244- Fermín el del banderín. Por Fermín
- 5 noviembre, 2012 -
- Relatos -
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No puedo entender el interés de nadie por ser árbitro de fútbol. No me entra en la cabeza por más vueltas que le dé al asunto. Sinceramente, no le veo el beneficio. Miles de personas se dedican a insultar a su familia, montones de periodistas sin escrúpulos les culpan de los fracasos deportivos de los clubes que financian sus publicaciones, los dueños y accionistas de esos clubes les acusan de estar comprados por los dueños y accionistas de los clubes rivales,… No sé, la lista de trastornos personales que acarrea ser árbitro de fútbol no tiene fin. Sin embargo, estos pobres hombres ¿qué contraprestaciones reciben a cambio? Prestigio no, desde luego, las tiras cómicas de los lunes los ridiculizan incesantemente. Dinero tampoco, sus sueldos son exiguos si se les compara con cualquiera del resto de figurantes del circo del fútbol. Que pueda ser divertido no debería ni mencionarlo; en el patio del colegio, cuando hacíamos los equipos, los niños nos pegábamos por ser delanteros o centrocampistas pero nunca encontré a un niño, ni siquiera entre los raros, al que le gustara ser el árbitro.
Una única motivación puede resultarme creíble: que los árbitros sean frikis en busca de notoriedad pública. De otra manera, no puedo explicármelo. La única posibilidad de que alguien como Undiano Mallenco, de profesión contable, aparezca en la cabecera de los telediarios. Si hasta los propios nombres de los árbitros lo evidencia: Teodoro Sobrino, Mejuto González, Urizar Azpitarte, Téllez Sánchez, Japón Sevilla, Teixeira Vitienes…Son nombres de friki, tanto podían haber acabado en el programa Gran Hermano como de árbitros de fútbol. Para colmo, no son unos frikis cualquiera, son de los peores, de los que no nacen frikis, sino que se forjan como tales decidida y voluntariamente en el transcurso de su extravagante vida. Si uno nace llamándose Japón Sevilla y además trabaja en una agencia de viajes, su destino natural no puede ser otro que el más absoluto anonimato. Si decide revelarse contra ese destino y pretende apearse a la peana de la popularidad y la fama se le plantean tres opciones: salir en la televisión con Sobera, convertirse en un asesino múltiple o hacerse árbitro de fútbol. Las dos primeras tienen numerosos efectos secundarios indeseables; sin embargo, para convertirte en árbitro no tienes que estudiar más que el Reglamento Balompédico de la FIFA, que es un librito de apenas cuarenta páginas, incluyendo doce que sólo tienen dibujos. Estrictamente, ni ese librito siquiera, puesto que nadie les examina. A todos ellos les dan un pantalón corto y un silbato y empiezan a pitar desde el primer día. Al principio en categorías infantiles y torneos de barrio, pero con los contactos adecuados y unas buenas rodilleras pronto pueden alcanzar la Primera División.
Fermín Tilote era uno de esos extraños especímenes. Bueno, lo suyo era peor, ni siquiera había llegado a ser árbitro, Fermín era linier. En el mundo del fútbol, tan prolijo en rimas simplonas y burdamente consonantes, se le conocía como Fermín el del banderín.
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El partido es tenso, bronco, enmarañado. En el centro del campo el juego subterráneo se impone a los esporádicos arranques creativos de las grandes estrellas, dando como resultado un fútbol deslavazado que desluce el encuentro. El partido camina hacia su desenlace final, lo que intensifica la tensión ambiental cada minuto que pasa. Fermín sigue el juego desde la banda con gran concentración para no perderse detalle y así poder auxiliar al árbitro principal cuando lo necesite. Después de nueve años arbitrando partidos de todo tipo, ya no le afectan los insultos que le profiere desde la banda la hinchada local cuando una decisión suya no favorece a su equipo. Así es en todos los campos del mundo y por eso Fermín se ha acostumbrado a oírlos como un ruido ambiental más que no va con él y que carece de significado. Minuto setenta y ocho. Cerca de la esquina del área norte del campo, en una jugada confusa que el árbitro no puede ver porque sucede a sus espaldas, el defensa central del equipo de casa cae al suelo. El jugador se tapa la cara haciendo gestos ostensibles de dolor.
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Su oficio era el de camarero, el fútbol ni siquiera le gustaba demasiado. En el colegio a Fermín no le dejaban jugar con los demás porque decían que era muy malo. El deporte en general le parecía una pérdida de tiempo y de energía. Para él, hacer footing o estar levantando pesas no era más que un sinsentido. Sin embargo a Fermín le seducía la popularidad. En sus años colegiales ya le gustaba dar la nota y siempre estaba llamando la atención. A veces haciendo travesuras para que los profesores le castigaran, otras veces vistiendo extravagantemente o luciendo un corte de pelo estrafalario y otras presentándose voluntario para los cometidos más populares dentro del alumnado como ser el DJ en las fiestas del colegio o ser delegado de clase. Después de-su etapa estudiantil siguió vistiendo cada vez más estrafalario, presentándose a concursos de la tele y manteniendo una actividad inusitada en todas y cada una de las redes sociales que trajo consigo internet.
Sin embargo, aunque a él no le gustara mucho el fútbol, siempre admiró la popularidad de sus estrellas. Envidiaba inmensamente la aureola de notoriedad que rodeaba a jugadores como Messi, Ronaldo, Casillas,… Hasta los jugadores de Segunda División eran más conocidos que él, por muy extravagante que se vistiera o participara en los concursos tontos de la tele. Pero ¿qué podía hacer? Facultades para el fútbol no tenía, en el colegio había estado más ocupado en otras cosas y, aunque seguía siendo joven, ya era tarde para llegar a ser una estrella. Sin embargo, se dio cuenta de que todos los lunes la clientela del bar siempre hablaba de los árbitros. Que si Undiano Mallenco no ha visto un penalti, que si Tellez Sánchez tenía que haber expulsado a Pepe,…Eso le mostró la puerta a la que tenía que llamar para acceder a la fama más patente: la puerta del espectáculo del fútbol.
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Mientras el central del equipo de casa se retuerce en el suelo, Fermín llama la atención del árbitro a través del pinganillo: “Codazo del número seis”. El árbitro, Yago Zorrilla, no da crédito y pide nervioso a su ayudante que le aclare lo que ha visto. “Ha sido el seis. Tarjeta roja clara por codazo sin balón”, repite Fermín. El árbitro sabe que si hace caso a su ayudante la polémica está servida. Tarda un poco en reaccionar, pero finalmente sabe que no puede desautorizar a su linier en una jugada que él no ha visto y expulsa con tarjeta roja directa al número seis del equipo visitante. La afición local corea la decisión y aplaude rabiosamente. Los jugadores y equipo técnico visitantes protestan airadamente la resolución arbitral. El número seis mira incrédulo al árbitro, a Fermín, al público… hasta que finalmente se retira del terreno de juego negando con la cabeza. Es la primera expulsión de su carrera futbolística.
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Fermín fue un día a la Federación de Fútbol para preguntar por los requisitos que se pedían para hacerse árbitro. Le sorprendió sobremanera que prácticamente no hubiese condiciones. Bastaba con un certificado médico que dijera que estaba en su sano juicio y no tenía anomalías físicas de importancia. Cuando presentó el certificado, le hicieron entrega de un ejemplar del Reglamento de Juego aprobado por la FIFA. Dos semanas más tarde le llamaron para arbitrar un partido de la liga regional juvenil por el que le pagaron treinta euros.
Fermín no era especialmente futbolero, pero en el bar los clientes siempre le pedían que pusiera en la televisión los partidos de fútbol, así que estaba más o menos familiarizado con sus reglas. Además se había leído un par de veces el Reglamento FIFA. Como árbitro de la liga regional de juveniles estuvo un par de años. Fermín aprendió el truco de favorecer siempre al equipo de casa, lo que le evitaba que se produjeran grandes broncas de los aficionados que acudían a los partidos y que en su gran mayoría, lógicamente, apoyaban al equipo local. Con este sencillo truco y bastante mano izquierda consiguió ascender paulatinamente de categoría: Tercera Regional, Tercera, Segunda B, Segunda, hasta que llegó a la Primera División. Como no le gustaba demasiado el fútbol a veces se despistaba y algunas jugadas le pasaban inadvertidas. Por eso, y porque era un árbitro excesivamente casero, le relevaron de las labores de árbitro principal y actuó siempre como juez de línea. No obstante, su posición en el campo tan cerca de las gradas le permitía escuchar perfectamente los improperios que le dedicaban los aficionados. Aunque fueran insultos, como iban dedicados a él, le complacía extrañamente escucharlos, puesto que eso significaba que miles de ojos se estaban fijando en él. Hasta ese punto llegaba su apetencia de popularidad. Además, como todos los partidos de primera división se televisan, todas las semanas acababa saliendo en la tele y los periódicos.
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Pitido final. El partido termina en tablas. La hinchada local silba molesta con su equipo, que no ha sido capaz de doblegar a un contrario debilitado. El equipo visitante ha aguantado con un jugador menos las embestidas del equipo local en los doce minutos que quedaban de partido desde la expulsión. Los jugadores y el trío arbitral se retiran del terreno de juego. Camino de los vestuarios las miradas de Fermín y el defensa central del equipo de casa se cruzan un mínimo instante que ninguno de los dos quiere prolongar porque una creciente conciencia de culpabilidad les incomoda. Por otra parte, volverán a verse pronto, para repartirse las ganancias que acaban de cobrar en las apuestas.
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La expulsión de Andrés Honesta en un partido como aquel era altamente improbable. No en vano fue la primera en su carrera deportiva. Las casas de apuestas pagaban este lance en una proporción de 500 a 1. Las ganancias obtenidas con este asunto por Fermín Tilote y el veterano defensa central, Miguel Pendillo, fueron más que cuantiosas. El hecho de que sea posible apostar por los aspectos más inverosímiles en un partido de alta competición facilita el fraude. Es complicado amañar un partido, sobre todo si es de competición oficial y hay intereses de por medio, pero, sin embargo, fingir una expulsión, una lesión o cosas por el estilo pueden resultar mucho más accesibles a cualquiera pues se trata de actos individuales, aislados y que pasan fácilmente por hechos fortuitos. La caída de Miguel Pendillo simulando haber recibido un codazo cuando corría junto a Andrés Honesta, que acabó con la expulsión de este último, para la opinión pública se quedó en un error arbitral comprensible. Que aumentaran significativamente días antes los apostantes que vaticinaban que Andrés Honesta sería expulsado en aquel partido era sospechoso, pero no demostraba nada pues no estaba claro quién podía estar detrás de ello al permitirse múltiples apuestas anónimas.
Con el dinero ganado en las apuestas Fermín podía haberse retirado y ahora estar viviendo en un tranquilo y recóndito refugio caribeño. La cantidad superaba con creces lo que puede uno gastarse viviendo holgadamente no sólo en una vida sino en varias. Pero en el alma de Fermín el afán de notoriedad podía sobre cualquier otro anhelo, ya fuera de sosiego, riqueza u holgazanería. Por eso destapó el caso. Para salir en los medios, para que se hablara de él, para perpetuar su fama. Fermín el del banderín, el juez de línea más famoso de la historia del fútbol. Hasta el congreso de los Diputados acabó debatiendo una ley reguladora de las apuestas deportivas a raíz del “caso Fermín” y que se conoció popularmente, como no podía ser de otra manera y para mayor gloria y satisfacción de éste, con el sobrenombre público de Ley Fermín. Es el sino de nuestro tiempo, sólo consigue materializar su sueños aquel que se empeña en dar la nota.
Suerte
Divertida e inteligente narración que nos permite pasar unos minutos de buen entretenimiento con su lectura. La frase final constituye un auténtico paradigma de la época en que vivimos: “Es el sino de nuestro tiempo, sólo consigue materializar su sueños aquel que se empeña en dar la nota.”
Tendrás suerte en el certamen, sin necesidad de hacer trampas como Fermín (el otro Fermín).
Historia hiper-realista. Los linieres son personajes frustrados por no haber sido capaces de llegar a más. ¿Os habéis fijado en la forma que tienen de correr antes de cada partido cuando van a revisar las redes de las porterías? Por Dios, ¿qué traumas habrán sufrido de pequeños para llegar a desear escuchar lo que escuchan un fin de semana tras otro? Penalty y expulsión. No me jodas, Rafa. Suerte.