185- El perdón. Por Chin He
- 31 octubre, 2012 -
- Relatos -
- Tags : 9 Certamen de Narrativa Breve 2012, perdón, relatos
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«—Uno —añadió una barbaridad—, uno —repitió— es una porquería sin remedio. Está uno aquí peor que una piedra para que esa gente…»
—Ignacio Aldecoa, La urraca cruza la carretera
El agua le sabe a plástico y la escupe. Utiliza la sobrante para echársela sobre el cuello y la cabeza. Los chorreones se abren paso entre la pelambrera del torso, bajo el peto fosforescente, hasta desembocar muy mermados en la cintura del pantalón de lona azul. Se atusa con las manos encallecidas, arrojando su melena rala y cana hacia atrás. Podría quejarse del calor, la obra, el humo… pero permanece callado, le da pereza empezar y vértigo donde pueda acabar. Los escasos viandantes que a esa hora de la tarde se atreven con la canícula caminan aprisa y de sombra en sombra; en su mayoría son turistas de hombros rojizos y sombreros ridículos.
Sobre el asfalto ondulan espejismos.
Los cuatro están sentados en el suelo, con las espaldas contra un muro de cemento y los pies recogidos para que no les descubra el sol. Quizá por eso fuman, filosofa él, para simular que piensan cuando en realidad tratan de evitarlo, o puede que sí piensen, de modo rudimentario, incapaces de plantearse cuestiones de mayor calado que lo buenas que están todas las tías, lo cojonuda que sabe la cerveza al final de la jornada, o lo cabrones que son los árbitros con su equipo. A veces, como ahora, los envidia.
El de al lado escupe un gargajo arrancado del mismísimo esófago, y los otros dos tratan de superarlo en distancia. Tras media docena de parábolas, el grupo vuelve a sumirse en el silencio ardiente. Él mira a un lado y ofrece su bocadillo mediado de chóped al corpulento polaco de quien ignora su nombre, siempre sonriente y con hambre. Una lagartija parda con iridiscencias verdosas se asoma por una esquina para mirarlos de soslayo, hasta que una pedrada sazonada con tacos la saca de su estupor. Entonces, el portalón de enfrente se abre solemnemente para expectorar un coche azul marino de gama alta, al que persiguen con la mirada a través del remolino de polvo incendiario que levanta a su carrera.
—Un Audi —dice el más joven.
—Un político —dice el más viejo.
Gruñe el polaco, en su lengua incomprensible.
Él no dice nada, se limita a contemplar los esputos aplastados.
—Eso es vida —concluye el más joven.
Un perro asoleado en un balcón próximo vuelve a ladrar con fuerzas renovadas después de no haberles dado tregua en toda la mañana.
—¿Qué dices, poeta? —le pregunta el más viejo tras un empellón con el hombro—… Menuda gachí debe estar esperando a ese en casita, ¡qué no!
—¿Sabéis a qué le estamos pavimentando la entrada?
—Yo sí —contesta el más joven—. Son Las Cortes… de eso ya no estoy tan seguro… de la Autonomía, o del Ayuntamiento… ¡no, no, de la Diputación!
—¡O las «cortes de mangas»! —tercia el viejo repartiéndolas a diestro y siniestro, entre risas que derivan en un acceso de tos rematado con una flema del color del azufre.
El polaco se alza con estrépito para proyectar cortes de mangas hacia el auto convertido en un punto brillante al final de la avenida.
—Tranquilo —le dice el viejo dándole tironcitos de la pernera del mono salpicado de brea.
—¡Mierda de vida! —muge el polaco, y por un instante dudan que el rictus de su cara, que creían siempre risueño, pueda reflejar otra emoción.
—Anda, chaval —le dice el viejo al joven—, cuéntanos otra vez el chiste del marica que…
—No me apetece —lo interrumpe y arroja con rabia un puñado de gravilla sobre el portalón metálico—… El polaco tiene razón.
—Buena la hiciste, poeta. No ves que son jóvenes y se inflaman… y si ya lo sabías para qué preguntas…
—Quería llegar a una conclusión.
El viejo mueve la cabeza en señal de desaprobación, consulta el reloj y saca un papel de fumar. El polaco se derrumba con la espalda curva contra el muro, y las piernas estiradas. El sol apura su paso hacia la vertical del grupo, recluido en una angosta franja de oscuridad menguante.
El portalón vuelve a gemir. El más joven es ahora quien se pone en pie, avanza unos pasos con decisión y da el alto al vehículo de cristales tintados que apenas ha conseguido asomar el morro.
—¡Chaval! —grita el viejo, haciendo ademán, sólo ademán, de levantarse.
Tras un zumbido eléctrico, la cabeza de un hombre de mediana edad, sienes plateadas y papada temblona, surge como una hernia por el lateral: manifiesta sorpresa y flacidez.
—¡No le da vergüenza! —le increpa el joven a escasos metros.
—Perdón —farfulla el hombre antes de vocear hacia el resto del grupo—: ¡Siento pisar su trabajo!
El joven, brazos en jarra, observa cómo el coche atraviesa la obra ceremoniosamente, y sólo cuando éste se pierde al fondo de la avenida, se vuelve hacia sus compañeros sacando pecho.
—¡Habéis visto!
—Ya es hora —dice el viejo en un susurro tirando la colilla al suelo, junto a la mirada.
—¡Nos ha pedido perdón por pisar sobre nuestro trabajo! —repite el joven, ufano, mientras recoge sus bártulos—… Poeta, ¿qué conclusión era esa?
Él exhibe media sonrisa, similar a la del polaco. Trata de incorporarse.
El sol se ensaña, la lagartija los mira de soslayo y el perro arrecia.
lwc
Hay que buscar la diferencia de clases dentro de las personas, más allá de los autos, de los trajes, las corbatas o las sienes plateadas por el tiempo y cuidadas por un ejército de chavalillas mileuristas. Poetas hay en todas partes. Sinvergüenzas, también. Mucha suerte.
Me gusta.
La cita de Aldecoa, para mi, es un detalle importante. Un contrapunto. ¿Manifiesta una inspiración? ¿Es una declaración de intenciones? ¿Quiere decirnos que al final las cosas no cambian tanto?
Estoy de acuerdo, consigue meternos en la escena. También hacernos pensar a varios niveles, empezando por el de la lagartija.
Salud y suerte.
Soberbio inicio del relato con una descripción tan vívida del escenario donde se desarrolla la trama que todavía nos caen los chorros de sudor por la espalda, como si formásemos parte de aquella misma cuadrilla. Y luego toman el relevo unos espléndidos diálogos que completan y redondean una historia que huye de las complicaciones pero es tan verdadera como la vida misma. Tienen un aroma sutil, hábilmente disimulado, a reivindicación de la lucha de clases. Formalmente, ni un reproche que hacerle.
Chin He: te acabas de convertir en un peligroso competidor para el resto de los concursantes.
A última hora van llegando relatos de quitarse el sombrero. Este es uno de ellos. Enhorabuena.
¿Cómo decirte que me ha encantado?
Me he sentido dentro de la escena.¿Quizás la lagartija…?
Te felicito
Un saludo