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183- Venció el silencio. Por Peregrina

    Eran las seis de la madrugada del día 31 de octubre de 1977, Gabriela aguantaba el llanto y no gritaba, demostrando a todos su fortaleza. Una hora más tarde llegó al mundo Alejandro. Gabriela oyó la voz de Gilda, su madre, disponiendo horarios y posturas, encolerizada porque el niño no llevaba el pijama adecuado. Poco tardó en cambiarlo todo de sitio, tirar lo que no le gustaba y preparar la ropa que madre e hijo llevarían al salir. Preguntó por Lázaro y un terremoto de insultos llegó a los oídos de Gabriela, cuando le comunicó que había ido a casa.  Y con las mismas, cambió el rictus, cogió al niño en brazos y empezó a llorar de felicidad. Así era la abuela.

    Gabriela puso el café en la mesa para los dos. Lázaro tenía lágrimas en los ojos y, ella, perspicaz por naturaleza,  vaticinó que su felicidad iba a romperse. Lázaro cogió su mano, le dio un beso en la cara y le dijo adiós. Miró en la cunita de mimbre y se fue para no volver. Gabriela no lloró. Sacó al niño, lo apretó contra su pecho y le dijo que  él completaba su vida,  que conseguiría llenar el hueco de la mesa que había quedado vacío ante  un café humeante. Y solos deberían haber caminado, porque a esta gran mujer de veinte años le sobraba osadía. En ese momento llegó Gilda con un séquito de hijos y nueras. Todos corrieron hacia el capacho sin reparar en la tristeza de Gabriela, pero, cuando Dani  fue a darle un beso a su hermana vio la consternación en su cara. Tras el relato de como, con un beso en la mejilla se habían roto sus sueños e ilusiones, sueños e ilusiones que a nadie parecían importar, Gilda cogió al niño  y anunció que ella se haría cargo de todo, capturando a madre e hijo en pro del auxilio y la buena voluntad. No había evasión posible. Se rompieron los planes de libertad de la joven mamá.

    Alejandro creció rodeado cariño sincero y sobreprotección, pero era un niño triste. El ambiente en casa de Gilda era rígido, él la adoraba. Pero esa fuerza intimidante que Gilda desprendía a su alrededor sometía la voluntad de Alejandro y de todos cuantos rodeaban a la matriarca, que dirigía sus vidas con larga vara de mando. Gabriela, no lograba desplegar el compromiso que adquirió aquel día con su hijo y con ella misma, siempre sabía Gilda como maniobrar la educación y crianza de esa criatura que  se debatía entre dos fuerzas, el magnetismo manipulador de Gilda y el amor sincero hacia la ternura e inteligencia de su madre. Esos ojillos vivos solicitaban ayudan porque las palabras no llegaban a su boca, se empezaba a evidenciar una patología anímica y psicológica, posiblemente genética, pero eran los ochenta. Prosiguió su existencia entre insultos a su madre, y a su desconocido padre, en una educación proyectada a los demás, porque, para Gilda,  la gente era mala y había que demostrar que la superioridad, sin errar fuera, maquillado las debilidades. Esos criterios unidos a la genética disposición de Alejandro generaron un ser depresivo, el mal iba entrando poco a poco, como un veneno, pero él sonreía.

    De su padre había oído hablar mucho, todos aprovechaban las ausencias de Gabriela para censurar, sin plantearse que un niño pequeño comprendiera las tertulias, pero deducía, y lo entendía a su manera, y guardaba aquellos comentarios en esas notas mentales que lo llevarían al cataclismo. Porque se juzgaba a Lázaro, pero también, y de forma despiadada, a Gabriela. Para Gilda, Gabriela había ultrajado a la familia, era imperdonable que no se hubiera casado con Lázaro, lo de vivir juntos era una afrenta personal, era de esperar que acabara abandonada por ese rufián. Para Alejandro, su madre era inteligente y diferente, porque sabía  cosas, porque le leía, porque le contaba cosas de este mundo. Comenzó así la eterna confusión de Alejandro. Escuchó historias, le contaron otras, ninguna se parecía, de manera que, sin darse cuenta hizo un croquis en el que se confundía lo que oyó furtivamente, lo que le contaron y lo que no sabía si era real o había imaginado, esquematizó de forma propia como ese hombre, nunca papá, los abandonó. Sentimientos de inseguridad e incomprensión asaltaban al niño de seis años, incapaz de verbalizar sus pensamientos.

    Se acercaba Navidad. En casa se vivían esas fechas con una alegría suprema. Se planteaba Alejandro cómo podría dejar de pensar para poder disfrutar de esa felicidad, ese niño de siete años, sentía un remordimiento constante, una culpa punzante que no lo dejaba complacerse, pero nadie lo sabía, y él se mostraba feliz. Al llegar con sus primos de recoger musgo para el gran Belén encontraron que Gilda gritaba descomunalmente a Gabriela, que lloraba desconsolada, Alejandro fue corriendo hacia ella, pero su tío Jorge lo paró. Y entre gritos descubrió que iba a tener un hermanito. Sólo apreció un ahogo inmenso por ver a su madre humillada y una parálisis general al saber que iba a conocer a su progenitor. Siguieron días de insultos y desprecios, este embarazo sibilino era la deshonra concluyente. Y Gilda, que vio amenazado su dominio sobre Alex con la aparición de  Lázaro, empezó a adiestrar a su niño. De manera que,  mientras preparaba el festín navideño reveló su nieto que su madre no tenía dignidad, que se había arrastrado a un hombre, y le había dado lo más preciado, ya no valía nada. Nadie dijo nada y él calló, pero esos días sellaron profundamente a ese niño. Él quería a su abuela con todas sus fuerzas y eso lo hacía sentir despreciable, su cabeza era un volcán de remordimientos. En Nochebuena,  Dani, el hermano mayor, le comunicó a Gilda que Alejandro se iría con sus padres después de Navidad. Gilda salió de la cocina, miró a Gabriela y le dijo, no te lo llevarás. Gilda lo había decidido, haría lo que tuviera que hacer,  pero el niño no se iría con esa irresponsable, incapaz de guardar la catadura de la familia. El corazón de Alejandro, al oír tales reyertas estaba dolorido y dividido.  Gilda cayó enferma, pero tenía fuerzas para explicar a Alejandro que ese hombre era un despojado, nunca fue un padre, que su madre no estaba preparada para cuidarlo, que no tenían recursos para proporcionarle lo que cualquier niño de familia decente requiere y que él no sería respetado en aquel ambiente. El niño no conocía ni a su padre ni a ningún familiar de esa nueva rama genealógica, y tras varios días de confidencias de la abuela, tenía pánico a que se lo llevaran. Imaginaba a seres perversos, porque, como la abuela le había dicho, nunca mostraron preocupación por él. Gilda sentenció que si la quería no podía irse. Él ansiaba vivir con su madre, pero, por un lado tenía miedo de esa simulada familia, y por otro no quería dejar atrás su vida, su casa, sus abuelos. Cuando Gabriela vino a buscarlo lloró y gritó, tanto que no se lo llevaron,  pero venían a sus sueños las lágrimas de su madre al oírlo llorar.

    El niño tenía que vivir con sus padres.  Así pensaban los miembros más cabales de la indivisa familia. Pero, ¿quién haría frente a los excesivos dogmas de Gilda? Gabriela se lo llevó, porque por una vez, iba a actuar, por una vez Gilda no dirigiría la situación. Y tras una lucha encarniza, en la que la compensación era un niño y no un reino, la vencedora salió con su hijo en brazos, con la cabeza alta, como si Alex fuera la llave de la ciudad conquistada. Ese niño bajito, de sonrisa forzada y ojos tristes ya estaba envuelto por el manto ominoso de la depresión. Su corta vida había transcurrido en un escenario lleno de secretos y sombras, de ignominias hacia su triste madre, de llantos de una y oprobios de otros. El pequeño, sentado en el suelo, trémulo, esperaba a que alguien lo recogiera, fuese del bando familiar que fuese, y acabara la guerra, una lucha en la que él no era parte, aunque era víctima de todos los disparos. El no era la causa, pero como tal se utilizó. Una defendía el mando familiar, con todos los apoyos cobardes, otra defendía su libertad con apoyos taimados, olvidando que en el centro había un niño muy pequeño cuyo discernimiento tuvo que madurar vertiginosamente. Un espacio colmado de factores precipitantes hacia el abismo de una depresión crónica.

    En su nueva casa había un padre, una madre y una vida normal. Estaba obligado a olvidar que a esa normalidad no había llegado por la vía habitual, obligado a olvidar, que para él su familia eran los que dejó. Y quería hacerlo, por mamá, debía hacer bien su papel en ese teatro.  Y se sentía estrangulado, porque quería abandonar el escenario. Pero ahora, todos estaban en el bando del vencedor. Ahora habían cambiado los discursos y lo que había aprendido durante sus primeros años de vida había que olvidarlo. Ahora,  el tito tal y la tita cual le acusaban de los llantos de su madre. Hasta el silencioso abuelo le acusaba de tirano y egoísta,  heredero de la educación sobreprotectora de Gilda. Volvía a ser el culpable de la tristeza ajena. Con muy buenas palabras fue incriminado por la casta familiar.  Acababa de cumplir ocho años,  y tenía la obligación de que su nueva familia llegara a buen fin, su venerada estirpe se lo había dejado claro, si la obra teatral no era un éxito el fracaso era suyo, y él sólo quería era hacer mutis.  A todos les daba  la razón, sin hablar, porque él no quería actuar, él sabía que era más fácil, pero jamás fue capaz de explicárselo a nadie, quizá nadie fue capaz de prestarle oídos de forma desinteresada. Porque sí, fue en Gilda donde encontró un hombro para llorar, pero Gilda seguía pensando en ganar su guerra y el niño era su mejor arma. El amor a Gilda, a su madre y a toda la familia, creó al niño una dicotomía entre acción y cognición, que sólo pudo resolver en su cabeza infantil doblando para siempre su personalidad. Tenía su forma de pensar y ver la vida, sus miedos y dudas, sus penas, sus alegrías, sus sueños, sus ilusiones, sus frustraciones, tenía su vida guardada para él, y otra cosa era lo que el mundo veía. Y nadie, absolutamente nadie lo conocía realmente. Estaba cansado de vivir. Estaba enterrado en lo más profundo, ahora, sólo se dejaría llevar.

    Son las seis de la mañana, Gilda está abrazada a su hija y ambas imploran perdón divino. Alejandro no puede verlo, pero se ha firmado la paz. Postrado en esa cama, atado a la vida por un hilo, se siente tranquilo por primera vez en diez años. Viene el médico. Un temblor general se apodera de la sala de la UCI. Es imposible saber si podrá seguir atado a la vida.

    Enfrascados todos en una educación ejemplar, en dirigir, en ganar, no vieron que el pequeño padecía una patología, no vieron que eso lo llevó a ser víctima de un aterrador acoso escolar, no vieron que se había rendido, no vieron que le asaltó la enajenación, sólo vieron como, con un “os quiero” que aun se oye, se precipitó al vacío desde el sexto piso de la bonita casa del tito Tino. Alejandro fue víctima de su propia amalgama de sentimientos, ese niño depresivo no poseía las herramientas de compresión que proporciona la experiencia, procesando de un modo autodestructivo todo cuanto vivió. Si despierta será escuchado porque  pondrán en su boca esas palabras que nunca llegaron solas. Y él ha conseguido que la guerra acabe.

    Soy su tío y nada hice, y poco he contado aquí. Esta sala es tétrica, el médico no viene. Necesito verlo recuperado, prestarle la ayuda que me pidió sin hablar.

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23 Comentarios a “183- Venció el silencio. Por Peregrina”

  1. Edgar Alan Bécquer dice:

    Tu relato nos cuenta una historia triste que desgraciadamente se da con frecuencia en nuestra sociedad.

    Un cordial saludo y mucha suerte

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  2. El asesino de Morfeo. dice:

    Te dejo mis estrellas y mi deseo de suerte

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  3. rulfo dice:

    Una historia triste en su contenido y aún más en su final. Desgraciadamente estas cosas siguen ocurriendo y, con seguridad, habrá cada vez más. Esta sociedad no tiene cura. En lo literario es un relato contado sin contemplaciones ni giros especiales. Se dice todo como realmente va ocurriendo. Hay un párrafo largo, casi al final, que a mi me ha resultado especialmente dramático. Es como si lo contara el propio niño: “Ahora, el tito tal y la tita cual le acusaban de los llantos de su madre” Creo que está muy bien logrado. A mí es lo que más me ha sorprendido.
    Enhorabuena Peregrina

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  4. Siempreviva dice:

    La lectura de tu relato me ha dejado triste. No siempre se consigue transmitir las emociones.
    Suerte

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  5. jazzmina dice:

    Suele decirse, a mi juicio de forma maniquea, que los niños son los más perjudicados en estas situaciones. Pero tengo la sensación de que nadie se cree lo que dice. Probablemente porque cada uno piensa (pensamos) en nosotros mismos con absoluto descaro.
    Un relato cruel aunque realista, bien descrito en su gestación, con amplitud de detalles y donde cada uno intenta ganar su guerra. Otra desgracia social más.
    Suerte Peregrina

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  6. Hóskar-wild is back dice:

    Los niños siempre quedan en tierra de nadie, en mitad del campo de batalla que crean (creamos) los adultos para parapetarnos de nuestras propias miserias. ¿a quién le interesan los silencios de los más pequeños? Suerte.

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  7. lector dice:

    No dejé claro que me impresiona como dejas claro q el niño tiene una patología de la q no solo no se dan cuenta, sino que además empeoran
    Un saludo

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  8. peregrina dice:

    Muchas gracias asesino

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  9. peregrina dice:

    Muchas gracias asesino, por dedicar tiempo a leer mi relato. Solo he intentado poner palabras al sufrimiento al que se enfrentan muchos niños y que arrastran hasta la edad madura.
    Un saludo
    Peregrina

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  10. Lovecraft dice:

    Me ha hecho sonreír la frase «Qué pena más linda». Es como cuando los andaluces dicen: «Hase un día horroroso de bueno»

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  11. El asesino de Morfeo dice:

    PD: ¿Te he dicho que me gusta tu relato?

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  12. El asesino de Morfeo dice:

    Querida Peregrina: he tardado un poco en devolverte la visita y aquí me tienes, conmocionado.
    Con tu relato abres la puerta de una de las muchas familias que viven el drama que encierra tu relato. Yo no tengo puñetera idea de si sería mejorable o no tu redacción, pero se muy bien de lo que me estás hablando.
    Demasiadas Gildas, poseedoras de la verdad y los sentimientos, demasiadas madres coraje castradoras de las vidas de sus hijos. Demasiados niños, debatiéndose indefensos entre trincheras de adultos que sólo pretenden tener una razón que no es de nadie.
    No se si tu Alejandro podrá asirse al hilo que le une a la vida y si conseguirá vencer su depresión. Espero que si, lo mismo que espero que tu relato arroje un poquito de prudencia en ésas familias que se reúnen en Navidad a comer y a cantar villancicos mientras escupen veneno en los platos de los niños.
    Gildas de todo el mundo…¡Iros a la mierda!

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  13. lector dice:

    Hola Peregrina, soy un lector q no participa pero tu relato me resulta desgarrador, has conseguido lo que querías emocionarme, y que entendí era al niño.!
    Suerte

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  14. peregrina dice:

    Hay alguna q otra errata
    -mientras preparaba el festín navideño revelo A su nieto ….
    -había q que demostrar la superioridad….
    – maquillando las debilidad ….
    Gracias y un saludo

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  15. peregrina dice:

    Hola Lovecraft, ya puedo corregir el error, donde se dice: …y había que demostrar que la superioridad, sin errar fuera, maquillado las debilidades…, es:

    demostrar la superioridad, sin errar fuera, maquillando las debilidades

    Creo que ahora se entiende el pensamiento de la abuela.

    Muchas gracias por la observación

    Un saludo
    Peregrina

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  16. Peregrina dice:

    Muchas gracias Ms Rioja, me anima que que me comentes lo bueno y lo malo del trabajo.
    Gracias de verdad
    Un saludo

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  17. Ms Rioja dice:

    Un relato convedor y real, contado con mucho sentimiento aunque (para mi gusto) un poco demasiado ‘contado’ en vez de ‘mostrado’. Me gusta mucho el final, ya en el presente y abierto pero con algo de esperanza para pobre Alejandro.
    Suerte

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  18. Peregrina dice:

    Muchas gracias Morisca por dedicar un rato a leer y entender el relato.

    Peregrina

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  19. La Morisca dice:

    Tu historia llega a conmover corazones distintos al tuyo, gracias a una narración templada y sin disimulo.

    Que pena más linda.

    Un abrazo y suerte.

    La Morisca.

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  20. Peregrina dice:

    Hola Lovecraft, primero agradecerte la lectura del texto.
    Lo de la frase es una errata propia, que descubrí después de que el texto estuviera publicado.
    Estoy esperando que me respondan si puedo explicarlo en estos comentarios.

    Gracias y un saludo

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  21. Lovecraft dice:

    Bernarda Alba ataca de nuevo casi 100 años después, y con las mismas dramáticas consecuencias. Una historia estremecedora. Angustiosa la descripción del conflicto psicológico que se le plantea al niño

    No entendí la frase: «y había que demostrar que la superioridad, sin errar fuera, maquillado las debilidades.»

    Suerte

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  22. Peregrina dice:

    Muchas gracias Bonsái por dedicarle tiempo a la lectura del relato.
    He intentado exponer el punto de vista de un niño. Esto ha pasado siempre, y lo malo es que no dejará de pasar

    Gracias y un saludo

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  23. Bonsái dice:

    Peregrina:

    Me has dejado el alma hecha puré.

    Bueno… después de reconstruirme, un poco, te diré que aunque la historia está contada por el tío, nos hace ver las circunstancias desde los ojos del niño.

    Hay muchas madres dominantes hasta la enfermedad. Hay muchas hijas que se dejan dominar. También esto nos evoca las guerras que se dan entre padres cuando se divorcian y luchan por sus hijos pensando que son trofeos.

    Generalmente no se piensa en el bien del niño, el adulto quiere conseguir su meta, la que sea, pero conseguirla.

    Muchas veces los niños son utilizados como verdaderas armas apuntando a la cabeza de abuelos para sacarles dinero. Me refiero a otros abuelos, no a los que has expuesto en tu relato.

    La utilización de los niños es más que frecuente. Y es una verdadera pena que esto suceda.

    Gracias por exponer una realidad tan espesa y dañina.

    Un abrazo.

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