172- Sin ella. Por Acrobacias
- 30 octubre, 2012 -
- Relatos -
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Estaba decidido.Dirigió sus pasos hacia la antigua sala, aquella en la que había pasado tantos momentos, tantas horas relatando historias a las que llegado un momento dejó de encontrar sentido. Ya no estaba ella para compartirlas, se había ido y no volvería. Desde ese día aparcó todo lo que le había dado sentido a su vida en algún momento y lloró, se lamentó. Pero no servía de nada. Estaba sólo y no dejaría de estarlo jamás.
Entró en el cuarto, estaba lleno de polvo. Todo tal y como lo había dejado largo tiempo atrás. Pensó en lo lento que pasa el tiempo cuando uno no es consciente de que la vida sigue fuera. Las horas parecen días y los días meses. Pero se vuelve a despertar, no se puede sufrir siempre. Volverá a vivir aunque el amor de su vida ya no pueda hacerlo.
Pasó sus dedos por las hojas cubiertas de polvo. Leyó los últimos párrafos de la que hubiese sido su novela si ella no… No debía pensar, no podía hacerlo. Miró su ordenador, sin vida, muerto como lo estaba él por dentro. Se acercó a la estantería repleta de libros y los acarició. Sintió el suave tacto de la piel en sus dedos. Le pareció increíble haber estado lejos de ellos, de su aroma, sus palabras, su significado. Tras un profundo suspiro se sentó en su silla, no le importó invadir su cuerpo del perfume a humedad que reinaba el lugar. Cerró los ojos, pudo percibir allí su presencia. El olor al café que le acercaba cada mañana con su hermosa sonrisa dibujada en el rostro, la sintió tan cerca, tan real que no pudo evitar intentar rozar sus suaves dedos con su mente. Pero su imagen se evaporó, se fue de nuevo.
Encendió el ordenador. Pasado un momento se sintió preparado. Volvió a escribir, las palabras surgían solas.
Tras un par de horas y sin apenas darse cuenta ya no se sentía tenso. Había escrito. Había recuperado una de las ilusiones de su vida. La otra nunca podría volver a tenerla, resignado continuó. Cuando miró el reloj se quedó perplejo. Le había vuelto a ocurrir, había pasado horas escribiendo sin ser consciente del tiempo. Sin sentir hambre ni frío. Y se dio cuenta de su regreso al mundo.
Se levantó. Tras tomarse un aperitivo cogió una gamuza y rozó con ella cada centímetro, cada recodo del cuarto. Lo hizo con mimo, con ternura. Cuando terminó de limpiarlo todo se preparó un té y continuó. Estaba inspirado, se lo dedicaría. Cada palabra giraba en torno a ella. Su cabello, su suave olor volvieron a aparecer en su mente. Podía percibir ese aroma como si la tuviera delante. Tan penetrante, tan… suyo.
Salió a dar un pequeño paseo. No podía volver atrás, el paso que había dado hoy le había llevado meses y no pensaba retroceder. No lo haría. Se sentó de nuevo y prosiguió con su relato. La sintió en cada palabra, con ellas sintió su piel, su calor. Rozó sus suaves senos, los besó. La abrazó, la acarició. La hizo suya.
Había llegado la noche. Se levantó. No había comido prácticamente en todo el día y se preparó una suculenta ensalada. Se dirigió a la sala de estar y encendió un rato el televisor. Otro paso a dar. Llamó a su hijo. Hablaron mucho rato. Le notó feliz de haber recuperado a su padre. Se había sentido sólo durante este tiempo, había perdido a sus padres de un solo golpe. Lo había pasado mal y no lo merecía, pero hasta este momento no había podido actuar de otra manera.
Pasaron los días, las semanas. Su historia fue cogiendo forma. La había sentido tan real que por momentos pareció tenerla allí, leyendo sus escritos. Riéndose, qué bella sonrisa.
Se acostó y por primera vez en meses durmió. No soñó con ella.
Se levantó temprano. Se dio una ducha. Le vino bien, sentía su cuerpo descansado y relajado. Hacía mucho tiempo que no se sentía así. Meses, demasiado.
Esta mañana no iba a escribir. Fue a buscar a su hijo y su nuera para desayunar. Cuando le abrieron la puerta los notó felices de verle allí. Salieron enseguida de casa y se dirigieron a una cafetería cercana que hacía unos bizcochos riquísimos. Hablaron mucho, de todo y de nada. Se divirtió, le gustó volver a sentirse en familia. En el mundo. Les prometió continuar así, desayunarían a menudo. Se verían. Recuperarían las costumbres que antes tenían.
Se marchó a su casa y volvió al cuarto. Escribió mucho rato. Su libro iba cogiendo forma y se sintió feliz de que lo hiciese. Se lo debía. Ella era la protagonista, pero no de una macabra historia que relatase su fin. Sino de algo bello. La había descrito como una bella y moderna mujer, tal y como era en la realidad pero llevada al papel.
Pasaron meses. Pero terminó su libro. Orgulloso, ilusionado. Esta historia no vería la luz, era sólo suya. Suya y de ella. Tras su fin ya podía pasar página. Continuar con su vida. Al fin y al cabo estaba en el mundo y debía disfrutarlo.
Se vistió y dio un paseo. Llamó a su agente, a su gran amigo. Hablaron mucho rato y le dijo que pasaría esa misma tarde por la oficina. Le habló de hacer planes, retomar su carrera. Se puso contento, las puertas seguían abiertas. Nunca se habían cerrado. Era un buen tipo.
Dio un largo paseo. Ya no sentía ese peso en el corazón. Estaba disfrutando del agradable sol, la brisa del mar. De esa sensación distinta. No sabía cómo llamarla, felicidad. Puede que fuese eso, simple felicidad.
A la mañana siguiente se dirigió a la oficina, pues el día anterior se había visto demasiado cansado para acudir. Tomas, su agente, se mostró encantado de tenerle allí. Había hablado con gente y ya le tenía organizada una apretada agenda. Iba a volver. El libro que tenía en mente encajaba a la perfección en sus perspectivas. Una historia con fuerza, que engancharía al lector.
¿Cómo podía ser posible? Lo era. La vida continuaba sin ella. Continuará sin ella.
Pues claro que se puede vivir sin ella, y sin la otra y sin la de más allá. Hay otras alternativas mucho más interesantes. Pero reconozcamos que, sin ellas, sería más difícil encontrar la inspiración. Suerte
Feliz tarde, Acrobacias.
Su historia la he sentido mía, con otras palabras, con otra forma de escribir, pero también mía. De eso se trata, ¿no?
La vida sigue, sí. La novela… la novela creo que nunca se terminará sin ella. O no será la misma. Pero éste es su relato, no me haga caso.
Mucha suerte en el concurso y para seguir contando historias.
Pues sí, la vida es así de puñetera. Hay que tirar «p’alante» a pesar de las ausencias. Un relato pulcro y bien escrito y una hermosa historia.
Acrobaticas suertes