanece imperturbable, con aquel aire decadente de flor marchita de que tanto había gustado en vida. Era todo un caballero, nadie iba a negarlo, un perfecto lord inglés si hubiera tenido la oportunidad de rozarse siquiera con la Reina Victoria, cuyo retrato presidía su despacho, junto al escudo de la compañía y aquella hermosa foto de la casa en la colina, donde se ve a la niña con apenas cinco años, ajena a lo que había de heredar, que no eran sino disgustos y una camada de hijos malcriados y desagradecidos que habrían de dilapidar la fortuna familiar. Nada que ver la estética sobria y silenciosa del gabinete del abuelo con la salita coqueta donde su esposa se reunía a tomar el té con las vecinas, con el espejo chippendale, las cortinas de cretona, el juego de loza para las infusiones, que la abuela preparaba ceremoniosamente mientras hablaban de las últimas tendencias de la moda y de toda esa gente que llegaba en oleadas a trabajar en las minas, en la construcción del muelle y del ferrocarril desde todos los puntos de la Península. Y eso incluía el país vecino, que perdido había su imperio y su fiereza. Las mujeres comentaban esos cambios y avances con voz temerosa, con un halo de presagio, y se limitaban a disfrutar con sus insípidas verbenas caseras y privadas, selectas, vigilando de soslayo a los niños, que correteaban medio salvajes por aquella ciudad ajardinada y pulcra a la medida de sus pretensiones.
Blanca vuelve a asomarse con impaciencia. Está tardando. El viento cálido le descoloca el peinado, y ella lo arregla con la pericia propia de las adolescentes. Espera la llegada del padre, que por enésima vez se ha comprometido a llevarla a la explotación, para que vea qué terrible paisaje se ha ido formando, ese cráter en terraza que baja hasta la boca del infierno del que extraen a cielo abierto, de un modo novedoso y menos arriesgado, el preciado metal que ya desenterraran los tartessos y los fenicios, y que tanto aprovecharon los romanos. Y los árabes, que destilaban, al parecer, por no se sabe qué extraños y mágicos procedimientos, tintes medicinales. Todo eso le cuenta a Blanca su padre, pero nunca acaba por llevarla a la corta, o al muelle que habrá de transportar el mineral. O a ver ese río teñido, que solo de nombrarlo le produce escalofrío, como si fuera su propia sangre la que discurre lenta por el cauce hacia el mar vecino.
Por fin aparece, serio, como otras veces. Los hombres de negocios siempre tienen graves preocupaciones. Cuestión de los obreros, cada vez más pedigüeños. Como si no tuvieran suficientes gastos. O como esa vez en que se ofendieron tanto, con la construcción del muelle. Se quejaban los españolitos de que fueran ingenieros ingleses los adjudicatarios de la estructura.
En la cocina su esposa sigue entre pucheros. No le afecta para nada el discurso, pero asiente con el mismo gesto grave que ve en su rostro. Blanca se asoma con timidez, interesada en ver si —esta vez sí— es factible la visita tantas veces anunciada y pospuesta. «No va a poder ser», escucha como siempre.
La niña se resigna. No le queda otra. Su padre concluye, con la mano en el hombro de la pequeña, su particular lección sobre la historia del lugar, que, al fin y al cabo, se remonta a su llegada, no hace tanto, de la mano de un padre emprendedor y eternamente malhumorado que anhelaba regresar a su Escocia natal, tan diferente, tan verde, tan hospitalaria. Así son las cosas.
Blanca sueña con esa visita a la mina, y previamente a las oficinas de la compañía extractora de cobre más importante e influyente que conoce, donde su padre la exhibirá como la damisela en la que se está convirtiendo, y le presentará a uno de los ingenieros que una vez anduvo por casa, que era verdaderamente apuesto y educado, aunque empleaba todo en el tiempo tecnicismos ininteligibles, seguramente por impresionarla.
Blanca se sienta junto a la abuela. La mira fijamente. Atiende a sus dedos, que palpan nerviosos la hebra de lana, arriba y abajo. Pero justo en ese momento ha empezado a desvariar como otras veces, y arroja con su acostumbrada furia, impropia en un cuerpo tan frágil y enajenado, la labor contra la ventana que más cerca le cae, lanzando atropellados improperios contra el supuesto y fantasmal pretendiente que a ella se asoma.
La abuela habla sola. También ella lo hace, pues con alguien debe comentar sus últimos descubrimientos. Y es que, en alguna de sus incursiones detectivescas, arrimándose al muro que separa su lindo barrio del resto, justo entre unos setos junto al club donde el género masculino se reúne a jugar al tenis o al cricket verdaderamente despreocupado por lo que pueda estar ocurriendo más allá, ha escuchado alguna conversación que, en principio, puede tener cierto interés. Claro está que no sabe cómo poner en pie el rompecabezas de frases inconexas que el aire de la tarde le trae, desprovistas de un significado cierto y palpable. No conoce el sentido de muchos de sus términos. Hablan, además, en español, pero ese del sur, que desperdiga las palabras sin acabarlas, que confunde sonidos, que se atropella, que grita más que habla. Pero eso es lo que cuenta: el tono. Y siempre es encendido. Solo a veces el inflamado discurso se torna en una queja lastimera, sobre tantas horas de trabajo, sobre el humo ambiguo de las teleras, sobre las barcaleadoras quebradas por el peso del mineral, sobre los niños explotados —¡niños trabajando!—, y que se dice que un cubano va a venir a poner pie en pared en todo este desaguisado que se prolonga desde hace tanto.
Blanca no sabe qué es una telera, ni una barcaleadora —ni siquiera qué es un desaguisado—, pero sí que los niños bien no trabajan, sino que visten trajes nuevos y limpios, a veces verdaderamente incómodos para jugar, y se peinan con bucles, y lustran sus zapatos, y acuden a los oficios a la fuerza, y que, si son buenos y se portan como Dios manda, recibirán como recompensa un caramelo rayado que dura eternamente. No es posible que los niños vayan descalzos o en sandalias, que no aprendan los nombres de los ríos, de las provincias costeras; que no sepan deletrear sin vacilaciones palabras largas como «enfervorecido» o «dramaturgia», ambiguas y preocupantes como «descontrolado» o «esquizofrénico», poéticas como «telúrico» o «evanescente».
Todavía anda Blanca dándole vueltas a ese asunto, el asunto de las palabras, la magia que llevan dentro para que con ellas nos podamos comunicar y la barrera que supone no conocerlas en absoluto, cuando escucha un tumulto calle abajo, más allá de la verja vigilada y los setos recién cortados, y, como no hay nadie en ese momento pensando en que a la niña le pueda interesar ver de qué se trata, a qué cubano se referían cuando hablaban de manifestarse y convocar una huelga, nadie la echa en falta, y la jovencita se suma a la caterva desordenada que, cantando y enarbolando banderas y pancartas, se dirige, al parecer, a la plaza de la Constitución. Una mujer, que hubiera sido hermosa de no haber encanecido prematuramente y conservar toda la dentadura en su sitio, la agarra de la mano afectuosa. «No vayas a perderte, hija», mientras otra se le encaraba diciendo «de dónde has sacado a la muñequita. Van a decir que la hemos secuestrado y se va a formar una buena». Pero Blanca agarra de la mano a la mujer amable y ofrece la otra a su invisible amiga Katherine, que siempre la acompaña en sus aventuras por los jardines de la zona, con la que toma habitualmente el té en su frágil juego de porcelana china cada vez que su padre no se decide a llevarla definitivamente a visitar la mina por si ocurre algo, «que andan los ánimos descolocados y no es conveniente provocar ni ponerse a tiro», y que es la única que sabe apreciar en lo que valen sus dotes culinarias y traga sin rechistar los scones ficticios que elabora con barro y harina para dar consistencia a la increíble mezcla, y que ahora se sorprende del entorno y comenta con un temblor en la voz la falta absoluta de savoir faire y de elegancia en general.
Blanca conversa en voz baja con Katherine, que está visiblemente asustada, y que dice «vaya ruido que forman». «Serán por lo menos diez mil», le susurra Blanca, que está encantada con este desfile de desarrapados del que había alguna vez oído hablar, pero nada que ver con lo que en realidad son. A lo lejos se oyen cascos de caballos. Puede que por fin vea en directo un partido de polo. Dicen que es algo espectacular, y que se necesita una manada entera de alazanes para llegar al final.
El sonido es ensordecedor. Katherine considera que no es este público adecuado para la hípica, que será mejor volver. Blanca se gira y percibe una interminable columna de manifestantes, apretada, compacta, y se da cuenta de que el regreso por allí va a ser dificultoso, que mejor seguir hacia delante, que ya llegarán, y que podrán escapar por cualquiera de las callecitas laterales. Que qué prisa tiene, si ya están llegando a la plaza, donde, al parecer, un regimiento entero se apresta a darles la bienvenida como se merecen.
Hola paisana.Sí, efectivamente Nervión es uno de esos barrios que no les falta de nada, ni nadie le hace sombra, más bien, tiene una Ciudad Jardín que añora su luz y su alegría.La Giralda( no me digas que no…) le guiña desde su butaca y se hace más grande su plaza.
Para mí tiene un especial cariño esa zona.No sólo porque es donde mi vena cinéfila se asoma con brío la piel que la envuelve,es que tiene las mejores salas de cine de Sevilla, su cortinglé, su buenos hoteles y tiene un pedazo de escudo del Sevilla F.C que es un obra de arte.No lo digo con pasión de sevillista, es que es un mosaíco donde no se nos ha olvidado ni un sólo escudo de todos esos equipos que suelen jugar en la liga.Toma ya!!!ni el del beti, jajajaj.
Y además ahí se esparció en forma de polvo de estrellas, los restos de mi madre, adivina…Sevillista hasta los encajes de su enagua.
Ahora te voy a dejar un enlace, otra cosa maravillosa que sabe pasearse como nadie por tu barrio.Independientemente si una es capillita o no,no me digas que en ese tema no hay arte cuando una de esas hermandades se pone en la calle.Se pasea la historia, las Bellas Artes por la ciudad y se conjugan de tal manera, que no sólo los creyentes se echan a la calle.
Y ese hombre que dijo una vez…» Tengo sed», yo lo he visto con mis ojillos visitar «Ranilla» llevado a hombros con espariguelas( se escribe así?, tú me entiendes) para liberar a un condenado de los que están entre barrotes.
Hay otro lenguaje, una conversación bajo trabajaderas.Hay promesas que te dejan el lomo con una llaga.Hay un leguaje de balcones, entre el capataz y los costaleros..Escucha chikilla a tu barrio..Gracias
Yo vivo más allá a dos paradas de metro.
lamariforever
https//www.youtube.com/watch?v=-U2sWJCmbX4
Paso el corrector?, Corríjeme hasta acabar conmigo!! jajajaj
https//www.youtube.com/watch?v=-U2sWJCmbX4
¡Dode va a parar! algo alcoholico, para brindar por tu éxito ¿En Murcia?. Cuando quieras. Un abrazo
Té con tostadas sin mermelada, te recuerdo. Casi mejor que nos tomemos para la próxima unos «yintónics» (¡toma!), ya que tenemos más confianza.
Un abrazo.
¡Madre mía, ya puedo presumir de haber tomado te con una verdadera escritora! Un abrazo y suerte.
Gracias, Dies irae. Y es verdad que tengo pendiente lo del pseudónimo. Espero poder asistir a la entrega de premios (tengo una pequeña complicación de dieciséis años que solucionar) y te lo cuento.
Un abrazo.
Mi «joyita» (por el tipo de relato) preferida en esta edición del certamen. Hiciste bien en arriesgar, Lotte (por cierto, espero seguir en contacto y que me expliques tu nick), estar entre los quince finalistas lo dice ya todo.
Muchísimas felicidades y suerte para la final.
Felicidades!!!!!
Me gusta, tiene todo lo que debe de tener!!!!
Buenos vientos y pon proa hacia la meta, que llegarás primero.
Muchas gracias por vuestra felicitaciones y por volver a releerme. No es que yo sea especialmente vanidoso pero… ¡me encanta!
Un abrazo.
Enhorabuena, Lotte. Acabo de leer tu relato de nuevo y celebro que esté entre los finalistas. Creo que lo merece.
Suerte.
Te felicito estás entre los finalistas!!!
Un abrazo!
Enhorabuena por estar entre los seleccionados. Ahora, a cruzar los dedos. Toda la suerte del mundo.
Mi más sincera enhorabuena, siempre he halagado tu gran relato. Eras de mis apuestas seguras y en tu caso no me he equivocado.
Muchas gracias, Asesino. Para mí ha sido una sorpresa, entre tanto buen relato.
Un abrazo.
¡Enhorabuena! me ha encantado encontrarte entre los finalistas. Mucha suerte y un abrazo
Te esperamos por la vieja bodega. ¡Fiesta!
Muchas gracias por tu voto. Espero verte en la final del jurado. Te lo mereces.
Un saludo
Voto por ti.
Todas las estrellas para ti. Me encanta tu relato
Suerte
» El corazón de la Tierra».
Me ha echo ilusión leer este relato.La corta Atalaya…El barrio de los ingleses.Ese duro enfrentamiento.Ese río que fué estudiado por la NASA.Ese tren que recorre todo aquello que fué más que explotado, ahora las maquinarías y los vagones son fantasmas vestidos con ese color a moho como el río.Todo quedó un poco en cubierta, pero en esa plaza se encontraron una buena sorpresa y a ninguno le tembló el pulso para disparar sus armas, o ese tren…Bueno los andaluces puede que nos se nos entienda a la hora de hablar, pero sabemos escribir la historia de la forma más veráz.
Voy ha hacer publicidad y creo que visitar las minas de Rio Tinto es bastante educativo, está rodeado de unos paísajes que hay que quitarse el sombrero y os contarán sus vecinos que el primer equipo de futbol » recreativo de Huelva » se formó durante la visita de los ingleses.Los ingenieros veraneaban en Punta Umbría…yo tb jejeje
Que si me lo conozco?, como la palma de la mano.
Suerte muy bien descrito el acontecimiento.
Me parece un estupendo relato, me adentras en el entorno, en la sociedad de aquellos tiempos y casi sin darme cuenta he formado parte del mismo
Te dejo mis estrellas. Suerte…
Interesante aproximación a un episodio poco conocido de la historia reciente de España, visto a través de la mirada inocente de una niña de la alta burguesía onubense. Las descripciones y el vocabulario que empleas demuestran un magnífico conocimiento del mundillo de la minería de principios del siglo XX y los usos y costumbres de la sociedad de aquella época. Ya veo que no soy el único que ha dado lecciones de historia en este certamen. Una redacción muy cuidada. Este texto puede estar perfectamente entre los finalistas.
Suerte Lotte
Si tú supieras, Firmin, que lo escribí para esa ocasión… Pero después se me pasó el plazo, porque había que mandarlo por correo normal y se me fueron los días, y ahí se quedó. Pero reconozco que, como no me disgustó el resultado, decidí enviarlo a Canal Literatura. Así me aseguraba un puñado de lectores.
P.D. ¿Crees que este peloteo me servirá para algo o será utilizado en mi contra?
Muchas gracias por tu comentario.
ANtes de nada, gracias por tus comentarios a mi relato. Y ahora, hablemos del tuyo…me ha encantado…sin paliativos, y si me apuras, puede ser quiza el que más ma haya gustado. Me encanta tu forma de describir y la manera de desarrollar la historia.
Suerte en el certamen…
Si no la tuvieras..este relato te podría servir para el certamen «Hablando en cobre»….son 5000 €….
Como Blanca, yo tampoco sabía lo que es una telera o una barcaleadora, pero tu texto no es desde luego ningún desaguisado.
Gracias por tu relato y suerte.
Muchas gracias.
Yo todavía no he empezado a votar. Quería hacer una primera ronda de «inspección», pero son tantos textos…
A ver si me centro.
Mucha suerte y un abrazo.
Hola Lotte,
por aquí pasé de nuevo a dejarte mis estrellas.
¡Un abrazo!
Hola Lotte
Muy buen relato, correctamente escrito y con ese aire de candidez que le da el punto de vista de la niña. Tienes buena mano para escribir frases largas sin perderte. Lo cual no es fácil. Y no lo digo solamente por que esté cada coma o cada tilde en su sitio. Sino para no perder el hilo de lo que se cuenta. Una niña que cree que su padre es un buen padre y un buen empresario, pero que no consigue que le lleve a ver ese “cráter” inmenso que se va formando tras la extracción del mineral. Y acaba…, pues como acaban estas cosas. Aunque aquí la niña piense en la bonita recepción que les aguarda, acabará por enterarse. Seguro. Si quiere, claro.
Enhorabuena Lotte
Es un relato muy bonito y de agradable lectura. Enhorabuena.
Lotte Goodwin:
Descripciones bellísimas. Hermoso relato.
Es para leer despacio, para degustarlo lentamente.
Un abrazo.
Muchas gracias por vuestros comentarios y perdón por no contestaros sino en bloque. Estoy intentando leer todos los del certamen y no sé si me va a dar tiempo. Un abrazo a todos y mucha suerte.
Lotte Goodwin:
Preciosa historia y contada por un narrador de «diez». Suerte ( aunque creo que no la necesitas).
Un excelente relato, muy bien escrito. Admiro como usas el ‘estilo indirecto libre’ para acercarnos a los pensamientos de la abuela y la niña. Me ha recordado a la película ‘El niño del pijama a rayas’; los niños inocentes pagan el precio de los pecados de sus padres, aunque en tu relato el final terrible solo es sugerido.
Seguro que este relato será uno de los finalistas.
Sin duda uno de los mejores relatos que he leído. Toda una pieza literaria, de principio a fin. Hermosísimo y muy bien escrito.
¡Felicitaciones!
Muchas gracias, Isabel.
El relato está basado en hechos reales: una huelga de la minería que acabó en tragedia en Riotinto en 1888 («el año de los tiros» lo llamaron). Seguramente alguien ha escrito ya alguna novela sobre ello, pero no me importaría intentarlo con un nuev punto de vista.
Y podemos pelotearnos mutuamente, porque tu relato es también uno de los que más me han gustado. Enhorabuena de nuevo, que ahora no me acuerdo si te lo he dicho.
Un abrazo.
Gracias, Asesino (qué mal queda).
Yo también espero tomar un té y poder hablar de literatura. La mermelada mejor la obviamos. No es lo que más me gusta en este mundo. Y menos con el doble de azúcar (con perdón de los ingleses).
Un abrazo y te deseo mucha suerte.
No, gracias a ti. Yo espero que me dé tiempo a pasarme por todos, pero son tantos… Confiemos en que la Administración nos conceda tiempo suficiente para, al menos, poder leerlos.
Un abrazo y mucha suerte en el certamen.
Creo, y no es por hacerte la pelota, que ha sido el relato que más me ha gustado hasta ahora, las descripciones son bellísimas y no se hacen pesadas en ningún momento, sino que te permiten imaginarte a la perfección esa casa, esos personajes y esa época. Y me gusta cómo va creciendo la tensión, hasta que al final esperas con inquietud esa masacre, que muy acertadamente dejas en el aire. A mí personalmente, me encantaría leer una novela de trescientas páginas basada en este relato.
Que te acompañe la suerte, Lotte, aunque tú se lo has puesto fácil.
Me ha parecido precioso éste relato tuyo. La descripción de la casa inglesa, de los ingenieros sumergidos en un mundo aparte de la realidad…y esa tierna niña, atrapada entre la violencia para los desesperados y un mundo de tazas de te hechas con porcelana china.
Aprovecho para agradecerte tu visita a La vieja bodega y para decirte que me ha encantado la loca de tu historia, muy distinta a mi protagonista, pero ambos parecidos porque han creado un mundo en el que refugiarse ante una realidad que no le gusta.
Te deseo mucha suerte y, cuando quieras, me devuelves la visita y nos tomamos un te con tostadas y esa dulce mermelada de tu relato. La realidad cada uno la endulza como puede.
Un relato para leer despacio, donde las oraciones se van alargando y alargando y eso le da un aire de relato mayor, aunque luego se corta donde se tiene que cortar, en la inocencia de Blanca.
Es un buen relato. Suerte y gracias por comentar el mío.
Muchas gracias por tu comentario, Dies Irae. Dudé un poco si enviarlo precisamente por su corte clásico, pero luego pensé: «Tiene que haber de todo, ¿no?».
De nuevo gracias y seguimos en contacto.
Saludos, Lotte Goodwin.
Precioso relato, en el fondo y en la forma. Aunque la ambientación y el lenguaje los he encontrado soberbios, la delicadeza para hacer seguir al lector la psicología de la niña es aún más perfecta. Me parece un ejemplo precioso de cómo hacer que la historia surja sola, sin necesidad de «explicaciones».
Es un placer encontrar también el gusto y el buen hacer siguiendo modelos clásicos. Una joyita.
Felicidades y suerte en el concurso.
Menuda sorpresa para Blanca el recibimiento que le van a dar en la plaza. Cuánta inocencia, cuántos deseos, cuánta necesidad de saber que va a encontrarse de repente con las respuestas que ella no espera. Pobre Blanca, encerrada en su torre de marfil. Mucha suerte.