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223- El recinto sagrado. Por Sebastián Doff

Al contemplar la magnificencia de la catedral era inevitable que se generaran emociones y pensamientos. Estos iban desde la incredulidad sobre la capacidad del ser humano para materializar semejante obra de ingeniería, hasta una enorme tristeza ante la certeza que esos cimientos estaban conformados de sangre y siglos de mentiras.

Sus paredes de piedra blanca alcanzaban los ochenta metros de altura y su puerta de macizo bronce labrado los 6. Para alcanzarla había que superar una escalera esculpida en mármol amarillo, el color santo, único en el mundo. Sus trescientos trece escalones la hacían verdaderamente imponente y todo un desafío físico, sobre todo para los ancianos, de presencia mayoritaria en el lugar. A ambos lados se alineaban vitrales rectangulares también de 6 metros de altura, como la puerta, en exagerada simetría. Se percibía inmediatamente una perfección opulenta. Los ángeles rubios representados y las vírgenes hermosas, los viejos reyes del poder total y sus inmaculadas túnicas blancas desplegadas, manzanas rojas cómo el fuego y árboles sagrados de un realismo impactante, jardines inabarcables y el pecado del hombre en el exilio continuo, culpa y dolor representados en crueles torturas, el juicio final con grandes y brillantes trompetas y rayos misteriosos acabando a la bestia.

Adentro el lujo lastimaba los ojos del humilde visitante. Candelabros de oro de dos metros de altura, bancos de madera de ébano negro brillante por el lustre y que alcanzaban una longitud imposible, casi perdiéndose de vista de un lado al otro de tan majestuoso edificio. Arriba una bóveda pintada a mano, de manera que desde el suelo se interpretaran sus figuras, muy similares a las vistas en los vitrales, pero de una nitidez casi sobrenatural. Al frente la cruz, nuevamente los 6 metros de altura se repetían, de oro sólido cincelado, rojos diamantes traídos de las mejores minas africanas aplicados en cada extremo, el sangrante Cristo superando los dos metros de altura tallado en mármol blanco, pero con detalles pintados y gemas celestes incrustadas en sus ojos llenos de tristeza.

Ya había comenzado la antigua ceremonia. El sacerdote elevaba las dos blancas mitades en ofrenda y los fieles de rodillas se sumían en respetuoso silencio. Era el momento perfecto. El terrorista se acercó con cautela, procurando no ser visto, acechando como una pantera a su presa. Rodeó el altar por detrás de unas enormes columnas de tres metros de diámetro y se posicionó cerca del mismo, a unos pocos metros. Los monaguillos se habían retirado y ahora el sacerdote besaba hipócritamente el cáliz. No era un sacerdote cualquiera, iba a ser el último Papa y el terrorista lo sabía. Era un hombre de piel negra, de casi sesenta años de edad, mediana estatura y un abdomen prominente debajo de la sotana -“como no podía ser de otra manera”- pensó sonriendo el terrorista. Sabía que había guardias armados disimulados en el lugar y también que su entrenamiento y destreza le habían bastado para burlarlos fácilmente. Todo estaba escrito. Volvió a sonreír, pero esta vez con una mueca diferente. Se lanzó a la carrera empuñando en una mano su arma y en la otra el detonador de contacto. Ya nada podía evitar el desenlace, vivo o muerto cumpliría su objetivo.

Lo alcanzó justo en el momento que depositaba solemnemente el cáliz sobre el altar de mármol tallado.

– Un movimiento y todo se termina! -. Gritó mientras apoyaba el caño de su arma en la sien del sacerdote y agitaba el detonador haciendo círculos en el aire.

Muchos de los fieles rompieron en gritos y exclamaciones de pánico, pero otro grito ensordecedor del terrorista los contuvo, estaban en el recinto sagrado, tantos años de doctrina hacia la sumisión y la obediencia se manifestó. Todos callaron y dócilmente se sentaron en los bancos.

– Ustedes! -vociferó dirigiéndose a los monaguillos mientras señalaba con un movimiento de cabeza hacia el centro de la nave-, bajen del altar y pasen del otro lado.

– A los guardias camuflados les advierto, un movimiento y el templo entero vuela por el aire con todos nosotros dentro. Me disparan y todo termina, esto que tengo en la mano es un detonador de contacto -. Esto último lo dijo aunque estaba seguro que los guardias se habían dado cuenta al instante, simplemente porque aun estaba con vida.

Entonces ocurrió un débil temblor, pero suficiente para que algunos candelabros y arañas empezaran a moverse acompasadas en vaivenes de amplitud casi imperceptible. El terrorista lo noto de inmediato. Simplemente porque ya lo sabía.

– Vamos, que ya queda poco tiempo! -exclamó mientras obligaba al sacerdote a descender del altar y doblarse sobre sus rodillas, dándole la espalda a todos los fieles que contemplaban la escena con horror. Una vez que estuvo en esa posición, se paró frente a él, apoyando su arma sobre su frente y acercando su mano, que apretaba firmemente el detonador, hacia una de sus orejas. El terrorista podía ver la iglesia en toda su extensión y a todos los allí presentes, a su espalda solo quedaba la inmóvil imagen de Cristo.

– Que quieres? -preguntó por fin el sacerdote, con un hilo de voz apenas ininteligible.

– Simplemente quiero hacer cumplir la profecía, dar el impulso inicial a los acontecimientos- sentenció con frialdad.

– Qué cosa dices? -respondió atónito el sacerdote.

– Lo que escuchaste. Yo soy realmente un instrumento de Dios. No como tú y los tuyos, embusteros y charlatanes, encubridores de la Verdad, manipuladores de la Fe y empresarios de la culpa y el dolor! -. Hizo una breve pausa, mientras el eco de sus palabras que aun retumbaban por toda la iglesia se apagaba lentamente. Luego continuó: – Han atormentado el alma de millones de personas por más de veinte siglos, han humillado su poder y su inteligencia, bastardeado su origen y mentido sobre su destino; han manipulado las enseñanzas de Jesús y se han esforzado por destruir el legado de las civilizaciones anteriores, las que nacieron aquí millones de años atrás y las que llegaron de otros rincones del cosmos. Han sido cómplices del gobierno mundial para sumir a la Humanidad en la esclavitud y en una vida vacía y sin sentido. Todo en nombre de qué o de quién? -dejó flotando la última pregunta en el aire.

– Pero yo soy el verdadero redentor, el último mesías! -gritó con fuerzas mientras apretaba el gatillo. El estruendo del disparo que voló la cabeza del sacerdote coincidió con un fuerte temblor. Se abrieron las paredes de la majestuosa catedral y la mitad de ella desapareció en una enorme grieta llena de lava que se había abierto a causa del terremoto. La violencia de las sacudidas crecía tan rápido que los guardias ni siquiera pudieron reaccionar ante el violento asesinato, apenas si podían pensar en salvar sus propias vidas ante tremendo cataclismo. Afuera el volcán se había despertado con toda su furia dormida por milenios y escupía piedras, azufre y cenizas. Todo se desmoronaba velozmente. Los vitrales estallaron. La puerta imponente cedió y desapareció en el río de lava. Los fastuosos candelabros caían. Los fieles que quedaban con vida corrían sin saber a dónde ir, se chocaban, se pisoteaban unos a otros presos del pánico y el terror. En el extremo de uno de los bancos de madera de ébano negro, el único niño presente miraba apaciblemente al terrorista. Había soltado el detonador.

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4 Comentarios a “223- El recinto sagrado. Por Sebastián Doff”

  1. El asesino de Morfeo dice:

    Ya lo decía mi abuelo…o sopa de cura o sopa con el cura. Me ha gustado tu relato, sobre todo al principio. El final me ha desconcertado, para mi, el niño era eliminable, y el terremoto…pero ¿Quien soy yo para decirte lo que tienes que contar? Pues eso, en general me ha gustado mucho. Suerte.

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  2. Lovecraft dice:

    Un relato de tintes apocalípticos y anticlericales; lo mejor, para mí, los párrafos 2º y 3º, donde se describe la fastuosidad de la ciclópea catedral.

    Un consejo: «La violencia de las sacudidas crecía tan rápido que los guardias ni siquiera pudieron reaccionar ante el violento asesinato». Intenta evitar la repetición violencia-violento.

    Suerte Sebastián Doff

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  3. Hóskar-wild is back dice:

    Parece que el hombre estaba un poco resentido con la curia y con los cuentos para no dormir de los monaguillos aventajados. Pero tampoco es para tomárselo así. En vez de ir a misa dominical, existe la alternativa de tomarse una cañita con tapa mientras otros tratan de salvar el mundo a base de rezos y cánticos. Siempre se puede elegir. Suerte.

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  4. Hombre sin abrigo dice:

    La imagen del disparo es muy explícita, y es ahí, creo, donde radica su belleza. Él relato está bien construido, pero corrigiendo algunas cositas que, en mi opinión, aumentaría considerablemente su calidad: la ausencia de los primeros signos de interrogación y exclamasión, por ejemplo. Saludos cordiales y suerte, Sebastian Doff.

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