235- La primera pincelada de un lienzo nuevo. Por Kime
- 4 noviembre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, lienzo, relatos
- 6 Comentarios
–Ojos tristes, creo que deberíamos ir al hospital ya.
Ella no dijo nada. Agachó la cabeza, conteniendo las lágrimas, y cerró los ojos. Sabía que si los abría se dirigirían irremediablemente hacia la esquina de la pequeña habitación; justo donde un lienzo blanco reposaba sobre el caballete que le regaló a su hijo en su vigesimoprimer cumpleaños. Pintura o recuerdos, sobre el lienzo comenzaron a esbozarse senderos de un pasado doloroso, tintes negros y sucios.
–Aubrey… Por favor. Mírame.
–No puedo Gerard, no puedo. No quiero ir al hospital. Tengo mucho miedo. – Se agarró el vientre, dejó de escuchar la voz de Gerard, y se abandonó a los recuerdos. Al fin y al cabo, no podía luchar contra eso. Elliot siempre sería más fuerte que ella.
“La guerra, madre: la guerra. La guerra, madre: la guerra. La guerra, madre: la guerra. ¿Qué hago aquí, madre?”. Los versos de una canción antigua se repetían sin cesar en su cabeza. La guerra, madre: la guerra. Se quedó sin aire y se aferró a la mesa.
Fue el olor lo que vino primero.
El olor a petróleo y a sudor de hombre, el sabor a barro y a sangre caliente. Se dijo que tenía que despertar, que aquello no podía ser real. Sintió cómo empujaban su cuerpo, cómo salía disparada hacia delante y volvía hacia atrás en una corriente de terror humana. Se tropezó y cayó. Asustada se apretó el vientre donde esperaba a su bebé. Sintió ganas de vomitar. El silencio que le perforaba los oídos fue sustituido por un sonido atronador, como un motor rugiendo de cientos de personas agonizando.
–Mamá, no te asustes, pero esto no es lo peor todavía – Elliot la miraba desde arriba, sonriente, tendiéndole la mano. Aubrey abrió los ojos asustada, ya no estaba en el despacho de su pequeña casa, a las afueras de Berlín, enfrente de su preocupado marido; sino tirada en mitad de la nada, en un campamento alzado próximo al frente de la batalla.
– Elliot – se atragantó – Elliot.
El muchacho se agachó. Aubrey pensó en lo mucho que se parecía a Gerard y a ella. Sus ojos de miel, su sonrisa; el pelo enmarañado de él, su mirada. Se lanzó y le abrazó, desesperada.
–Elliot, te echo tanto de menos… – tembló – No puedo, no puedo seguir sin ti, por favor, Elliot, por favor…
–Mamá, tengo que hablar rápido, pronto llegará el momento en que me matan.
Por detrás de Aubrey apareció otro muchacho, todo orejas y sonrisa despeinada. Pateó una piedra del suelo, y se golpeó la frente con la palma de la mano.
– Malditos ingleses, al final resultaron ser más listos que nosotros. Quién nos iba a decir que nos pillarían de improvisto con sus aviones y sus bombas de mierda. ¡Malditos sean! – masculló.
–Tampoco son tan inteligentes, como si este no fuera un lugar perfecto para una emboscada – apuntó otro de ellos, con el mentón cuadrado y la mirada perdida. Su voz era fuerte y segura, pero le temblaba la mano con la que sostenía el arma – Además, estúpido, no te quejes. Tú saldrás vivo de ésta, con dos piernas menos, pero vivo. Y Tú, Arnold… a ti solo te sangrará la nariz, no sé cómo demonios tienes siempre tanta suerte.
– ¿Hablarás de nosotros en los periódicos, Arnold? ¡Seremos héroes! – Vociferó Elliot, golpeándose el pecho, orgulloso – Mamá, no pongas esa cara, ya sabemos que huele mal. Ha sido Arnold, que se ha cagado de miedo.
– ¡Qué poco tiempo te queda para seguir diciendo cerdadas, Elliot! – gritó Arnold mientras se alejaba corriendo.
Aubrey se preguntó cómo podían hablar de su propia muerte antes de que ocurriera, y de una forma tan despreocupada. Se oyó el rugido de los aviones y miró hacia el cielo gris.
–Ya viene, mamá.
– ¡Ya viene!
– ¡Ya viene, muchachos!
Elliot miró al cielo y sonrió triste.
–Escúchame – Llamó la atención de su madre – Yo quise esto. Por favor, dejad de sentiros culpables papá y tú. Sabes que siempre quise estar al frente, luchar por mi país. Sabes que nada de lo que me hubierais dicho me habría disuadido de venir aquí. Mamá, mírame, no llores. Sabes que eso es así.
Aubrey clavó la mirada en su hijo. Sabía lo enérgico y fuerte que era; él siempre queriendo llevar la razón. Ella nunca decía nada. Todo aquél que tuviera la valentía de poner la primera línea sobre un lienzo en blanco – algo que se tornaba imposible para ella – tenía también la valentía y la determinación necesaria para perseguir sus sueños sin mirar nunca atrás, por negras que fueran las expectativas. Esa clase de seguridad que ella jamás había siquiera rozado con los dedos. A lo largo de los años, tras la muerte de Elliot, había olvidado que él era así. Se había culpado tanto por no haberle disuadido de la decisión que había tomado… Ahora se daba cuenta de que jamás habría podido.
–Tienes que luchar por ese bebé, mamá – continuó – Será mi hermanita. Mi hermanita pequeña. Sé que tienes miedo de perderla como me perdiste a mí, pero te prometo que eso no pasará. Yo cuidaré de ella. Sé que no quieres traer al mundo a nadie a quien puedas perder. Pero acéptalo, mamá. Estamos muertos en el mismo instante en el que nacemos.
–Elliot, por favor…
–No, mamá…
– ¡VAMOS CHICOS! – se escuchó gritar a Arnold a lo lejos. El ruido de los aviones se impuso, absorbió todos los demás y Aubrey se lanzó hacia su hijo.
–¡¡ELLIOT!! – Chilló, intentando hacerse oír – ¡¡ELLIOT!!
La explosión rompió el aire, y lo último que vio Audrey fue a su hijo guiñándole un ojo, despidiéndose. La fuerza de la explosión la disparó hacia arriba, en una mezcla de dolor, de humo agrio. Sintió que sus miembros se desintegraban, que el fuego le quemaba la nariz y la boca, le derretía los ojos, le deshacía el vientre. El cielo era negro, y durante un instante solo existió la muerte. Cuando quiso darse cuenta, como si hubieran rebobinado una película hacia delante, se encontró a sí misma mirando hacia abajo, hacia el lugar donde la explosión había apagado la chispa de Elliot. El cielo brillaba, los ruidos fueron apagándose lentamente, ella sencillamente flotaba. Vio cuerpos, como hormigas, huyendo en todas direcciones. Por un instante deseó que Elliot se salvara, pero luego recordó que todo aquello había sucedido hacía siete años, y que ella nunca había estado allí. Se tapó la cara con las manos y lloró, intentando ahuyentar todas las imágenes que bailaban frenéticas en su cabeza. Todo era demasiado feroz. Demasiado duro. Sentía que ella también había muerto. Diferente sangre de una misma herida.
“La guerra tiene labios azulados,
Carne muerta,
Mirada de soledad,
Tierras y noches eternas…” Decía la canción.
La guerra con paz termina,
Comienza un nuevo día,
Ya viene, ya llega
No hay principio sin final, sin un final”.
Cantó durante años, flotando en la nada, hasta que se le ocurrió mirar al sol.
“La guerra con paz termina, amanece un nuevo día…”
Audrey abrió los ojos. Gerald la asía de los hombros, asustado.
– ¿Estás bien, Audrey?
La mujer dirigió la mirada a su marido, acariciándose el vientre.
–Vamos al hospital, Gerard. Ya viene.
Más suerte
No sé, me falta perspectiva. Como nuca he estado en una guerra (y si lo puedo evitar nunca me pillará una), puede que no sea objetivo. A mi los héroes con uniforme militar me parecen exhibicionistas faltos de cariño. Hay otro tipo de héroes que consagran su existencia a trabajar anónimamente por los demás, pero estos no suelen llevar medallas. Alguien dijo que caminando hacia atrás también se alcanza el futuro, y la humanidad siempre parece ir de culo hacia delante.
Mejor corto el rollo. Cuando empiezo así pienso que tienen que cambiarme la medicación: hablaré con mi médico. Buen relato, me ha gustado. Suerte
Se han escrito ya tantos alegatos contra las guerras que es difícil ser original. Este relato, sin embargo, tiene su puntito. Nos muestras con maestría la angustia de la madre ante la pérdida irrecuperable de su hijo, a través de esa recreación onírica, como testigo de primera mano, de una muerte que nunca llegó a presenciar. Y al final, la esperanza simbolizada en la hija que pronto nacerá. Algún voto se merecerá este relato, ¿no?
Suerte
Una mujer que está a punto de dar a luz. Tiene miedo de ir al hospital y, en ese momento, ese miedo le hace abandonarse a los recuerdos. La guerra, espacios del terror que produce, sueños entremezclados…, y el hijo que se fue al frente porque lo quiso y que nunca volvió. Un retrato duro de la guerra, una de tantas, que acaba con una canción que dice que la guerra con paz termina. Me temo que no es verdad, lo siento Kime.
Una historia bien contada y escrita. A veces no es fácil mezclar sueños y realidades.
Felicidades y suerte
Realmente duro. Impacta su lectura por la crudeza de los términos utilizados. Sin concesiones de ningún tipo. Directo. Como un puñetazo en el estómago. Mucha suerte.
Me ha atraído el título y me ha parecido un relato muy tierno, sencillo pero con contenido. ¡Muy esperanzador! Para mí uno de los finalistas seguro.
¡Un saludo y suerte en el concurso!