Add Me!Cerrar menu de navegación

Página destinada al 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, relatos, ganadores, entrevistas, noticias, finalistas, crónicas, literatura,premios.

Add Me!Abrir menú de categorías

215- Las bellas horas. Por J. P. Cubish

Tierras adentro existe un lugar donde la misericordia y la compasión nunca han llegado, dónde los infelices deambulan eternamente como almas en pena, sabiendo en el mejor de los casos que lo que ha sido escrito a través del Tiempo es irremediable. En esta tierra inhóspita y gris que reverbera tiempos de batallas y revelaciones, arrastra sus pies alguien que enfrentó los mandamientos, ignorando las advertencias que su actitud podía acarrearle. No sólo su andar es cansino e irregular, sino que todo su cuerpo parece haber bebido del Valle y su piel comienza a adquirir las tonalidades del paisaje, de los pantanos putrefactos y  las marismas oscuras.

Lejos, en la ciudad, sentado en un banco de madera, otro ser atormentado mueve sus piernas en señal de impaciencia.

—Maldición, cuánto demora éste ómnibus…

En un bar, a esa misma hora, un hombre menudo de campera de cuero marrón y aire bohemio, pide un whisky y se sienta en la barra. Aparta unas migas y apoya los dos codos. Una lágrima solitaria rueda por su mejilla izquierda. Toma el vaso y se bebe el Jhonny Walker de un trago. Pide otro.

— ¿Cómo anda, Eduardo? —pregunta un joven que está sentado del otro lado de la barra.

—Acá me ve —dijo él— todavía por acá. Tratando de espantar la bestia que tengo dentro

—dijo levantando el vaso y mirando el fondo—. Algún día de éstos me engullirá y en ese momento espero no estar conciente.

—Otro, hasta arriba —dijo al mozo.

Del otro lado de la ciudad, el ex-empleado de Loral´s llegó a su casa. El viaje en ómnibus lo había tranquilizado, transportado por la música de sus audífonos y la sucesión de imágenes que le llegaban desde la ventanilla. Sin embargo, cuando entró al baño, el espejo le devolvió la imagen de otra persona, un desconocido, un ser repulsivo y oscuro que portaba su fisonomía. No debí renunciar, —se repite a sí mismo— no debí renunciar.

En la lóbrega estación de comunicaciones de la policía, la telefonista del 911 bosteza augurando una noche sin sobresaltos; sólo Nina habla por teléfono, haciéndole gestos de cansancio y colocando su dedo en la sien como si fuera a dispararse.

—Otro suicida —susurra con los labios, mientras trata de alcanzar con su mano derecha una taza de café que humea sobre el escritorio, y con la izquierda garabatea unos corazones.

Ana le hizo una guiñada y sonrió, contenta de no ser ella quien debía lidiar con alguna víctima del bajón nocturno diario. Desde que habían sacado del mercado las maravillosas Fénix habían aumentado las llamadas de personas que no sabían que hacer con sus vidas. Sólo querían ser escuchadas por alguien. Y ahí estaban ella y Nina, y una docena más de compañeros que rotaban a diario para impedir que la gente se quitara la vida. Una paradoja de la cual formaba parte a sabiendas de que ayudando a otros se ayudaba a sí misma, a no pensar en su propia vida.

—Parece que lo convencí —susurró Nina— sólo lo había dejado la novia, que idiota, ¿no crees? Habiendo tantas mujeres, qué necesidad de matarse por una, éstos… Le aconsejé que se buscara otra, qué piensas, ¿estuve bien?

—La verdad, Nina, a ti siempre te hacen caso, así que supongo que ese hombre seguirá tus consejos —le dijo admirando la autoestima inquebrantable de su compañera.

—No creas, el tal Fede estaba terco como una mula, me la hizo muy difícil —dijo la otra levantándose con la taza en la mano.

Ana tuvo un presentimiento y le corrió un escalofrío por todo el cuerpo.

— ¿Y te dijo el apellido el muchacho loco de amor? —pregunta.

—Sí, Welli algo pero no le entendí, esos detalles no importan en estos casos, ¿no leíste para el examen de admisión el Manual del Perfecto Escucha? —contesta yendo rumbo a la cafetera.

Ana piensa qué hacer sin contestar su teléfono; ojalá se equivoque.

En el páramo gris del Valle, Piedad mantiene una acalorada discusión con uno de los escribas del Gran Libro, a sabiendas de las consecuencias que podría acarrearle su obstinación.

—Ya no tengo tiempo, debes tomar una decisión inmediatamente, me están esperando y sabes que en eso de pasar las páginas no hay Señor que se interponga.

Piedad mira a un lado y ve a la muchacha abandonar su trabajo y correr con la cara húmeda por el llanto rumbo a un bloque de apartamentos no muy lejos de la oficina.

Mientras, el desocupado intenta dormir junto a su esposa; contempla sus ojos, su boca,

el cabello que yace plácido sobre la almohada. Súbitamente sale del dormitorio, decidido.

En un antro de la ciudad, Eduardo sigue bebiendo, con el monstruo que lleva adentro mareado por los efluvios del alcohol. Mientras, se regodea en su soledad, lo fácil que sería morir si nadie lo recordaba ni lo lloraba.

—Sólo una hora —le dijo al escriba, que lo miró con actitud de reproche. Ya había sucedido en otras oportunidades y el castigo era increíblemente cruel, el libro debía escribirse pasara lo que pasara allá abajo, más allá del sufrimiento.

La muchacha llegó al apartamento de Federico Wellington con la esperanza de que todo fuera producto de su imaginación culpable. Aun seguía con la llave que le había dado él en un rapto de confianza en el futuro, esos instantes en que la felicidad parece perpetua, al comienzo del amor. Abrió la puerta y entró. Se secó las lágrimas que había acumulado durante todo el camino y fue al baño. Nina había fallado esta vez. El cuerpo yacía dentro de la bañera, cubierto por el agua que ya había comenzado a descender hacia el piso formando pequeños charcos.

El escriba miró a Piedad moviendo la cabeza en señal de pésame.

—Hay situaciones que no te competen, y lo sabes —le dijo. Piedad mira hacia abajo enfrentando la mirada demencial del muchacho. La hoja afilada le quema los dedos, cuando toma el mango de madera supo que la cuchilla que usaba para cortar el asado del domingo, esa noche tendría un destino menos noble.

Al otro lado, Eduardo Darién se pone una pistola en la sien. El escriba lo miró e iba a decir algo pero quedó callado, respetando la actitud expectante de su compañero.

Mientras sostiene la pistola, el hombre ingiere algunas pastillas que son bajadas con un trago interminable. Así que cuando suena su celular,  tarda en reaccionar. Con desgano, se acerca al aparato negro y lee las grandes letras color azul eléctrico que se dibujan en la pantalla. Suelta la pistola y atiende. Su hija se oye lejos, no había tenido en cuenta la diferencia horaria, sólo quiere saber como está su papá, que le está yendo de mil maravillas y que piensa regresar pronto…

 

Ahora, la luz gris cae desde la esfera anaranjada iluminando a Piedad, que sonríe; mientras el escriba camina sobre las horas como si fueran ascuas ardientes.

VN:F [1.9.22_1171]

5 Comentarios a “215- Las bellas horas. Por J. P. Cubish”

  1. Nimrod dice:

    Suerte.

    VA:F [1.9.22_1171]
  2. Sofi dice:

    Me ha gustado. Suerte.

    VA:F [1.9.22_1171]
  3. J. P. Cubish dice:

    Lovecraft y Hóskar-wild is back:
    Gracias por vuestros comentarios, saludos.

    VA:F [1.9.22_1171]
  4. Lovecraft dice:

    El Club de los Suicidas Muertos. Una sucesión de historias entrecruzadas al estilo de Pulp Fiction, mezcla de realidad y pesadilla, con un cierto toque de misterio aportado por el personaje del escriba. No me queda claro el papel que juega Piedad en la historia.

    Suerte J. P. Cubish

    VA:F [1.9.22_1171]
  5. Hóskar-wild is back dice:

    Los que escriben en en Libro de los Suicidas andarán estos días con mucho trabajo. Esperemos que no tengan alma de funcionario. Suerte.

    VA:F [1.9.22_1171]

Videos de interés

Buscando. Finalista P.Especial IBN ARABÍ